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Un cometa en campaña

Josep Ramoneda

La alianza de la izquierda catalana, Esquerra Republicana incluida, para una candidatura conjunta al Senado podía haber sido un tema de ámbito doméstico catalán. Un factor de incomodidad para CiU que ve como por todas partes se le escapa el monopolio del nacionalismo. Y, sin embargo, el PP lo ha convertido en uno de los primeros temas de campaña. Dejemos de lado las afirmaciones sonrojantes propias de estos periodos, como por ejemplo la de Arenas cuando dice que Almunia es el candidato de Esquerra. La reacción del PP -con todos sus tenores lanzados sobre este tema- confirma una cualidad de Pasqual Maragall: su acreditada capacidad de iniciativa política. Esta cualidad va acompañada, no obstante, de un defecto: nunca se sabe de antemano a quien acabará beneficiando un debate provocado por Maragall. Y casi siempre genera dudas entre los suyos. Es una manera de hacer avanzar las cosas, aunque a veces tenga costes a corto plazo. Porque se corresponde perfectamente con su estilo se da por entendido que, aunque Maragall esta vez no sea candidato a nada, esta iniciativa parte de él. Es la estela del cometa de las autonómicas: Maragall quiere que el federalismo deje de ser una cláusula de estilo en los documentos del PSOE para convertirse realmente en una nueva articulación de España.Las razones por las que el PP corre a utilizar la "entesa" de la izquierda catalana contra Almunia recubren un amplio espectro. El PP levanta dudas sobre la lealtad constitucional de los socialistas; satisface su resentimiento por los pactos del pasado verano que tan altos costes tuvieron para los populares en poder local y autonómico; e intenta hurgar en la confusión que la iniciativa de los socialistas catalanes pueda provocar en el conjunto del socialismo hispánico. Pero sobre todo el PP tiene un objetivo primordial de campaña: evitar que el fracaso de la tregua en el País Vasco revierta contra él y ocultar su parte de responsabilidad en la ruptura del consenso democrático en Euskadi. Sin duda, la mayor responsabilidad en la brecha que en el País Vasco separa actualmente al nacionalismo democrático de los partidos constitucionalistas corresponde al PNV. Pero la estrategia diseñada por el PP desde 1996 y reforzada a partir del caso Miguel Ángel Blanco de acuerdos con el PNV en Madrid y confrontación abierta en el País Vasco también ha contribuido al deterioro de la situación. El ataque a la "entesa" promovida por los socialistas catalanes pretende generalizar la convicción de que no hay trato posible con el independentismo. Aunque sea el mismo día en que la presión empresarial fuerza un pacto fiscal con el Gobierno vasco, ante el temor de éste de que una resolución del Tribunal de Luxemburgo pusiera en cuestión todo su modelo de autonomía financiera.

El PP había abierto campaña a los sones del nacionalismo constitucional. Almunia ha respondido sin entrar en una absurda subasta de patrioterismo. El discurso nacionalista es el más manido banderín de enganche electoral. Pero el país ha cambiado. La descentralización del Estado de las autonomías ha hecho que aparezcan otros sujetos políticos en el país. En este contexto, puede que las apuestas por mayorías plurales tengan mejor eco del que los asesores de Aznar suponen. Más teniendo en cuenta que el estilo de Aznar tiende a hacer rancio todo lo que toca.

Puede que el cometa Maragall siga su camino con la mirada puesta en la Generalitat y que los destellos de su cola creen problemas a Almunia a corto plazo. La insistencia en una nueva mayoría parece dar por descontado que el PSOE no tendrá suficientes votos por sí solo, lo que sería síntoma de baja moral de campaña. Pero puede también abundar en una idea bien vista por la ciudadanía: se acabaron las mayorías absolutas, hay que pensar en mayorías plurales. En todo caso, Almunia tiene una oportunidad de consagrar la idea de que puede haber formas de articulación política, por evolución del marco constitucional, basadas en el entendimiento y en la lealtad y no en la confrontación y el recelo. Aunque sea necesario una reserva: Maragall siempre se hace infundadas ilusiones sobre el grado de compromiso de sus aliados. Y a veces se lleva algún chasco. Los síntomas de intolerancia que Esquerra ha mostrado con Solé Tura no son un buen principio.

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