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Tribuna
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La montaña suiza

Antonio Elorza

Dicen que con la edad cobran cada vez mayor peso las imágenes y los recuerdos de la infancia. Es lo que le ha debido ocurrir a Xabier Arzalluz en el curso de la última asamblea, que no congreso, de su partido. Sin duda visitó por los años 40 de la mano de su padre, el chófer franquista, las instalaciones del pequeño parque de atracciones donostiarra del monte Igueldo, donde en un agujero la enloquecida osa Úrsula daba incesantes vueltas años después de haber sido capturada por los requetés guipuzcoanos, convertida en emblema viviente de la situación del País tras la derrota de 1937. La principal atracción era no obstante la montaña rusa, rebautizada por los vencedores como montaña suiza con el objeto de borrar todo rastro de la patria del socialismo. El inconsciente de Arzalluz debió conservar ese cambio de etiqueta y ahora se ha servido de él para embellecer la unanimidad de tipo soviético con que se ha manifestado la asamblea del PNV para sancionar el viraje copernicano desde un arraigado autonomismo a la opción "soberanista" (léase por la independencia). Habría sido, propone Arzalluz, un procedimiento de tipo suizo, donde la unanimidad en la asamblea del cantón resulta de los tamices establecidos en instancias inferiores. De nuevo la montaña rusa sigue siendo lo que era, y se disfraza ante el observador de montaña suiza.Porque el procedimiento mediante el cual ha sido aprobado ese viraje decisivo en la política del PNV cuenta tanto de entrada como sus resultados doctrinales y no precisamente por su carácter democrático. Las primeras manifestaciones de disconformidad, tipo Ardanza, fueron acalladas con el llamamiento a debatir dentro del partido, pero luego en el interior de éste la disidencia resultó aplastada, a medias por el molde organizativo que impide prácticamente la salida a la luz de corrientes opositoras y el resto por la intimidación: oponerse al "soberanismo" era sentar plaza de enemigo de la paz y hacerle el juego al enemigo exterior.

La enseñanza es útil frente a quienes opinan que la autodeterminación que ahora propone Arzalluz es la cosa más natural y democrática del mundo. Si todo partido registra tendencias oligárquicas, la estructura del PNV -que en la última asamblea no pudo siquiera ser objeto de enmiendas- le introduce en la categoría del centralismo democrático: el grupo dirigente monopoliza decisiones y voz en torno a un liderazgo carismático, objeto de un auténtico "culto a la personalidad". Arzalluz es el PNV, y el PNV, ahora en el fraterno marco de un frente nacional por la independencia, es el Pueblo Vasco. Y éste se asienta a ambos lados del Pirineo, sometido -por poco tiempo- a los dos Estados opresores, en el territorio de Euskal Herria. Todo es muy simple y, en contra de lo que se proclama, sólo hace falta que ETA mantenga de un modo u otro su presión, para que por lo menos en Hegoalde (las provincias y Navarra) se haga realidad. A la vista de lo ocurrido con el proceso político que llevó a la última asamblea del partido, resulta absurdo pensar que Arzalluz, su círculo y sus aliados, van a autorizar el desarrollo de un proceso democrático, plural y sin coacciones, donde sus irracionales objetivos puedan verse invalidados. No es, pues, sólo que resulte incluso una ofensa al sentido común hablar de autodeterminación cuando el terrorismo sigue amenazando con la muerte y practicando la intimidación sobre los ciudadanos vascos, sino que el comportamiento de PNV y de HB, cada uno en su estilo, garantiza que una consulta dirigida por ellos en el "marco vasco de decisión" sería únicamente un plebiscito de confirmación de la secesión previamente definida desde Ajuria Enea en los planos técnico y simbólico.

Si a esto unimos que el texto aprobado por la asamblea utiliza de forma torticera las referencias a los "derechos históricos" en la Constitución, que habla de "respetar" ésta cuando por la vía citada busca objetivos radicalmente contrarios a la misma, que exhibe una visión fraudulenta de los llamados "derechos históricos" como situación de soberanía vasca antes de la era constitucional, que propone la unidad "innegable" de una Euskal Herria que por suerte o por desgracia nunca estuvo unida, y que adscribe finalmente la decisión a un Pueblo Vasco que visiblemente no coincide con la ciudadanía de Euskadi, difícilmente cabe valorar que el logro "suizo" de Arzalluz suponga una contribución a la paz y a la democracia en Euskadi.

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