Feria
MIQUEL ALBEROLA
Desde que el PP se instaló en el Consell -o desde que el turismo es dios y Zaplana su profeta- cada edición de Fitur se vive en las instancias oficiales como un acontecimiento extraordinario que acaba por sobreponerse a casi todos los asuntos del día. Más que si se tratase de la fiesta nacional de los valencianos. Y, por supuesto, mucho más que cualquier feria del textil, la cerámica, el mueble o el calzado. Esta feria de turismo levanta el ánimo oficial e inunda toda la retórica suministrada desde el Palau de la Generalitat y las diputaciones, así como los informativos de Canal 9, que son su expresión audiovisual. Sin embargo, el resto de cadenas televisivas apenas da cuenta de la participación valenciana en ese evento, que reúne toda la oferta de este sector cada vez más determinante para la economía española, y que supone el 12% de su producto interior bruto. También es muy importante para la economía valenciana: alrededor del 11% de su PIB, muy por encima de la agricultura. Pero en el discurso del PP la trascendencia de este porcentaje se sobredimensiona hasta términos rotundos, lo que representa una perversión de la personalidad económica valenciana, que sin duda es más plural y tiene en la industria especializada en la producción de bienes de consumo uno de sus rasgos más definitorios. Nadie está en condiciones de negar que el turismo invirtió el destino de zonas que estaban abocadas a la emigración, a la vez que ha dinamizado los sectores tradicionales y ha espoleado muchos jornales, aunque a menudo sólo a efectos de caja B. Incluso puede que haya iluminado la mentalidad de una sociedad ensombrecida por la dictadura. Nadie debe minimizar el turismo. Pero tampoco se lo puede magnificar en detrimento de los demás sectores. Ni a cuenta de justificar una política que trata de consagrar la proliferación de tiovivos en un asunto de Estado, cuya adjudicación de contratas puede derivar, en el mejor de los casos, en un disoluto abono de lealtades. Ni, desde luego, para disculpar el éxodo a Madrid de una masiva remonta de cargos públicos de todos los escalafones, cuyos movimientos en la capital están infaliblemente ensartados al presupuesto.
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