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Año para el cambio

Antonio Elorza

El compromiso que se impuso a sí mismo de agotar la legislatura le está jugando a José María Aznar una mala pasada. Para una mayoría saliente, adelantar las elecciones es siempre un medio de plantear la contienda electoral en el momento más ventajoso, pero puede constituir también una necesidad si surgen determinadas circunstancias que hacen singularmente difícil la acción de gobierno. En nuestro caso, la conveniencia de las elecciones anticipadas se derivaba de algo nada misterioso: el resultado de la doble convocatoria de europeas y administrativas -municipales y de comunidad- fue lo suficientemente apretado como para hacer del periodo que mediaba entre los comicios de junio y las parlamentarias de marzo una interminable campaña electoral. Nada bueno para el funcionamiento del sistema, en particular por el dramatismo que ha asumido la cuestión vasca, y menos para la pretensión del Partido Popular de gobernar con normalidad. No sólo porque el PSOE estaba obligado a ejercer una presión continuada para así lograr el desgaste que equilibrase las perspectivas de voto, sino asimismo porque desde el momento en que sobre la mesa el juego se desarrollaba con el PP en posición de banca, ningún partido tenía el menor interés en favorecer sus intereses, convirtiéndose todos en competidores suyos. Las combinaciones de alianzas poselectorales supusieron ya para Aznar graves reveses, especialmente en Aragón y Baleares, y menos mal que la suerte le deparó en Cataluña que Jordi Pujol necesitase los votos populares para continuar al frente de la Generalitat.A pesar de esa circunstancia favorable, el Gobierno parece hoy en posición más débil que en junio, y sobre todo mucho más nervioso e inseguro. La rocambolesca tramitación de la Ley de Extranjería ha puesto de relieve, además, que en caso de conflicto de posiciones dentro del partido prevalecen las más conservadoras. Los tres primeros años del Gobierno, con el viento en popa de la coyuntura económica, hicieron posible que Aznar exhibiera la imagen de seguridad que tanto le complace. Ahora, sin que fuera del tema vasco se alcen grandes obstáculos, la incapacidad para sortearlos con una mínima habilidad, así como para librar al país de gestiones tan espectacularmente desastrosas como la del ministro de Fomento, va acumulando puntos negativos. Hasta el extremo de que si el PP pierde las próximas elecciones será mucho más por insuficiencia y arrogancia propias que por la eficaz labor de oposición socialista.

Cabe pensar que sería un relevo positivo. No porque las expectativas que despierte el PSOE sean esplendorosas. Joaquín Almunia es un líder gris, pero puede ser un buen gestor y, si Felipe González lo permite, irá devolviendo al partido su vieja imagen de honestidad y defensa de los intereses de la mayoría. Sólo en el problema vasco son él y el grupo dirigente del PSOE incógnitas que las tomas de posición oscilantes entre la solidaridad democrática y el electoralismo no contribuyen a despejar. De cara a alianzas con otros grupos para formar Gobierno, seguramente no incurrirá en la actitud de prepotencia adoptada con los menores por Aznar. Y con un poco de suerte, aunque Paco Frutos no se distingue precisamente por su espíritu de compromiso, tal vez el mero instinto de supervivencia le haga aceptar de algún modo la unidad de acción, léase apoyo de Izquierda Unida desde el exterior a un Gobierno socialista.

Lo que no sería bueno es que Aznar tenga otros cuatro años para seguir tejiendo la tela del poder en que se articulan la acción económica del Gobierno y una maraña de intereses privados de él dependientes, con una creciente incidencia sobre las políticas públicas de grupos de presión de signo reaccionario (por ejemplo, en educación).

En el mundo feliz de las privatizaciones controladas, el Gobierno Aznar ha actualizado la máxima del oaxaqueño Benito Juárez: "A los amigos, gracia y prebendas; a los enemigos, la ley a secas". Todo ello requiere un alto grado de control sobre la comunicación social. Y no está el dinamismo de nuestra sociedad del año 2000 para soportar esa invisible camisa de fuerza.

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