_
_
_
_
_

El Jubileo colapsa Roma

Una ciudad que lleva en pie cerca de tres mil años podrá, seguramente, sobrevivir a las ceremonias del gran Jubileo y a las masivas fiestas programadas por las diversas autoridades locales para el año que acaba de comenzar. Pero si hubiera que tomar como ejemplo de lo que le espera a Roma en 2000 lo sucedido en los tres primeros días del año, muchos de sus habitantes harían bien en plantearse seriamente una fuga provisional. Del 31 de diciembre al 2 de enero la Ciudad Eterna ha sufrido al menos tres avalanchas humanas dignas de consideración. Masas gigantescas sin medios de transporte público al alcance de sus dimensiones que se han visto obligadas a vagar por la ciudad y a sitiar la estación Termini en espera de inexistentes trenes. Peregrinos infantiles concentrados en el Vaticano a la intemperie, esperando hambrientos las vituallas que no llegan, a la caza y captura de las insuficientes letrinas públicas. Largas filas de automóviles bloqueando las principales arterias de la capital y haciendo casi imposible la circulación de autobuses o taxis. Una prueba de fuego para Roma que ha enfrentado al Vaticano con el Ayuntamiento, a los ciudadanos de a pie con sus gobernantes, a la oposición política con el alcalde, Francesco Rutelli. Todos a la búsqueda de culpables. Las autoridades se defienden con las cifras. En los diez primeros días del Año Santo se han dejado caer por la ciudad tres millones de personas. Pero, ¿qué son tres millones para una ciudad decidida a recibir a no menos de 30 millones de peregrinos, aunque, eso sí, espaciados en 12 meses?Todo empezó la noche de fin de año, cuando los organizadores del concierto de Piazza del Popolo (un espacio con capacidad para unas 250.000 personas) se vieron desbordados con la asistencia de más de un millón de personas. A partir de ahí fue el delirio. El exceso de personas y decibelios dejó un saldo de automóviles destrozados, grietas en palacios e iglesias, gente atendida por desmayos y lipotimias en el hospital y una plaza espléndida, recién restaurada, sumergida en un mar de basura y vidrios rotos. El tráfico del centro de la ciudad, prácticamente sin autobuses en circulación a partir de las nueve de la noche, quedó colapsado. "A las 10.30 era ya imposible entrar en la plaza, y en las calles adyacentes se amontonaban los coches abandonados por sus dueños", contaba una asistente al concierto. Al terminar la música, la gente optó por desplazarse a pie a la estación Termini para darse de bruces con la cruda realidad de que tampoco había trenes. "Se había anunciado ya que el 1 de enero no habría trenes. Quienes fueron a la estación a reclamarlos pedían lo que no se les podía dar", se ha defendido después el alcalde.

La experiencia de una jornada sin duda catastrófica, aunque, como ha recordado Rutelli, "feliz y sin víctimas mortales", no les sirvió de mucho a las autoridades porque el día siguiente la famosa maratón de San Silvestre -que coincidía con la apertura por el Papa de la Puerta Santa de la tercera basílica romana- se cobró su parte de caos. Pero todo habría caído en el olvido de no ser porque el 2 de enero, primer domingo del flamante 2000, coincidía con la celebración del Jubileo de los Niños en la plaza de San Pedro del Vaticano. Y aquí se reprodujo la hecatombe. Desde primeras horas de la mañana decenas de miles de niños, acompañados por miles de adultos, quedaron sitiados en la inmensa plaza, sin posibilidad de entrar en la basílica (que sólo tiene capacidad para unas 8.500 personas), ni de encontrar un sitio donde resguardarse del intenso frío. A lo largo y ancho de la Via della Conciliazione, sólo un bar se decidió a abrir las puertas, mientras las letrinas públicas se mostraron absolutamente insuficientes. La llegada del Papa fue acogida con gritos de alegría por los pequeños, pero, desaparecida la figura del Pontífice en el interior de la basílica, los jóvenes peregrinos fueron asaltados por otra urgencia terrenal: llenar el estómago. "Entonces nos dimos cuenta de que las cajas de comida estaban a varios centenares de metros de distancia, en la explanada de castillo de Sant"Angelo, y que ir a por ellas y regresar atravesando la multitud iba a resultar una empresa dificilísima", relataría después la responsable de uno de los grupos llegados del sur de Italia.

Las cifras se habían desbordado nuevamente. De las 50.000 personas previstas por Acción Católica, que se encargó de organizar la llegada de los diferentes grupos a Roma, se pasó a un total de 150.000.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_