_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Astenia

JOSEP TORRENT

A trancas y barrancas, la dirección federal del PSOE ha conseguido ultimar las candidaturas que presentará en las próximas elecciones generales en la Comunidad Valenciana. Sobre los métodos empleados para culminar tamaña tarea no hay nada que añadir a lo mucho que con largueza, no exenta de exactitud, se ha publicado en este periódico y en otros. Valga lo escrito para ahorrarme disquisiciones sobre adjetivos, etiquetas, nominalismos y tribus que sirven para identificar la variopinta fauna antes conocida como PSPV y ahora ni se sabe.

Llama la atención, sin embargo, que pese a lo mucho escrito nadie, que yo recuerde, se haya detenido un instante a reflexionar sobre la participación de los militantes socialistas en las votaciones internas que, supuestamente, debían servir para medir los apoyos de los aspirantes a figurar en las candidaturas. Dando por válidos los resultados oficiales, nos encontramos con que en la provincia de Valencia, que cuenta con un censo aproximado de 18.000 militantes, Ciprià Ciscar se situó en primer lugar con poco más de 2.000 votos. Un escasísimo 12%. De los resultados del resto de aspirantes, a pesar de que hubo quien se preocupó, y mucho, de movilizar a sus fieles, mejor no hablar.

Con semejantes datos, el diagnóstico sobre el PSPV no puede ser más fúnebre. Nos encontramos ante un partido desmoralizado y asténico, cuyos militantes, hartos de tanta bronca cainita, han optado abrumadoramente por el absentismo antes que secundar a unos teóricos líderes que, de unos años a esta parte, únicamente se han destacado por conducirles a unas peleas fratricidas y estériles. Así las cosas, no es extraño que les hayan contestado con un "ahí te pudras" cuando han vuelto a ser reclamados para que manifestaran su opinión. Y tampoco será sorprendente que, llegada la campaña electoral, decidan quedarse tan ricamente en su casa. La puta base también tiene su dignidad.

Con todo, parece previsible que de aquí a las elecciones se establezca un cierto armisticio interno. Será la paz de los cementerios, pero paz al fin y al cabo. Recluidos en sus domicilios o malhumorados en las tertulias matarán el tiempo a la espera del resultado de las elecciones. Y, según como caiga, actuarán. Las organizaciones, más aún las políticas, sienten un horror vacui a la ausencia de liderazgo que rellenan con rapidez a poco que alguien sepa estar en el lugar oportuno en el momento oportuno. Y ahora mismo es pronto para enterrar a nadie. Hay muertos políticos que mañana pueden gozar de una magnífica salud. La historia está llena de paradojas.

Los ciudadanos, en su próxima cita con las urnas, van a elegir algo más que un partido para gobernar España. Consciente o inconscientemente sus votos van a ser decisivos para determinar el futuro del PSOE y su correlato en el PSPV. Éste es un axioma aceptado por todas las partes en litigio.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El absentismo de los socialistas valencianos en las votaciones para elegir a sus candidatos revela, amén de astenia y desmoralización, un cierto determinismo. Creen, y no parece que vayan desencaminados, que no vale la pena perder más tiempo en unas peleas que, al final, serán otros -los electores- quienes pueden acabar con ellas. Toda una transferencia de responsabilidades.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_