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Tribuna
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Les ladran, luego caminan

Un concejal de Torrevieja, candidato del PP al Congreso, se ha soltado el pelo afirmando que PSOE e IU han suscrito un pacto secreto para proclamar la República en caso de ganar las próximas elecciones. Joaquín Almunia ejercería de presidente del Gobierno y Francisco Frutos sería el jefe de Estado. No es el único desvarío que se ha escuchado estos días en el curso de la ofensiva concertada, a la que acaban de sumarse los obispos, contra el acuerdo de la izquierda. Pero la anotamos porque, además de su desmesura, procede del paisanaje indígena.Antonio Lis, el hábil y belicoso vicepresidente de la Diputación de Valencia, también se ha sentido por lo visto obligado a echar su cuarto de espadas en esta zarabanda de descalificaciones del tan traído y llevado pacto. Solo que su talento le ha permitido maquillar la andanada mediante un razonamiento trabado y bien sazonado de su cultura política macerada, paradójicamente, con sus antiguos mimbres de hombre de izquierda. Nadie o muy pocos de los hombres del PP valenciano es hoy por hoy capaz de largarse una filípica tan densa, dilatada e irónica como la publicada en estas páginas el pasado viernes. Para eso, cual es el caso, hay que haber amasado muchos panfletos, conocerse el paño y tener la temeridad que derrocha el amigo diputado.

¿Y qué viene a predicar el ilustre Lis? En realidad, nada que no esté en los argumentarios al uso por la tropa popular, aunque, eso sí, dicho con inhabitual fineza y agudeza. Asegura que, tras el apretón de manos entre los líderes comunistas y socialista, sólo hay un "mero artificio" y "ningún proyecto político serio ni de alcance". O sea, nada entre dos platos, lo que es parco viático -glosamos nosotros- para afrontar las tareas de gobierno que nos exige Europa y el país, "cada vez más maduro, sensato y razonable" gracias, colegimos, a la labor regeneradora del PP. De ideologías no hay ni que hablar, pues apenas si quedan lastres tales, más allá de las que prolongan los nostálgicos, esos que la parecer se obstinan en creer que la izquierda unida suma más votos que la derecha.

No nos importaría, pero no procede entrar al trapo polémico que nos tiende el referido ariete popular. Entre otras cosas porque, probablemente, es pertinente buena parte de cuanto expone, salvo matizaciones. Pero, en cambio, Lis no cae en la cuenta de que su prolija andanada contra el pacto de la izquierda no hace otra cosa que solemnizar y amplificar la oportunidad y acierto del mismo. ¿Quién daba dos reales hace tan solo quince días por la suerte electoral de IU y PSOE por separado? Ni la misma militancia de piñón fijo se sentía llamada a refrendar con su voto lo que no era más que otro episodio marcado por la rutina y la resignación. A los otros, a los de la izquierda sociológica y presuntamente mayoritaria, les tenía al fresco la suerte de los candidatos.

Y eso es lo que ha cambiado, por más que el astuto diputado lo soslaye. No ha hecho falta programa ni discurso para que la izquierda de a pie perciba que puede volver a ser protagonista y no comparsa del hegemonismo popular. Más aún, que puede, por fin y por imperativo del realismo, alumbrar una unidad de acción, prolegómeno de la unidad orgánica, para que nadie pueda cobrar los dividendos de su divorcio secular y ya absurdo.

Ha cambiado asimismo, y no nos parece un aspecto irrelevante, la talla de Ciprià Ciscar. El maratón negociador lo ha resituado en la órbita de la notoriedad, restaurándole las cualidades políticas que había dilapidado ahormando al PSPV. Las noches de vela y la cobertura mediática han revalorizado al secretario de organización, estableciendo las diferencias entre él y la feligresía indígena que lo cuestiona. Todo lo cual, nos consta, no constituye un corpus doctrinal o programático, pero es infinitamente más de lo que cabía esperar de una izquierda desarmada y separada.

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