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Tribuna
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Celta-Barça: azul profundo

Mañana, en Balaídos, el Celta y el Barcelona darán un puñetazo sobre el tablero de la Liga. No puede ser de otra manera, porque han llegado al final de la primera vuelta en una situación equívoca: son dos de los equipos más celebrados de la competición, mantienen sus aspiraciones al título, y sin embargo no se sienten felices. Esta paradoja se justifica fácilmente si consideramos las contradicciones en las que se mueven. Después de una irreprochable participación en la Liga de Campeones y en la Copa de la UEFA, ambos entraron en una larga temporada de confusión, y hoy están con la bolsa medio llena y medio vacía; tienen el mal cuerpo habitual entre crápulas y aventureros. Con la seguridad de quienes han conseguido sobrevivir, pero con el escozor de los últimos arañazos en el pellejo, ahora no lucharán por un trofeo de salón, ni por un premio en metálico, ni siquiera por la difusa gloria del campeonato de invierno: buscarán, sencillamente, una oportunidad de rehabilitación.Sobre esta batalla por el estilo, hoy lo conocemos todo salvo el desenlace. Así, ocurra lo que ocurra con el marcador podemos vaticinar que ambos competidores se entregarán a una misión en la que ganar no es suficiente. Como cuestión previa, Louis Van Gaal y Víctor Fernández rechazarán algunas ventajas: no dejarán que el azar decida por ellos, ni se acogerán al beneficio del repliegue, ni se conformarán con esperar a que el enemigo cometa algún error suicida. Planteada desde sus objetivos, la situación estará muy clara desde el primer minuto; antes que luchar por la victoria los dos equipos lucharán por la iniciativa.

La primera curiosidad del partido está precisamente en la particular sintonía entre los rivales. Esta vez no seremos testigos de un nuevo pulso entre el que ataca y el que espera, porque como se sabe los dos duelistas presumen de practicar la guerra de invasión: odian las batallas de desgaste y están persuadidos de que la mejor de las expresiones posibles de este deporte es fulminar al contrario en su propio terreno. Ese principio impone riesgos, pero Víctor y Van Gaal los aceptan como parte del encanto de la competición y sobre todo como parte del juego.

Aunque piensen que la mejor defensa es un buen ataque, ambos tienen además sus mecanismos de protección. Uno es la lealtad al formato del equipo y otro la lealtad a la pelota. Para dos contendientes que implican a tantos jugadores en el despliegue, es imprescindible preparar la cobertura con una estudiada ocupación de espacios. Por el mismo criterio, no consideran la pelota como una engorrosa herramienta de la que conviene desprenderse a la mayor brevedad o como un cargante juguete que puede tratarse a patadas; es sobre todo un arma de precisión. Con ese convencimiento viven pendientes de dos misiones consecutivas: primero la de recuperarla, después la de mantenerla. Luego serán los futbolistas quienes marquen la diferencia con sus habilidades; quizá Rivaldo con su pierna extensible, o Mostovoi con sus recortes de hielo, o Figo con sus quiebros de forcado.

Podemos anunciar que quien gane volverá a casa con la patente de equipo mejor construido del Campeonato. Habrá logrado una primacía que no será homologada en los libros de cuentas, pero dejará huella en el torneo y pasará a la memoria de los aficionados con buen paladar.

En términos de autoridad moral valdrá mucho más de lo que representa. Quien consiga imponerse sumará tres puntos, dará tres pasos hacia el liderato, y sobre todo habrá conseguido renovar su mejor garantía.

En un solo envite habrá recuperado su reputación.

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