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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La huida

Muchas son las incógnitas que rodean la huida del Tíbet hasta la India del Karmapa Lama, un niño de 14 años que es el tercer mandatario en la jerarquía del budismo tibetano. Su llegada a Daramsala, en el norte de la India, después de un largo y durísimo trayecto clandestino a través del Himalaya, es en todo caso una prueba más de que el Tíbet, bajo la ocupación china, sigue en una situación de bloqueo político y de desprecio humanitario.Su exilio se perfila como una nueva dificultad en un proceso de normalización en el Tíbet que el régimen chino parece incapaz de afrontar. Porque el Lama huido era el único dirigente espiritual tibetano al que Pekín otorgaba un cierto estatuto de aceptación oficial con el que contrarrestar el prestigio y la influencia en todo el mundo del Dalai Lama. Éste ha combinado, desde que comenzó su exilio hace 40 años, sus grandes dotes diplomáticas con su firmeza en la defensa de su pueblo, invadido por un régimen expansivo e implacable y mantenido hoy aún bajo una fuerte represión y presión asimiladora.

Propugnar la desaparición de una cultura en un país ocupado militarmente es un crimen que se agrava con los métodos utilizados por China en el caso tibetano. Las fuerzas chinas pueden destruir aún más templos y lugares sagrados para los tibetanos, según su política iniciada en 1959. Pero difícilmente podrán hacer compatible esta política con una apertura imprescindible para que una economía cada vez más integrada en el mundo mantenga su ritmo de crecimiento. Ayer, el régimen de Pekín confirmó un incremento del PIB en torno al 7% para el presente año.

Ayer, fuentes oficiales chinas insistían en que el viaje del joven Lama a la India se debía a otros motivos y no equivalía a una fuga. Esta actitud parece ser indicio de que en Pekín no se quieren cerrar las puertas a una posible reconciliación con el joven fugado y todo lo que representa. Pero, al margen de maniobras diplomáticas, lo que sí supondría un cambio esperanzador sería que China pusiera fin a su agresión contra el Tíbet, uno de los peores legados del siglo pasado y que nada tiene que ver con la política de cooperación y tolerancia que se espera ver cuajar en Pekín lo antes posible. Por el bien de los tibetanos, pero no menos por los propios chinos.

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