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Rebelde

Manuel Vicent

Se le había visto pasar siempre con el mismo pensamiento a cuestas, doblado por su peso. Lo llevaba dentro de un saco. Sólo tenía un pensamiento este rebelde de barba florida: derribar el orden constituido para ser libre. En realidad no era un pensamiento sino una piedra lo que arrastraba, aunque él no lo sabía. Como un mendigo iba este inconformista cargado con esa enorme piedra dentro del saco a todas partes. A pesar del denodado esfuerzo que hacía todos los días para ser libre la gente lo tomaba por un holgazán y es que la gente no sabe cuánto pesa una sola idea cuando es muy pura. Los anarquistas no creen en el Estado: sólo creen en la felicidad. Sueñan con derribar todos los pedestales para erigir sobre sus escombros un mundo nuevo, no distinto de la propia estatua. ¿Les parecerá a algunos poco trabajo estar pendiente de la gloria aun en mitad del sueño? Siendo todavía un ácrata adolescente cogió del suelo la primera piedra que aún le cabía en la mano. ¿Qué podía hacer con ella? Romper un cristal, arrojarla contra un guardia, colocarla entre el engranaje de las máquinas. Hizo algo más: esta primera piedra, después de promulgar con ella su rebeldía, la guardó en el bolsillo sabiendo que un día le serviría de base a su futuro monumento que sería inaugurado solo por otros héroes de niebla. Primero no hubo nadie que fuera más rojo que él; luego, nadie más desencantado de la democracia; luego, nadie más violento en atacar la corrupción; luego, nadie más feliz por la caída del comunismo; luego, nadie más feroz en zaherir a sus antiguos camaradas; luego, nadie más presto a contradecir el liberalismo económico; luego, nadie más partidario de la escuela de Chicago; luego, nadie más reacio a someterse al pensamiento único; luego, nadie mejor situado en el punto medio entre los pobres de Chiapas y los ricos de Miami. Este hombre rebelde siempre se oponía a todo y por eso parecía el más puro, el más libre. A unos la piedra se le forma en la vesícula, a otros en el riñón. A este rebelde la piedra se le creó en el pensamiento. Su permanente contradicción era un pedrusco cada vez más pesado, de modo que tuvo que comprarse un saco para poder llevarlo a cuestas y al final andaba ya con la espina muy doblada. Pensaban algunos que de pronto comenzaría a volar convertido en un ángel de Chagall. Pero la sorpresa fue mayor cuando un día todo el mundo lo vio nombrado ministro.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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