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Entrevista:

Martí Domínguez Escritor "En algunas cosas, Cavanilles era un chorizo"

Miquel Alberola

Pregunta. ¿Su vocación literaria guarda alguna relación con el hecho de que su abuelo fuera escritor?Respuesta. Inevitablemente. En mi casa siempre se habló de literatura. Y sobre todo, de arte. Era más complicado hablar con mi abuelo de literatura que de arte, pero el gusto por los libros siempre estaba presente. Aunque mi abuelo nunca leyó nada mío. Siempre me decía: "Mante, tú a los animalitos, a los animalitos", porque a él le gustaba mucho la Historia Natural. Lo más interesante es que era un hombre con curiosidad: le interesaba todo. Tenía libros raros, como el de La vida de las mariposas, que me llamó mucho la atención de pequeño y, en cierto modo, determinó mi interés por la biología.

P. La gente que conoció a su abuelo y le conoce a usted asegura que son iguales.

R. El hecho de que mi padre fuese hijo único condicionó una relación muy intensa entre él y yo. Aunque él tenía una moralidad mucho más estricta, que determinó su obra literaria. Nunca pudo zafarse del sentimiento católico que inundaba su modo de escribir, de ver el mundo. Era una persona de orden, pero dentro del seny, en el sentido bearniano de rechazo a las cosas modernas. Pero mi abuelo, pese a ser un representante de la Derecha Regional Valenciana, se la jugó al criticar al régimen porque no llegaban las ayudas prometidas a Valencia tras la riada. A partir de entonces fue el gran proscrito: terminaron con él. Le costó la profesión de periodista, aunque quizá por eso pudo hacer novelas, teatro y poesías.

P. Usted también empezó haciendo versos, ¿no?

R. Sólo he hecho poesía excremencial. O fisiológica, si quiere. Es inevitable hacer poesía, si realmente tienes pasión literaria. Es lo primero que te sale, pero luego eliges tu camino.

P. ¿Su obra sería distinta si no fuese biólogo?

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R. Eso me ha permitido tener una visión diferente de las cosas. Puedo describir paisajes de un modo que un escritor quizá no haría. Incluso personas, porque las mías no son balzaquianas, ni freudianas, sinó más darwinianas. Es curioso que los escritores no hayan asimilado El origen de las especies. Todavía tienen un visión divina de la existencia.

P. ¿La biología fue la que le llevó a Buffon?

R. La biología y, además, que Buffon se exigía un modo de escribir y una serie de planteamientos intelectuales. Rousseau fue el gran escritor francés, por encima de La Bruyère, pero quien enseñó a Rousseau fue Buffon. Ese personaje, que tenía una gran pasión por la Historia Natural, pero a la vez escribía, reflexionaba y buscaba ideas que creasen caminos, es el que me interesaba. Lo mismo que Goethe, que no sólo se dedicaba a escribir.

P. ¿Los contemporáneos han perdido esa capacidad de diversificar el interés?

P. Era más propia del siglo XVIII, donde el conocimiento no era tan amplio y era más fácil acceder a las distintas disciplinas. La actual especialización me parece muy perjudicial. Es lo que explica que los escritores no hayan asimilidado los pensamientos científicos del último siglo y que todavía exista una desconexión entre los conocimientos de lo que es el hombre desde el punto de vista biológico. Eso antes no se daba. Goethe incorpora las teorías científicas, y Rousseau, y Voltaire...

P. Hasta ahora ha demostrado una predilección por esa época. ¿Es incapaz de escribir sobre el presente?

R. No me ha interesado tanto ese periodo como las ideas de ese período. Lo que me gustaría es hacer una novela que mantuviese esas ideas y que estuviese ambientada en la época contemporánea, y así me evitaría la discusión sobre si lo que hago es novela histórica o no.

P. Y usted qué dice que es.

R. Novela, y punto. Es muy perjudicial añadir adjetivos a los géneros. Es novela, ficción absoluta. Reconstruyo los escenarios para que sea verosímil, pero me da igual si es verdadero o no. Dicho eso, el escenario de mi próxima novela es contemporáneo y cercano. Valencia, para más señas.

P. ¿Qué fue de su obra académica?

R. Me dí cuenta que me moría de hambre, por lo que con gran dolor tuve que abandonar la investigación y encauzarla por la vertiente literaria y periodística. Ahora he llegado a un punto en que ya no sé cuál es mi profesión.

P. ¿Le interesan más los bichos que las personas?

R. He aprendido mucho de las personas gracias a los bichos. Sobre todo, de las polillas, que son las que más informan del comportamiento humano. En el fondo, todo es biología animal. Tienes una tendencia a ver las cosas de una manera más materialista y más dura. Quizá más intransigente también. Te cuesta más creer en las buenas intenciones y la caridad, porque ves la biología por debajo de todo.

P. ¿Cuál es la mayor enseñanza de los bichos?

R. El egoismo. El canto del ruiseñor, que nos parece tan bello, es un canto de guerra, una afirmación egoista. Desde la forma de la flor hasta la telaraña, todo está diseñado desde el egoismo, con el objetivo de la supervivencia y la posteridad.

P. ¿El hombre es la más benévola de las criaturas?

R. En cierto modo, sí, porque aún llega a plantearse un comportamiento altruista que no existe en la naturaleza. Por eso es necesario conocer qué somos para poder combatirnos, porque si adoptamos la actitud de que el hombre es bueno por naturaleza y que es el ambiente quien los hace malos, estamos perdidos. Estamos determinados a la violencia, a la xenofobia y a evitar que el prójimo pise nuestro territorio. Es un animal territorial y actúa en consecuencia. Lo vemos todos los días. Estos pensamientos me comportan muchos problemas, pero los veo en la biología.

P. ¿En quién cree más en Joan Fuster o en Antonio José Cavanilles?

R. Cavanilles era un hombre de un egoismo desmesurado. Aquí se glorifica a Cavanilles sin saber quién era. Era una persona muy conflictiva, déspota en su trabajo y que no sólamente no echó una mano a otros botánicos cuando lo necesitaban, sino que les cogió muchas plantas y las describió en su nombre. En algunas cosas era un chorizo. Lo que ocurrre es que hizo un buen trabajo, Las observaciones, pero no es como para creer en él. Tampoco es que crea en Fuster, pero es leído y más interesante. Puedes aprender más con Fuster, porque un autor no es lo que te dice sino lo que te hace leer.

P. Quizá crea en Mayans.

R. Gregorio Mayans era un gran ilustrado, pero menos leído que Cavanilles.

P. ¿Los valencianos hemos tenido más ilustrados que Ilustración?

R. Ahora tenemos muchísimos. Más que cuando tocaba. Es la nueva epidemia. El ilustrado es aquel que tiene una clara vocación de ilustrar con su trabajo y sus obra a los demás, y no comunicarse en latín con un académico de Holanda. Ésta es la vocación de Diderot, de Rousseau y los hermanos ilustrados: llevar la ciencia y la literatura al pueblo contra el academicismo de los eruditos. Lo que ha ocurrido aquí es que hemos tenido una serie de eruditos, quizá no tan notables y más interesados en el politiqueo que en la cultura. Y no influyeron aquí en absoluto, aunque está bien que aquí se recuerde a los eruditos. Pero construir un Museo de la Ilustración en una ciudad que es prácticamente analfabeta parece un contrasentido. Sería más razonable que la casa del gran ilustrado, que fue Fuster, la reparasen e hiciesen un centro de cultura importante.

P. ¿Cómo se llevaron su abuelo y Fuster?

R. Mi abuelo era muy religioso, y eso lo alejó de Fuster. Fuster en muchos sentidos fue bueno para el país, pero en muchos otros, no. En cierto sentido, con sus riñas fisiológicas, es el causante de todo lo que ha pasado luego. Mi abuelo nunca toleró que escribiese en catalán oriental, porque creó mucha confusión. Pero pese a todo yo me considero fusteriano.

P. ¿Cómo valora el Museo de las Ciencias que se está construyendo?

R. Cuando estuve en Washington investigando en el centro de Smithsonia, uno de los directores de exposiciones me contó que unos valencianos habían estado allí para comprar todas las exposiciones, incluso las que ellos no querían exponer, para el Museo de las Ciencias. Eso es lo que no tiene sentido: un museo no tiene que venir de fuera sino salir desde dentro de la Universidad y de la sociedad. De lo contrario, siempre será una falla. Disneylandia pura.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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