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Falsa esperanza

Al lector, a ese lector de periódicos, "hipócrita lector, mi colega, mi hermano", que me aborda en el café a media mañana, le gustan mis artículos, todos mis artículos, sí, señor, pero...Y aquí vienen los inquietantes puntos suspensivos, una pausa dramática antes del ajuste de cuentas.

-¿No le parece que de vez en cuando debería escribir en un tono más optimista, más positivo, menos crítico? No todo debe ser tan malo en esta ciudad. Algo bueno tendrá.

No es la primera vez que me lo dicen, incluso yo mismo he pensado en ello en más de una ocasión, así que no tengo más remedio que darle la razón a mi interlocutor, que se despide satisfecho de su buena obra diaria.

De momento, este buen samaritano se ha salido con la suya; hago propósito de enmienda y empiezo por descartar un tema que me rondaba por la cabeza para el próximo artículo: las declaraciones de doña Esperanza García, directora del Instituto Madrileño del Menor y de la Familia, que propone no dar limosna a los que piden en la calle con el fin de erradicar la mendicidad. Como verán, todo un mensaje de paz y concordia impregnado de espíritu navideño.

El tema me gustaba y, además, tenía el artículo casi pergeñado en la mente, mas no quiero defraudar las esperanzas que ha depositado en mí este lector asiduo y entusiasta. Tengo que esforzarme para ser optimista y positivo, tal vez con una copa de coñá; pero no, nada de filtros deformantes. He de afrontar la realidad pura y dura.

Echo una ojeada a través de la cristalera del café y pienso que no he elegido un buen día para mi conversión al optimismo. En la calle los ciudadanos se cruzan y se entrecruzan sin mirarse a los ojos y con cara de pocos amigos, hace un día de perros y las bombillas apagadas de la iluminación festiva y municipal muestran al desnudo su lado más obsceno, su infame y cutre esqueleto.

Además, las aceras están a rebosar de pedigüeños, aunque nadie repare en ellos. Parece que los transeúntes han decidido colaborar con doña Esperanza en su drástica campaña de erradicación de la mendicidad, empredida bajo los auspicios de Herodes.

El hambre en el mundo también desaparecería si dejáramos de dar de comer a los famélicos hasta que murieran de inanición.

Pero ésta es una frase de otro artículo, de ese artículo que acabo de descartar. No tengo remedio. Claro, que a lo mejor no es cuestión de cambiar de asunto, sino de enfoque, y afrontar de forma optimista, como doña Esperanza, el tema de la mendicidad.

Hay que seguir leyendo sus declaraciones para darse cuenta de que en el fondo, en el último párrafo, se encierra una filosofía altamente positiva y políticamente correcta: "Enseñando a pescar y no dando el pez es como realmente se ayuda a los necesitados".

Dejo el café inmerso en una oleada de positivismo ilustrado que me permite esquivar airosa y dignamente a la turba mendicante que me sale al paso. ¡Que aprendan a pescar y que se dejen de rollos! Ya está bien de coacciones morales. ¡Que pesquen ellos! Ni la fe ni la caridad les bastarán para salvarse, sólo en la Esperanza encontrarán refugio y protección contra las asechanzas del destino y de la Ley de Extranjería. Se nota que España va bien porque los mendigos de importación, inmigración, superan ampliamente a los autóctonos.

Negarles los peces y los panes a los unos y a los otros para que aprendan a pescar y amasar por su cuenta parece una política muy loable, tan loable como inédita, una propuesta tan demagógica como hipócrita.

Aquí nadie enseña a pescar a nadie, no hay lecciones de pesca en los campos de concentración de Fuencarral, ni en los guetos, albergues, refugios y subterfugios de la beneficencia pública, "asuntos sociales", según la eufemística terminología en boga.

Pero éstas son reflexiones del otro artículo, de ése que no pienso escribir. Desde hoy, ni una moneda más en los sombreros de los músicos, nada de comprar kleenex en los semáforos o financiar con mis óbolos a esos mimos callejeros que no mueven una ceja para ganarse el sustento. No hay que alimentar sus falsas esperanzas.

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