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Un nacimiento

Elvira Lindo

Con un poco de suerte, ese niño de pelo abundante y moreno que ahora mismo vive en una incubadora luchando por la vida sobrepasará dentro de poco esos tres kilos escasos con los que nació. Con un poco de suerte, el frío que entró en su cuerpecillo de recién nacido durante las horas que permaneció en una bolsa de plástico al lado de un contenedor de basura no le dejará secuelas importantes. Con un poco de suerte, las autoridades que velan ahora por esta criatura no se andarán con rodeos burocráticos innecesarios y le asignarán pronto, muy pronto, una familia, un padre y una madre que seguramente desde hace mucho tiempo desean tener un hijo. Con un poco de suerte, este niño seguirá teniendo la buena estrella que le acompaña desde que vio la luz, porque su vida, que estaba destinada a acabar entre bolsas de basura, dio un vuelco cuando un perro olió que dentro de una de las bolsas había algo más que desperdicios. Se pregunta uno qué sentiría la dueña del perro cuando se agachó para oír ese débil maullido que parecía venir de una cría de gato.Con un poco de suerte, ese niño se encontrará en la vida con gente como esos dos policías que le arroparon, que le cortaron el cordón umbilical con la ayuda de la mujer de la limpieza, que lo llevaron al hospital, donde el personal sanitario lo recibió con el estremecimiento que produce un recién nacido abandonado en la calle, y le pusieron un nombre, que es el primer regalo que se le hace a un niño cuando nace, un nombre, que llevará escrito en la cara toda la vida, como si no hubiera podido llamarse de ninguna manera más que de ésa: Emilio.

Con un poco de suerte, digo, Emilio tendrá pronto unos padres, que no serán los biológicos, pero que le querrán tanto como si lo fueran. Algún día sabrá que esa mujer a la que él llama mamá nunca lo tuvo en su vientre, sabrá que la llegada al hogar de sus padres no se produjo como las de casi todos los niños. Pero seguro que con un poco suerte esto no le provocará a Emilio ningún trauma insalvable porque será un niño querido y tan deseado como cualquiera de sus amigos. Salvada la primera inquietud de saberse adoptado, es posible que Emilio abandone las incertidumbres para más adelante, porque en la infancia su cuerpo estará más ocupado en crecer, en aprender a hablar, a leer y a interpretar el mundo. Pero es posible que llegue el día en que quiera saber quién fue la mujer que lo abandonó y por qué. A todos nos gusta pensar que hubo una persona, dos, que desearon nuestro ingreso en el mundo.

Con un poco de suerte, esos padres, que serán, desde luego, sus verdaderos padres, le hablarán con una sinceridad cuidadosa de cómo fue el principio de su vida, de cómo su madre, una madre muy joven, muy desasistida y terriblemente sola, no tuvo a nadie a quien contarle aquel problema que creció por días y por meses dentro de ella, de cómo no se atrevió ni a ir a un hospital cuando llegó el momento del nacimiento y soportó los dolores tremendos del parto sujetándose a los sanitarios de un cuarto de baño, sin una mano amiga que se los aliviara. Qué desesperación no tendría esa pobre mujer, inmigrante sin papeles, para envolver a aquel niño precipitamente y meterlo en una bolsa de plástico, con prisas, sin quitarle el cordón, con la placenta. Qué pensaría. Pensaría que alguien iba a encontrarlo o pensaría que tal vez estaría mejor muerto que en esta vida. La policía la encontró horas más tarde tumbada en su cama, sufriendo todavía el parto tan reciente. Seguramente su hijo nunca verá las fotos que publicó el periódico en las que aparece ella tapándose la cara.

Con un poco de suerte, esos padres que dentro de poco recibirán a Emilio como el hijo más deseado del mundo, sabrán inculcarle la piedad que hay que tener hacia los seres desesperados, aunque sea muy duro aceptar que ese ser desesperado fuera su propia madre y que ese niño abandonado fuera él mismo.

El niño, que en su muñeca lleva escrito el nombre de Emilio como nombre provisional, cumplirá un año en el próximo siglo. Dicen los médicos que no hay nadie más fuerte que un recién nacido. Él ha demostrado un deseo de aferrarse a la vida superior al de los niños que nacen en un quirófano. Con un poco de suerte, tendrá una infancia tan feliz como la de cualquiera. Desde aquí se la deseo.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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