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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Operación Putin

La presidencia de Rusia, a la que ha accedido en funciones, tras la dimisión de Borís Yelstin, le brinda a Valdímir Putin un trampolín político y una presencia mediática que le coloca como favorito de cara a las elecciones a la jefatura de la Federación, ahora adelantadas para marzo. El ascenso de Putin, de 47 años, supone la llegada al poder en Rusia de una nueva generación, pero también la perpetuación de la actual oligarquía política y financiera que domina el Kremlin. Occidente, que con Yeltsin pierde un aliado básico, apuesta por la continuidad. Sin embargo, si algo ha marcado las recientes elecciones a la Duma es un impulso generalizado hacia una política más nacionalista e incluso más autoritaria, más crítica hacia Occidente y que rectifique el rumbo en las reformas económicas. Putin no será un Yelstin en más joven.Yeltsin no daba, física ni políticamente, más de sí. Las presiones del KGB (ahora FSB), de algunos oligarcas y de unos militares que han cobrado un peso inusitado llevaron a Yeltsin a nombrar en agosto primer ministro a ese hombre que había hecho su carrera en los servicios secretos. Como Primakov, sólo que más joven y más afín a los intereses de la familia que dominaba el Kremlin con Yeltsin. Putin ha otorgado un perdón general -un peculiar decreto de inmunidad-al dimitido presidente y a sus familiares, sobre los que extiende así un manto protector que santifica la corrupción. Con esta su primera medida, deja también claro a sus posibles aliados o adversarios quién manda: él.

La operación estaba clara. Una vez en la jefatura del Gobierno, Putin se metió en la guerra de Chechenia con toda brutalidad, para ganar iniciativa y popularidad. Y lo logró. Su partido, montado aprisa, llegó segundo, tras el comunista, en unas elecciones a la Duma no plenamente libres, como ha denunciado Gorbachov y demostró que la Operación Putin podía seguir su curso. Su ascenso y el consiguiente adelanto de las elecciones presidenciales era el siguiente paso lógico.

Yeltsin se ha ido cuando su popularidad estaba por los suelos. De hecho, ya estaba fuera, pues, constantemente internado en sanatorios, había cedido buena parte de los enormes poderes presidenciales a Putin. Bajo su apariencia de patán y su alcoholismo y pese a su falta de altura intelectual, Yeltsin, sin embargo, ha demostrado tener en los tres últimos lustros capacidad de supervivencia y táctica política. Primero, para enfrentarse con el Partido Comunista en la época soviética; posteriormente, para ganarle la partida del poder a Gorbachov, aunque para ello no dudara en desmembrar la URSS para consoilidarse al frente de Rusia, y para acumular un enorme poder tras dar un golpe de Estado contra el Parlamento en 1993. No deja nada como obra: una Rusia inmersa en una crisis económica y convertida en cleptocracia con una corrupción prácticamente institucionalizada; unos militares que mandan más, y unos ciudadnos rusos que siguen esperando que soplen vientos mejores. Yeltsin le deja a Putin una Rusia por reinventar. ¿Es Putin el hombre adecuado para afrontar tamaño desafío? Cabe dudarlo, pues llega cargado de hipotecas políticas y favores a deber.

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