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Reportaje:

El árbol mágico

A lo largo de toda la costa atlántica, el tejo ha sido considerado desde la antigüedad un árbol sagrado, sobre todo en las regiones más occidentales del continente europeo, desde Alemania a Galicia. En torno a esta especie se han tejido numerosas leyendas y ritos, y ejemplares milenarios crecen junto a ermitas, abadías o cementerios. Ignacio Abella, botánico que ha rastreado toda su mitología, explica algunas de las razones de esta atracción: "Posiblemente provenga de aspectos como su asombrosa longevidad, la capacidad de rebrotar incesantemente aún después de caído, el follaje perenne, la dureza pétrea de su madera y su increíble elasticidad, el color rojo intenso de este material y la potencia letal de todas sus partes, exceptuando la envoltura carnosa de su semilla". El tejo se encuentra en franca regresión, como lo demuestran los numerosos topónimos referentes a tejedas que ya no existen o que apenas reúnen un puñado de ejemplares. Así ocurre, por ejemplo, con la Sierra de la Tejeda, en Málaga. Los censos de este espacio refieren la existencia de reducidas poblaciones de tejos, en las que crecen alrededor de un centenar de ejemplares. A juicio de Ángel Lora, especialista del Departamento de Ingeniería Rural de la Universidad de Córdoba, la difícil situación en la que se encuentra este árbol "se debe a perturbaciones de carácter natural, pero sobre todo, a la intensa presión que el hombre ha ejercido sobre estos bosques".

En la actualidad, el tejo se puede encontrar en las provincias de Almería (Sierra Nevada), Granada (Sierra de Baza, Sierra de Castril, Sierra Harana, Sierra de Játar, Sierra Nevada y Sierras de Tejeda y Almijara), Jaén (Sierras de Cazorla y Segura, Sierra Mágina) y Málaga (Sierra de las Nieves, Sierras de Tejeda y Almijara). Sin embargo, en la totalidad de estas sierras tan sólo sobreviven 32 poblaciones de este árbol y, como advierte Angel Lora, "en tan solo seis de ellas, repartidas en varios núcleos por Sierra Nevada y Sierra de la Tejeda, se superan los 30 individuos, siendo muy frecuentes aquellas que están compuestas por uno o dos individuos aislados". Este fenómeno, frecuente en otros puntos de la península, ha hecho que al tejo se le bautice como el "ermitaño del bosque", y que su sola presencia justifique la protección de un enclave.

La Unión Europea considera los bosques de tejos como hábitats de interés comunitario, para cuyo mantenimiento los diferentes Estados deben designar zonas especiales de conservación. En Andalucía esta es una especie protegida desde que en 1994 se incluyó en el listado de vegetales amenazados de extinción, aunque todavía, y a pesar de que la ley lo exige en estos casos, no se ha redactado un plan global de recuperación.

El tejo añade a su valor botánico, determinado por su escasez, interesantes aplicaciones farmacológicas. Ya a mediados del siglo XIX se utilizaban infusiones de hojas para combatir los gusanos intestinales, regular la menstruación o provocar abortos. Fernando Vasco, miembro de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono, ha recogido algunos testimonios de su aplicación popular en la zona almeriense de Sierra Nevada y también en Sierra Mágina. "En el primero de estos espacios", detalla, "se usa para la extracción de muelas y dientes enfermos, y en el segundo se aplica como calmante en dolores dentales, con la advertencia de que no debe tragarse la saliva por su carácter tóxico".

Al margen de estas aplicaciones, la medicina oficial comenzó a interesarse por el tejo a comienzos de los años sesenta, cuando investigadores norteamericanos identificaron una sustancia, el taxol, presente en extractos de corteza y hojas. El taxol se mostró muy eficaz en el tratamiento de algunos tipos de cáncer, aunque no parecía fácil convertirlo en un medicamento, ya que se necesitaban de tres a cuatro tejos centenarios para obtener el taxol para el tratamiento de un solo enfermo.

Aún así, y después de numerosas experiencias, el Gobierno norteamericano aprobó, en 1992, el primer fármaco (Paclitaxel) indicado para el cáncer de ovario resistente a otros tratamientos. En España se comercializa, con el mismo nombre, desde 1994, y en los últimos años han surgido otros compuestos similares.

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Veneno que cura

"Desde antiguo se conoce que el tejo es un árbol tóxico, en el que todas sus partes, a excepción del recubrimiento carnoso de su semilla, son venenosas", explica Fernando Vasco. Un caballo, por ejemplo, muere, en un plazo de hora y media, al ingerir una dosis de apenas 200 o 250 gramos de hojas frescas. Por eso los extractos de este árbol eran utilizados por los guerreros vascones para impregnar sus flechas, y los astures, cántabros y galos usaban el zumo de tejo para suicidarse antes de caer prisioneros. La dosis letal para un hombre adulto se ha estimado entre 50 y 100 gramos de hojas frescas, aunque las hojas caídas o secas son igualmente tóxicas. Aunque los casos de envenenamiento en animales domésticos no son raros, si es extraño que se produzcan accidentes en humanos, sobre todo desde que se abandonaron algunas curas tradicionales en las que se empleaban sustancias derivadas de esta especie. Según Fernando Vasco, "durante los 30 años anteriores a 1988 la literatura científica recogió tan sólo 11 casos de envenenamiento, y estos suelen darse, sobre todo, en niños que mordisquean las semillas después de haber comido el fruto, una llamativa bolita de color rojizo".

Con el descubrimiento del taxol como fármaco eficaz en el tratamiento del cáncer comenzaron las talas masivas de este árbol en distintos puntos del planeta. En Estados Unidos se prohibieron estas prácticas ya que estaban conduciendo a la extinción de la especie. En la región de Yunnan, en China, han desaparecido ya más de 1.200.000 tejos, destinados a la extracción de taxol, por lo que las autoridades han dictado estrictas medidas de conservación.

En 1993 se plantaron cuatro millones de tejos y otros 10 millones en 1994, actuaciones impulsadas por la propia industria farmacéutica, que busca asegurarse así la materia prima en el futuro.

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