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Ser andaluz

MANUEL ALVAREn 1643, un grabador francés copió la Vista de Mathäus Merian con que se ilustra la Neuve Archontologia Cosmica de Johan Ludwig Gottfried (Francfort, 1638). Asoman ya los tópicos: (Magazin des Indes) y el artista incapaz de distinguir la r simple de la múltiple, o la n de la ñ, que todo vale. Pero sobre una hermosa estampa pespuntea la emoción por más que en un español lamentable: "Qui non ha vista Sevilla / non ha vista marravilla". Es verdad; sobre los despropósitos de los hombres queda el testimonio de una ciudad incomparable, en la que la hermosura se identifica ontológicamente con su propio nombre.

Sevilla asciende a una altísima cumbre de cultura, que es tanto como decir de su universalidad. Sevilla está ahí, como Florencia, como Venecia. Igual que las grandes ciudades italianas supo convertir el oro y la plata en los mejores colores de la paleta humana (digamos Tiziano, digamos Veronés). Pero en Sevilla vieron la luz, y las luces, Velázquez o Murillo.

Tenía razón González Anaya cuando quería que a su condición de novelista le retiraran el adjetivo andaluz. Ampararnos en connotaciones localistas es empequeñecer lo que son valores absolutos. A nadie cedo en mi amor a Andalucía, pero por eso siento sonrojo al ver cómo se desvirtúa lo que para mí es la grandeza de un pueblo, trivializado en motivos intrascendentes. No se olvide lo que ha venido a ser el adjetivo folclórico cuando lo referimos a Andalucía. Gran región, de ciudades incomparables, de gentes a las que no cambiaría nunca por otras, y que las sirven (tierras, ciudades, gentes) mermadas de lo que es más inalienable e intransferible.

Y esto puede desembocar en equivocados apostaderos, como el libro de Dominique Grard (Imágenes de Andalucía y sus habitantes en la narrativa andaluza de principios del siglo XX) con las entradas que se llaman Nostalgia del pasado, Rechazo de la modernidad, Xenofobia, Superficialidad moral de los personajes... Esto nos lleva a esas pegatinas vituperables: "Zoy andalú, casi ná". Estamos a un paso de otra propaganda turística: "España es diferente". ¿En qué? Y ¿por qué?

Durante 20 años he recorrido los pueblos andaluces, he hablado con las gentes más pobres y he pasado fríos, achicharramientos, sed y, si se ha terciado, hambre. Por eso quiero ser andaluz y repudio la moral de sacristía, la gracia desabrida o el señoritismo caciquil. ¿Que a muchos de estos novelistas todo eso les parece bien? Allá ellos.

Durante muchos años, desde mi Universidad de Granada, estuve yendo a Marruecos. Por 1950 y siguientes, me dijo, quien tenía grandes responsabilidades en el Protectorado, que las enfermedades más corrientes eran la sífilis, el tracoma y la tuberculosis. Hace bien poco volví. ¿Hay ciudad más sórdida que la Medina de Tánger? Resulta que alguno de estos novelistas -como los advenedizos de hoy- suspiran por esos paraísos. Los "antepasados árabes", y visigodos, y cristianos y nuestra propia realidad histórica. La malhadada reconquista de Málaga se debe leer en otras fuentes y sabrán la entrada de los Reyes Católicos: él armado de punta en blanco; ella, con los pies descalzos.¿Y la benevolencia no cuenta? ¿Y los cristianos depauperados de Ronda?

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