Almunia mete mano en el PSPV J. J. PÉREZ BENLLOCH
Contra todo pronóstico, algunos prohombres del PP valenciano explicitan sus temores ante las próximas elecciones generales. Dicen no tenerlo claro, a pesar de la bonanza económica, la plácida gestión que desarrollan y del encogimiento de la izquierda. En el fondo de su almario late una inextinguida desconfianza, que se aviva cuando las sucesivas encuestas de opinión confirman la poca diferencia que se le pronostica a su partido, incapaz de dejar descolgado a un PSOE colmado de desdichas. El canguelo explica los apremios que se le hacen llegar a la clase empresarial y a la derecha sociológica para que no bajen la guardia ni escatimen los apoyos. Será digno de ver qué hacen cuando toquen a rebato.Y la verdad es que no se acaba de comprender este desasosiego, al menos entre la grey popular valenciana, tan mayoritaria y bien asentada, con la valiosa ventaja de que su principal adversario -el PSPV- se obstina en sumar descalabros con una tenacidad y dosificación que ni prescritas por su enemigo. Pues ni así. Cuando les ataca la pesadilla de una posible pérdida del poder sueltan desconsoladamente el moco.
Por fortuna para ellos, como digo, los socialistas no pierden comba y cada semana nos sorprenden o afligen con una nueva maldad desalentadora. La más reciente, la alcaldada de Joaquin Almunia, imponiendo por narices a Jordi Sevilla como número uno por la lista de Castellón, y eso casi en la misma secuencia que se habían pulido a Joan Lerma de la de Alicante con el pretexto de que no era de la terreta, como tampoco Sevilla es de La Plana. Después de lo que ha llovido en este partido, no habría de chocarnos esta minucia. Pero lo triste de esta minucia es que reitera y acentúa más si cabe la minusvalidez en que han sumido a la federación valenciana.
Es probable que al esforzado elector socialista no le afecten estos incidentes -cosa que dudo-, pero ¿cómo le habrá quedado el cuerpo a los compañeros de base? Según unos datos que parecen oficiales, en la provincia de Valencia sólo han participado 3.052 militantes para votar las candidaturas. Es una cifra que revela, en primer lugar, la desbanda que ha padecido el partido y, después, la atonía del personal. Ya no se lo creen y, excepto los doctrinos del ciscarismo, han de soportar estas tutelas y desautorizaciones que no pueden sino abundar en el descrédito de la organización.
En medio de esta desolación, y como contrapunto, debemos subrayar algún signo de vitalidad en el que cifrar las esperanzas del colectivo socialista indígena. Nos referimos a las intervenciones de algunos militantes en Comité Federal. Por lo menos, dieron señales de vitalidad y de que no se chupan el dedo ni se amedrentan. A este respecto, Ana Noguera, portavoz del PSPV en el Ayuntamiento de Valencia, volvió a dar testimonio de su criterio, irguiéndose como una voz libre y crítica, lo que no empece su lealtad, que muy al contrario la realza. Borrellista como ha sido desde la primera hora, se siente legitimada para denunciar el campo minado que se le tendió a ese proyecto, de cuya calculada y provocada frustración por parte de los aparatos almunianistas se decantan, a la postre y en buena parte, todas estas miserias. En Madrid no le colgarán una medalla, pero sin actitudes de este cariz será imposible ensoñarle un futuro al PSPV.
Como exclaman algunos veteranos socialistas, su reino no es de esta legislatura y se darían con un canto en los dientes si lograsen impedir que el zaplanismo se alzase con una acta más de las que tiene cosechadas en el País Valenciano para el gobierno de José María Aznar. Pero se lo están poniendo difícil, con mangoneos como el que glosamos, o candidaturas tan inefables como la de Juana Serna en Alicante. Da la impresión de que únicamente las prevenciones o temor del PP nos permite pensar que el PSPV tiene signos de vitalidad y no es el campo de sal en que lo han convertido.
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