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La toma

J. M. CABALLERO BONALD

No es la primera vez que me refiero a esos festivales en que se conmemora con la obediencia debida la ocupación por las huestes cristianas de ciertas ciudades árabes de al-Andalus. Nada más congruente con las faramallas patrióticas del franquismo, sobre todo por lo que suponía de elocuente punto de referencia para insistir en la gran hazaña imperial de los Reyes Católicos. La toma de Granada era en este sentido el máximo paradigma. Ya se sabe: marca el final de la tantas veces mal llamada Reconquista, extinguiéndose así las últimas señas de la precedente diversidad cultural y religiosa. A renglón seguido, con la expulsión de los judíos, las repoblaciones forzosas y la conversión a sangre y fuego de los mudéjares, todo queda atado y bien atado. Las apariencias casi nunca engañan.

O sea, que ninguna celebración de más infundado alcance. Festejar la abrupta sustitución, por la fuerza de las armas, de una cultura eminente por otra que empezaba a serlo, resulta de una rapacidad por lo menos castrense. Sin duda que todo eso continúa pareciéndose mucho a un exterminio. Pero lo que a estas alturas de la película pasa a ser directamente imperdonable es que, en nombre de la férrea unidad nacionalcatólica -a la que tanto debe "esa España inferior que ora y bosteza"-, sigan programándose verbenas conmemorativas como las que persisten en no pocas ciudades andaluzas que antaño fueron árabes. Siempre proclamé que a cuenta de qué patrañas históricas podía festejarse esa pérdida, ese expolio, esa derrota. Una opinión que, por cierto, sólo me reportó improperios en castellano.

Pero algo está cambiando con innegable sentido común. No sé qué ocurrirá en casos similares, pero el próximo día 2 de enero, el ceremonial evocador de la toma de Granada va a experimentar serios reajustes. Sea en buena hora. El gobierno municipal piensa suprimir los fastos concernientes al patriotismo de capa y espada y se va a leer un manifiesto por la tolerancia. Y algo bastante llamativo: la presencia del Ejército pasará de un centenar de soldados a cinco, que son los que dan escolta al tristemente famoso Pendón de Castilla, cuya provocadora tremolación también ha sido suspendida. Más vale tarde que siempre.

Tal como andan de prietas las filas, lo que yo preconizaría no es que se modifiquen esos festejos, sino que desaparezcan o, en todo caso, que se reduzcan a esa oportuna proclama en favor de la tolerancia. No obstante, la simple iniciativa para introducir algunos cambios sustanciales en esos actos granadinos del día 2 de enero, ya presupone una razonable tentativa de rechazo de los viejos edictos de la autocracia y la beatería. Me refiero en especial a tantas contumaces estrategias para la metódica desarabización de España. Pongamos que a partir de la caída del reino nazarí y salvo algún paréntesis fugaz, aquí nunca han dejado de funcionar toda una serie de preceptos contra las consecutivas versiones del peligro turco. De modo que siempre me parecerá plausible cualquier iniciativa encaminada a fomentar en este sentido la desobediencia. Próspero año nuevo.

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