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¿Un nuevo Oriente Próximo?

Nadie sabe todavía adónde conducirán exactamente las conversaciones entre Siria e Israel, pero presiento que tras un largo retraso, interrumpido por agrias disputas, surgirá de hecho un acuerdo entre las dos partes. Después de todo, las negociaciones entre Israel y los reyes y presidentes árabes no son lo que habitualmente se retrata en los medios de comunicación, o sea, una competición prolongada entre partes relativamente iguales, sino algo en realidad muy diferente. La íntima alianza estratégica entre Israel y Estados Unidos (y otros detalles más pequeños pero significativos que incluyen el hecho de que todos los principales funcionarios estadounidenses responsables de la política en Oriente Próximo estén directamente vinculados con Israel por su anterior trabajo (como por ejemplo, Martin Indyk y Dennis Ross, con el lobby israelí) garantiza a Israel la última palabra en el orden del día y en los resultados de las negociaciones. Juntos, los dos países controlan la abrumadora supremacía del poder, dejando a los árabes desgraciadamente sin mucha esperanza de obtener mejoras sustanciales, excepto algunas fórmulas para salvar las apariencias y gritos de éxito. Si uno no supone una amenaza militar creíble, y carece de unidad en sus filas, y si, como es el caso, su sociedad está inmovilizada por la ausencia de democracia y de instituciones civiles, la única carta que puede jugar es la pura y mera negativa: negarse a firmar. ¿Pero es eso probable?En efecto, Siria ha indicado que está dispuesta a firmar. "Los hemos traído aquí para demostrar su voluntad de firmar", declaró Joe Lockhart, secretario de Prensa de la Casa Blanca. Hablaba de la reunión de Washington entre Ehud Barak y Farouk al Shara. Fíjense ante todo en el descarado tono imperialista de las declaraciones de Lockhart. Es como si un gran gobernante hubiese convocado a dos vasallos enfrentados para hacer alarde de su poder sobre ellos, y al mismo tiempo engrandecer su imagen un tanto empañada. A un presidente estadounidense siempre le viene bien resultar presidencial, especialmente al actual, cuyas increíbles payasadas le han despojado prácticamente de todo derecho al papel de líder mundial. En cierto sentido, nada podría ser más fácil que inducir a Siria a enviar un emisario de alto rango como el ministro de Asuntos Exteriores a Washington para cierta discusión preliminar con Barak, y, como buen político que es, Clinton aprovechó la oportunidad para hacerlo. Lo que él y su personal de seguridad nacional saben demasiado bien es que, los árabes, en su actual estado de disensión interna y de grave disolución social, no tienen más remedio, desde el punto de vista político, económico o militar, que acudir en rebaño a Estados Unidos, no sólo porque no tienen otra alternativa sino también porque es una forma de garantizar la demasiado precaria duración de sus regímenes. Y, tras haber resistido durante tantos años, Hafez el Assad cree que ha adquirido una imagen de hombre de principios nacionalistas árabes suficientemente sólida como para seguir la inevitable senda de Washington. Desconozco los detalles de su negociación y sus posturas definitivas, pero tengo la sensación de que no presentan un serio obstáculo para la estrategia de Estados Unidos e Israel.

Dicho esto, deberíamos preguntarnos qué es lo que este acuerdo presagia para el futuro. En lo que respecta a Siria y Líbano, si hubiese que creer Thomas Friedman, ese apóstol del imperialismo económico estadounidense, significará la apertura de la economía de ambos países -en la actualidad terriblemente estancada- a las ventajas de la inversión, la reducción de la deuda, el turismo y similares. Éstos son los premios. Los no tan brillantes aspectos negativos son, en mi opinión, más impresionantes. Es improbable que una paz entre Siria e Israel produzca una mayor "calidez" en las relaciones entre ambos países que la producida en los casos egipcio, jordano y palestino. La mundialización normalizada, valga la expresión, ha beneficiado sólo a una diminuta fracción de las poblaciones implicadas, ya que la destrucción del sector público, la rapacidad del capital financiero internacional y la complicidad del minúsculo grupo de directivos y magnates que ha surgido allá donde la mundialización ha penetrado en un mercado local pobre han creado crisis de vivienda, fuerte desempleo y extraordinarios trastornos en la educación, el medio ambiente y la cultura popular. En un marco tal, la sostenibilidad económica está siempre en función de lo que las economías locales pueden obtener del exterior del país, y, por tanto, no se puede dar por hecho que sostengan el crecimiento y el desarrollo por sí mismas. ¿Quién se va a beneficiar en Siria o Líbano? Precisamente aquellas clases que quizá se hayan irritado con las críticas del régimen, pero que no obstante se mantuvieron sumisas. Y eso es todo. Comerciantes, empresarios, intermediarios locales, vividores, profesionales bien relacionados. Pero los profesores lo pasarán mal, así como sus alumnos; las universidades y los colegios no se beneficiarán de la inversión a gran escala; es prácticamente seguro que el medio ambiente se deteriorará aún más; los habitantes tanto urbanos como rurales que viven de salarios reducidos se verán abocados a una mayor competencia y a unos resultados menos positivos en lo que se refiere a gastar el dinero o garantizar el futuro de sus hijos; y la emigración aumentará, al igual que la fuga de cerebros.

El principal problema es que años de partido único, de gobierno de un solo hombre han esquilmado las energías del país casi por completo. Un notable libro nuevo sobre la Siria de Assad escrito por Lisa Wedeen, Ambiguities of Domination: Politics, Rhetoric and Symbols in Contemporary Syria, detalla cómo el lenguaje y los rituales políticos que elogian el eterno gobierno de Assad, su asombrosa brillantez, su longevidad y demás, forman parte de un elaborado sistema de dominación que exige sumisión, a menudo la consigue, y postula penas merecidas si no se sigue obedientemente. Y, sin embargo, afirma Wedeen, los sirios no se dejan engañar por los encomios o la retórica de la adulación: Assad provoca todavía suficiente temor y disgusto como para que bajo la superficie esté a punto de estallar una lucha entre gobernante y gobernados que hay que librar a diario entre el régimen y el partido por una parte, y la mayoría de la sociedad civil por la otra. Nadie sabe por cuánto tiempo puede continuar la dictadura del Baath y cuáles pueden ser realmente las esperanzas de un posible sucesor del régimen (de Basahar). Parece claro que Assad se ha convencido por fin de que tiene que dar los pasos para un proceso de paz como es debido, obtener lo que pueda de Estados Unidos (debe de suponer que, dado que Israel va a pedir unos 2,8 billones de pesetas por desmantelar los asentamientos del Golán, él puede conseguir también un buen precio por el tratado de paz) y recibir la aceptación de la hegemonía en Líbano. Pero al igual que les ha pasado a los demás que han vivido el mismo proceso con Israel, no hay garantía de que se pueda conseguir una prima por la paz; por el contrario, es muy probable que el descontento popular en Siria descrito por Wedeen se acentúe más, dado que el patrón en las sociedades posteriores a un acuerdo de paz ha sido tan poco prometedor para la gran mayoría de sus ciudadanos. La conducta de Israel, derivada lógicamente de su supremacía militar y de la arrogancia cultural de sus gobernantes, no será diferente a como ha sido en cualquier otra parte y, a pesar de los esbozos utópicos que Simon Peres hace de un nuevo orden económico de Oriente Próximo, producirá más o menos los mismos resultados: un talante sombrío entre los árabes corrientes, la resistencia a la normalización, y un régimen local tambaleante colocado al borde de la insurrección y/o del fracaso económico.

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En otras palabras, más de lo mismo, a pesar de los enardecedores himnos a la nueva era de paz y prosperidad. Si algo nos enseña la trayectoria palestina es que poco se puede esperar de unas mercancías viejas y dañadas, que casualmente son el despotismo y un Gobierno antidemocrático de cabo a rabo. Las atrocidades cometidas por la Autoridad Palestina contra sus propios ciudadanos son, en mi opinión, el índice verdadero de lo que realmente significa la paz con Israel, el verdadero contenido de la oferta estadounidense que circula alegremente por los medios de comunicación de todo el mundo. Hace unos días, Abdel Jauad Salih, un valiente activista, antiguo miembro del Comité Ejecutivo de la OLP, alto dirigente de Fatah y miembro electo del Consejo Legislativo, recibió una paliza de manos de unos gorilas claramente enviados por los agentes de seguridad palestinos. ¿Su jefe? No hace falta decirlo con todas las letras. ¿El delito de Jauad Salih? Que se atrevió a pronunciarse contra la corrupción y el abuso que han secuestrado a la causa palestina y la han llevado a un fin antinatural. Éstos son en efecto tiempos canallas, que afectan canallescamente a las mismísimas raíces de los sistemas en que viven nuestros desafortunados pueblos, de forma que ni siquiera la nobleza de sentimientos sobre la paz pronunciados desde las alturas pueden tapar la agitación y el desastre descorazonador que hay debajo. En mi opinión, debemos seguir creyendo que la paz estadounidense e israelí no va a cambiar a la larga el actual estado de las cosas ni el descontento popular, y que nacerá un nuevo sentimiento de que árabes e israelíes tienen mucho más que ganar de una verdadera igualdad y una verdadera coexistencia que del pobre acuerdo que se está estableciendo bajo la dudosa tutela de Clinton. Mientras tanto, es una pena que tengamos que soportar las absurdas maniobras que se hacen pasar por "proceso de paz". Mientras no se ponga solución a las injusticias básicas, la "paz" es una confección hecha deprisa y corriendo por un grupo de líderes desacreditados, y poco más.

Edward Said es ensayista palestino, profesor de la Universidad de Columbia.

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