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Dudas ante un nuevo siglo FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

La redacción de EL PAÍS en Barcelona ha pedido a sus colaboradores habituales que escriban un epitafio al siglo que termina. En las páginas del Quadern que se publican hoy figuran los diversos epitafios, que ofrecen al lector una curiosa variedad de juicios sobre nuestros últimos 100 años. Cuando me hicieron la propuesta, tras la perplejidad y la duda, me incliné por destacar como rasgo más característico del siglo XX la idea de cambio. "Todo lo has cambiado, excepto lo que aún queda por cambiar", puse como epitafio.¿Todo ha cambiado? Pensándolo bien, no estoy muy convencido de que esta afirmación tenga suficiente consistencia y pueda ser mantenida. A primera vista, parece cierta. Si pensamos en lo que era el mundo hacia el año 1900, casi nada de la realidad actual se le parece. Sin embargo, si comparamos la manera de ser del hombre de aquella época con la manera de ser del hombre de hoy, la distancia disminuye sensiblemente. Lo cual plantea un problema: ¿hasta qué punto el entorno social y cultural -el mundo, en una palabra- influye en el hombre? ¿Son tan distintos los sentimientos de los personajes de una obra de Chéjov respecto de los de una película de Almodóvar? Sin duda, el ambiente que rodea a unos y otros es, en apariencia, totalmente diferente: el angustiado provincianismo del cerrado mundo de Las tres hermanas, a la espera de una revolución que nunca llega, poco tiene que ver, en apariencia, con los posmodernos personajes cosmopolitas, aparentemente liberados de prejuicios sociales, de Todo sobre mi madre. Y sin embargo, hay algo inmutable en todos ellos: parecidos sentimientos, deseos, frustraciones, esperanzas... ¿Tan relativo ha sido el cambio en la vida personal de hombres y mujeres en un siglo de vertiginosas transformaciones sociales ?

Porque, ciertamente, desde otros puntos de vista, estas transformaciones han sido totales. Sin embargo, el motor de todas ellas no ha sido la voluntad consciente del hombre sino, muy especialmente, los descubrimientos científicos y los consiguientes avances técnicos. Ello es perceptible en todos los campos del conocimiento: en medicina, en biología, en física, en química... Pero si escogemos el concreto campo de las comunicaciones, la tranformación se hace mas visible, probablemente, que en cualquier otro. Las imágenes de cine del siglo XIX todavía nos retrotraen a los coches de caballos, el humo del ferrocarril y de los barcos de vapor, un elemental telégrafo, incipientes teléfonos junto a un rudimentario cinematógrafo. Nada que ver con el mundo de hoy: aviones, automóviles, radio, cine, televisión, teléfonos móviles, fax y e-mail en Internet, todo ello en proceso de innovación continua, constituyen el paisaje natural de nuestros días. Aparentemente, pues, todo ha cambiado, pero ¿el cambio se ha producido también en nuestra realidad interior, en el paisaje interno de nuestras conciencias?

¿Contituye este nuevo mundo un más justo sistema social, una sociedad en la cual los hombres son igualmente libres entre ellos? Una mirada a nuestro alrededor más inmediato nos puede inclinar a asentir. Pero una visión más global nos indica todo lo contrario: nunca la pobreza ha sido tan grande ni la distancia entre ricos y pobres ha sido mayor; nunca como ahora la economía se ha hallado tan asentada en la mera especulación financiera; nunca las guerras habían producido tanta muerte, miseria y desgracia; nunca los riesgos producidos por un armamento potencialmente devastador o por previsibles catástrofes en

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