Edmundo, un gol para toda la vida
Hace un par de semanas, Eurico Miranda, vicepresidente del Vasco de Gama, decidió perdonarle a Edmundo la exclusión del equipo y una multa 35 millones de pesetas impuesta tras una exagerada salida nocturna de las suyas en pleno proceso de recuperación de una lesión. Y justificó semejante gesto de piedad en la necesidad del equipo de disponer de la puntería de su delantero. Lo que el directivo no imaginaba al fiarse de las promesas de disciplina de su número 10, al hacer las paces con él, es que en ese preciso momento estaba cerrando el negocio más beneficioso de todo el Mundial. Que no se estaba garantizando sólo una pizca de exactitud en el remate para dicho torneo, sino su página más hermosa, un gol de los que trascienden a todos los tiempos, de los que se recuerdan siempre.El hermoso cuento de fútbol de Edmundo comenzó en el minuto 41 del decisivo partido ante el Manchester, ya con 2-0 en el marcador, y terminó tan sólo dos segundos después: dio unos pasos desde la frontal en dirección al centro del campo y se ofreció; el punta brasileño recibió la pelota, con Silvestre en el cogote, a la altura de la media luna del área y de espaldas a la portería, instante que aprovechó para meter el pie derecho debajo del balón y mentir al defensa y a la lógica: la pelota y Edmundo se marcharon cada uno por su lado, dejando clavado y roto a Silvestre en el medio, y se reencontraron en el punto de penalti. Lo demás, antes de que llegaran al cruce Stam y Bosnich, fue remate, gol y gloria.
Hasta Romario, el viejo amigo con el que ya apenas se habla, acudió excitado a felicitarle. Cuando le alcanzó, claro, que agarrar a Edmundo tras su enorme gol a punto estuvo de precisar ayuda policial. Porque el animal, como se le conoce, salió disparado nada más ver la pelota en la red y, según dicen los que no le quieren y le acusan de vago, se pegó la carrera más larga de su vida. Dedicada a un niño de cuatro años que murió la semana pasada de meningitis sin poder cumplir su sueño de ver ganar al Vasco contra el Manchester. Con la camiseta subida y señalándose el pecho, Edmundo también se reivindicó ante el público y ante sus jefes. Los mismos que hace tan sólo unos días le empezaron a perder la fe, a anunciar una rescisión de contrato al término del Mundial.
El malestar hacia Edmundo, de 28 años, procedía del rasgo que ha acompañado toda su carrera: la indisciplina, la propensión a meterse en líos y la devoción por la buena vida. El chico, eso sí, no miente. Cuando se comprometió con el Vasco obligó a incluir en su contrato una curiosa cláusula que le concedía licencia para todo después de los entrenamientos. De modo que Edmundo no se dio por aludido cuando el Vasco, a poco menos de un mes del comienzo del campeonato, estableció un "ambiente de concentración" y prohibió a sus jugadores las salidas nocturnas. Lo que irritó sobremanera a los gestores del Vasco fue sorprender al jugador bailando en un bar y en dos discotecas de Río de Janeiro a altas horas de la noche, cuando debía guardar reposo para curarse una lesión.
Tras escuchar el propósito de enmienda del futbolista, el vicepresidente aceptó perdonarle. Y hoy el fútbol le da las gracias por ello.
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