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Tribuna:DÍA A DÍA
Tribuna
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El grèvol

La conversión de la Navidad en gran fiesta del consumo casi ha podido con él. Es de buen augurio tenerlo en casa, pero arrancarlo del monte, por su importancia mitológica y mágica en la tradición europea como planta antropogónica; las lustrosas, onduladas y pinchantes hojas dentadas siempre verdes lo hacen señal de inmortalidad, de ahí su relación con las fiestas de cambio de año, según Espriu, "arços i grèvol,/a la fredor oculta/de tramuntana". Se cristianizó, vinculándolo a la pasión de Jesús: noticiosos los árboles de la crucifixión, no quisieron que empleo tan indigno deshonrase su madera, se declararon en huelga y, cuando les tocaba el hacha, se rompían en astillas; el acebo quedó entero y de él salieron los troncos de la cruz; usarían un grèvol como una gigantesca secuoya de kilómetros de alta; es lo que formarían las reliquias de la veracruz si las juntáramos; su perenne verdura fue emblema de la corona de espinas.Su dura y resistente madera blanca se usaba para mangos y obras finas de ebanistería. Sus hojas cocidas se gastaban como laxante y diurético y, maceradas, igual que la raíz y la corteza son un atipirético febrífugo de primer orden, como sabía la esclava festejada hoy, santa Nina, curandera de los bárbaros de la Georgia del siglo IV. Sus carnosos frutos -arbre de mal fruit- de rojo coralino, con azúcar, jalea vegetal y el amargo sabor de la ilicina, son purgantes y hay que tomarlos con precaución para que no produzcan una intoxicación que, en los niños, sería mortal. Con su corfa interna nuestro pueblo fabricaba el visc, la liga pegajosa con que se cazaban toda clase de pardals -"com un ocell quan ha posat les ungles sus del visc de l"aucellaire"-, convertida en sublime metáfora por el cinegético poeta Ausiàs March: "Pais que no es trob en mi lo visc/ on Amor cau".

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