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Arnold

Juan Cruz

Dice Mario Vargas Llosa que él no soporta un libro malo, pero que a veces se divierte viendo malas películas. El otro día dejé a un lado un libro malo, incluso diabólico de tan malvado, y me fui a ver una mala película, El fin de los días, que protagoniza un actor de famosísimo, e impronunciable, apellido, cuyo nombre de pila es simplemente Arnold, de anchos hombros y de malvada mandíbula, que una vez edulcoró su carácter filmado embarazándose, y que en este filme de malignos se alía con las acosadas fuerzas del Bien. Resulta que un cura oscuro del Vaticano, Tomás Aquino, ve en el Cielo la señal que indica que ha de nacer una niña que, llegado el último minuto de la última hora del maldito Milenio, será la mujer poseída por el Demonio para perpetuar la raza voraz del Príncipe Tenebroso. Tomás Aquino se encarga, por orden papal, de buscar a la niña por tierra, mar y aire, para protegerla. La encuentra en Time Square, Nueva York. El Demonio, casualmente, se presenta como tal también en esa zona del mundo y recibe la inspiración diabólica mientras cena amigablemente en un restaurante de la gran ciudad. Localizados el Demonio y la muchacha en semejante set internacional, la película muestra la catástrofe; el orín del Demonio genera fuego, las balas le resbalan, literalmente, y las mujeres y los hombres van cayendo a su paso bajo una tentación francamente irresistible: los corrompe y los rompe, avanza imparable el Mal. ¡Pero está Arnold! Colabora con la policía, es guardaespaldas, y de pronto encuentra algo raro en Nueva York: por allí ronda el Demonio, eso es evidente, y él, después de aclararse la boca con vodka, pues es alcohólico, va a aclarar las tinieblas. Todo pasa en días como éstos, hasta el fin de 1999, y Arnold está llamado a colaborar con Aquino para que el Diablo no consume el acto sexual con la chica a la que tiene que salvar el Vaticano. Al final, en lucha desigual con el Demonio, mientras se abre la tierra y hay tanto fuego como el viejo Infierno, gana Arnold, pero también sucumbe por un instante fatídico a la tentación del Demonio e intenta fornicar con la chica. El buen Arnold vence la tentación y se empala con la espada flamígera de un ángel. Después del final de esta ternura acaba la película; salimos a la calle y todo está intacto, nada está roto. Quizá porque se ha empalado Schwarzenegger. El buen Arnold.

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