El primer guipuzcoano
Hasta la fecha, en el torneo del Cuatro y Medio, también conocido como la jaula, sólo cantaban pelotaris navarros. Ni vizcaínos, ni guipuzcoanos, ni riojanos habían podido inscribir sus apellidos en una competición abonada a pelotaris nacidos en la comunidad foral. Eugi, quien logró el título en 1992 y 1994, parecía en disposición de alargar la tradición estrenada en 1989; Unanue se encargó de alterarla o, quizá, de inaugurar una nueva.Los dos finalistas pueden escogerse como modelos antagónicos en un frontón. El nuevo campeón juega con una sola mano, puesto que la derecha apenas le alcanza para defenderse con decoro. Además, su juego no conoce sutilezas: lo suyo es pegarla de aire, fuerte. Eugi, en cambio, representa la tradición, como buen discípulo de Julián Retegui: sabe dirigir la pelota a los huecos, usa medio frontis, no resta nada mal, y dispone de recursos de sutileza suficientes para enmendar situaciones comprometidas. Sin embargo, lamenta acusados bajones anímicos en su juego que neutralizan todo su potencial.
Mucho dinero en apuestas
Puño en alto y en tensión, Unanue lanzó un grito atronador al sumar el último de sus 22 tantos. Cerraba así un torneo muy largo que se ha cobrado en sus protagonistas un importante peaje físico. Antes de iniciar la final, ambos contendientes se proyectaban hacia el lunes, día de descanso. Eugi y Unanue acabaron reflejando en el Ogueta de Vitoria todo lo contemplado durante el torneo: cabía cualquier posibilidad, lo que redunda en favor de la credibilidad de una especialidad que estrenaba de forma oficial la paz empresarial en el mundillo pelotazale.
Por otra parte, el carácter imprevisible que pronto adoptó la final movió a voluntad las idas y venidas de los corredores de apuestas. De salida, cantaron 1.000 a 5 en favor de Eugi, consensuado como el único favorito del partido. El desarrollo del encuentro propició que las apuestas se igualaran sólo cuando Unnue alcanzó los cuatro tantos de renta en el marcador. Después, la inconsistencia de Patxi Eugi clarificó mucho el sentido de las apuestas.
Unanue se mofa de los pronósticos
En este caso, el discurso de la presunta víctima no pertenecía a las exigencias de la trama: Mikel Unanue se creía capaz de ganar la final del Cuatro y Medio; él, sin apenas palmarés ni hueco entre las estrellas de la especialidad, se sentía legitimado para atribuirse, al menos, el beneficio de la duda. Y la duda acabó asesinando a Patxi Eugi (22-11).Mikel Unanue se presentó en el Ogueta de Vitoria tan seguro de sus posibilidades de éxito como de que la inmensa mayoría de los aficionados y especialistas no compartían su punto de vista. El clarísimo favorito era Eugi. El desequilibrio en la final del torneo del Cuatro y Medio parecía un lastre anímico difícil de relegar al olvido. Pero Unanue negaba su cojera: sabía qué hacer y cómo hacerlo para derrotar al mismo que le había vapuleado en la liguilla (22-7). Su presencia en la final, una inesperada buena noticia, no hacía sino realzar el papel de víctima que todos, menos él, se habían apresurado en atribuirle. Eugi asustaba, sencillamente. De su paso por el torneo sólo se recordaba su insultante dominio, la ausencia de lagunas importantes en su juego, su determinación. Al navarro le sobraban argumentos (físicos, técnicos, anímicos) para disfrutar en la final. Unanue, en cambio, viajó hasta la final con las dudas propias del que alcanza una final inesperada. Cuestión de tácticas, al guipuzcoano sólo le cabía una en la cabeza: evitar que Eugi desplegara su juego. De lo contrario, el de Aoiz podría convertir a su rival en un títere cabizbajo.
Eugi se ausenta
El arranque del encuentro otorgó la razón a los pesimistas: Unanue empezaba a deshidratarse sólo para ver cómo Eugi le doblaba en el marcador (6-3). El encuentro discurría conforme a lo esperado, salvo que Eugi se mostraba tan eficaz a la hora de sumar tantos como de restárselos a fuerza de imprecisiones infantiles. Por primera vez en el torneo, el máximo favorito parecía dudar, se movía incómodo por la cancha y no lograba imponer sus reglas del juego. Unanue supo leer el momento, insistió en sus ideas y acabó colocando a su rival dónde quería: tras la línea del cuatro y medio, lejos del frontis. El encuentro, nada espectacular, perdió todo su brillo: Eugi respondía con dificultad a los pelotazos de Unanue y éste lograba rematarle de forma casi mecánica. El guipuzcoano empezó a acumular tantos a base de esfuerzos consentidos por ambas partes: Eugi no dimitía, pero tampoco buscaba cómo incomodar a un rival que sólo dispone de su zurda para recorrer la cancha. Del 6-2 favorable a Eugi, se pasó a un 9-14 desconcertante para la parroquía de seguidores del favorito navarro.
Desquiciado, Eugi acabó entregándose, cansado de respnder a las andanadas de Unanue, quien además acababa de estrenar una relación entusiasta con el remate. Al despedirse del encuentro sobre la marcha, Eugi recuperaba su tendencia al abandono cuando el marcador le da la espalda. Lo suyo es un acto reflejo, impredecible, aunque nadie pudiera creer que semejante rasgo de su carácter se manifestara en la final. Su solidez parecía tal que permitía augurar toda clase de desenlaces ventajosos posibles a su favor. Además, buen psicólogo, Unanue se aplicó en hurgar con su dedo en el ojo del rival: en el tanto tres le buscó para que los árbitros decretaran pelota de vuelta y en el 18 se sacudió al de Aoiz de un manotazo. Pero para entonces, Eugi ya no estaba en el encuentro y Unanue jugaba con la txapela puesta. Fueron los mejores momentos de la final, sin suspense ni otra emoción que la de contemplar a un pelotari que gritaba con cada pelotazo su fe en sí mismo.
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