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TRIBUNALES

Segundo juicio en Alicante al acusado de asesinar a puñaladas a sus ex jefes

Un jurado popular tendrá que determinar si José Antonio Martín Sobrino tenía alteradas transitoriamente su facultades mentales cuando el 31 de octubre de 1997 terminó con la vida de sus ex jefes en Alicante. La Audiencia de Alicante no consideró en un primer juicio que el autor confeso de la muerte de José Bru, de 80 años, y de la esposa de éste, Susana Moya, de 63, actuara enajenado, por lo que fue condenado por doble homicidio sin que se le aplicaran los atenuantes que reclamaba su defensa. Ésta recurrió al Tribunal Superior de Justicia (TSJ), instancia que anuló la primera sentencia y ordenó que otro tribunal volviera a enjuiciar al acusado.Ayer arrancó en la Audiencia de Alicante la primera sesión de la nueva vista oral. Martín Sobrino se autoinculpó de la muerte del matrimonio. "Sé que lo hice, porque estaban allí, en el suelo, pero no recuerdo que los apuñalara", dijo al tribunal. El acusado relató que se encontraba angustiado por las deudas que había contraído. Sin trabajo y después de haber roto con su novia tras 9 años de convivencia, se echó a la calle el día de los hechos "con la intención de atracar a alguien". Cogió un cuchillo de cocina de su casa y se dirigió a casa de sus ex jefes. Antes, según declaró, anduvo por un parque y visitó un bar cercano a la ferretería de la que, unos meses antes, fue despedido. La mujer del dueño del negocio le abrió la puerta y le condujo hasta la estancia de la vivienda donde su esposo veía la televisión. "Fui con la intención de pedirles ayuda; en ningún momento pensé en robarles", declaró ante el tribunal. Habló con José Bru, pero no le pidió dinero.

Tras concluir la conversación, la mujer le acompañó a la puerta y fue ahí, antes de abandonar el piso, donde se desencadenó el doble crimen. El acusado declaró que, sin saber por qué, sacó el cuchillo y cayó con la mujer al suelo. El anciano, al escuchar los gritos de su mujer, acudió en su auxilio. Ambos murieron de varias cuchilladas. "Sólo recuerdo que quería salir de aquella escena de horror", indicó el homicida. Antes se lavó las manos, cogió las llaves de la ferretería y abandonó la casa. En el establecimiento se apoderó del dinero de la caja, unas 13.000 pesetas, y se marchó en taxi a su casa, donde se cambió de ropa. Luego acudió a un hospital para que le curaran una herida en la mano.

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