Escuadra
NEGRITASALEJANDRO V. GARCÍADos días de conferencias y muchas horas de cavilaciones ha invertido Antonio Cruz, concejal delegado de Presidencia del Ayuntamiento de Granada, para proponer que el pendón de Castilla sea escoltado, en los actos conmemorativos del día de la Toma, por una escuadra de gastadores. ¿Cuántos soldados forman una escuadra?, inquirió un periodista de aspecto pacífico. El concejal excusó su ignorancia. "Una escuadra es una escuadra". ¡Pues que venga una escuadra! "Son nueve. Una escuadra son ocho soldados y un mando", repuso otro informador. "Y un cartabón. ¿qué es un cartabón?", habría preguntado seguramente Ernesto Páramo, director del Parque de las Ciencias de Granada, que no deja pasar una oportunidad para establecer un vínculo entre cualquier disciplina y los conocimientos científicos.
Y es que la Toma de Granada es una auténtica disciplina, una de las asignaturas obligatorias -y no la más fácil- que debe cursar cualquier granadino que pretenda convertirse en titulado. A la Toma, como a cualquier ciencia viva, le crecen todos los años una o dos cabezas nuevas, como si fuera la hidra, y pierde otra. Así se ramifica el laberinto del conocimiento y se amplía el material de las discrepancias.
El pendón, pues, irá este año guardado por una escuadra, aunque sea una escuadra de veinte, y no se ofrendará a la estatua de Boabdil un ramo de rosas, como dispuso el anterior alcalde Gabriel Díaz Berbel. Este asunto de las flores tampoco es baladí. Tiene mucha miga y su discernimiento requiere profundos conocimientos no sólo históricos sino también religiosos. He aquí que los musulmanes de la ciudad sostienen que es una infamia el fervor por las estatuas, mientras que para Paco García, presidente de la Sociedad Cultural Andaluza Almenara, de Barcelona, es una forma de "reivindicar Al-Andalus como un de las partes de la historia de Andalucía".
La Toma, como se ve, es una ciencia compleja e infinita, que ha prohijado en Granada a decenas y decenas de licenciados tomistas que durante los meses anteriores al dos de enero del año correspondiente ejercen su enseñanza con un afán desmesurado.
El dolor de cabeza que procura este cansino magisterio nos ahorra, en cambio, la jaqueca universal causada por la discusión sobre el Efecto 2000.
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