Hospital 119 JOAN SUBIRATS
No hace falta que busquen la casa en la calle Hospital. El número 119 y la casa fueron derribados hace pocos días. Fue la última demolición que quedaba para abrir el gran espacio del llamado Pla Central del Raval. La casa Buixeres, mi casa natal, se convirtió el pasado verano en una especie de símbolo para aquellos que consideran que la remodelación de Ciutat Vella se está haciendo de manera poco respetuosa con el patrimonio histórico y con las señas de identidad de la ciudad. La finca no estaba catalogada a pesar de que se recogía en un inventario de casas modernistas que realizó Oriol Bohigas en 1983. Fue construida en 1905, y se decidió destruirla en 1994 cuando se aumentaron las dimensiones de esa gran plaza central que permite conectar todo el Raval desde la calle Hospital hasta la de Sant Pau. Como pueden suponer, no he planteado este artículo en tono nostálgico o biográfico. El hecho de que viviera en ese edificio durante 20 años no justificaría estas reflexiones. Mi preocupación es otra. Quisiera evitar, en la medida de lo posible, que los errores cometidos en el Raval se trasladen a otras zonas de Ciutat Vella o de Barcelona. Desde que tuve uso de razón mis padres me advirtieron que derribarían nuestra casa. De hecho, cuando llegaron a ella en 1940 ya les dijeron que por allí pasaría la avenida García Morato (ahora conocida como Drassanes), que tenía que conectar la calle Muntaner con el mar. Ese proyecto se desechó en parte con el advenimiento de la democracia, pero se siguió con el famoso "esponjamiento", o "saneamiento" del distrito, cuyos orígenes deben buscarse ya en Cerdà, en Baixeres o en los higienistas de principios de siglo, aunque fueron los proyectos del GATCPAC (con y sin Le Corbusier) los que acabaron siendo más conocidos. El balance general de estos años de intervención masiva en Ciutat Vella no es negativo. Al contrario, se ha trabajado razonablemente bien. Se han rehabilitado una de cada cinco casas del barrio, recolocando en ellas a sus antiguos moradores. Se han gastado más de 21.000 millones de pesetas en promoción pública, en rehabilitación directa y en subvención pública de rehabilitación privada. Y lo cierto es que gracias a ello y a la llegada de nuevas remesas de emigrantes, vuelve a haber niños y jóvenes en el distrito. Las demandas de nuevas cédulas de habitabilidad así lo ejemplifican.
¿De qué errores hablamos? Desde mi punto de vista, no se ha tenido suficientemente en cuenta la complejidad del tejido urbano y humano del distrito en ciertas intervenciones pesadas. Se han sventrado espacios significativos, cuando quizá eran fácilmente recuperables. La normativa aplicada en los nuevos edificios era demasiado reglamentista. La calidad arquitectónica de muchas de las nuevas edificaciones está muy por debajo de lo derribado. La sensación de pena y desasosiego que tiene uno al pasear por la nueva de trinca calle Maria Aurèlia Campmany (la pobre, quizá desearía un poco de garbí que se llevara ese despropósito) era aún mayor cuando se podía comparar con la casa Buixeres antes de su derribo. La angustia que debe uno tener al vivir en la plaza de las Caramelles o la sensación de desamparo que produce hoy ese enorme hueco del Pla de Raval contrastan con actuaciones hechas con más mimo y finezza, como la plaza de la Mercè o el espacio que se abre más allá de Princesa-Assanoadors (Vermell). Ciutat Vella no es un barrio más. No se puede ir con la lección aprendida, y limitarse a derribar, trazar, establecer una normativa, edificar y colocar a los vecinos. Hay problemas de luz, de densidad, de trabajar con proyectos que hablen el mismo lenguaje de lo que no se derriba, que planteen renovar, sin falsos conservacionismos, pero con respeto y calidad.
Mi madre, cuando observa la que se pretende sea la Rambla del Raval, musita un "massa sol". Nunca hay demasiada luz, pero sí que existe esa sensación de espacio fuera de toda proporción, de frontera o terreno de nadie, más que de plaza común que permita coser, tramar. El Raval, a pesar de todo, está tratando de buscar su propia personalidad tras esas heridas que no permiten cicatrizaciones cómodas. Las salidas multicolores de los colegios del barrio nos dicen que el distrito es un antecedente de lo que será cada vez más Barcelona. El trabajo de las entidades del barrio, de los servicios municipales, está consiguiendo que se mantenga la cohesión a pesar de los repetidos intentos de llenar los vacíos con tramas delictivas. Riera Alta, Riera Baixa, Carme y Hospital van cobijando tiendas de discos y ropa de primera y segunda mano mucho más interesantes que los rutinarios y repetitivos comercios estilo zaramangofurestboulevard. Frente a centros comerciales cada día menos originales, más adaptados a la cultura del MundoMac, es una gozada pasear por esas calles que conservan cierto ambiente canalla. Las carnicerías magrebíes o los restaurantes paquistaníes conviven con los bares llenos de estudiantes Erasmus y artistas en busca de una oportunidad. La desculturización y la desidentificación que azotan los centros de todo el mundo desarrollado no han penetrado aún en el Raval. Nadie quiere un nuevo Marais en Ciutat Vella. Nadie quiere un lugar yuppyficado, sin vida. Lo que está en juego en Ciutat Vella es lograr mantener la mezcla, la diversidad, el pluralismo de usos y gentes. Y hacerlo siendo innovadoramente respetuoso con la identidad de un barrio que siempre ha sido Barcelona, antes de que Barcelona fuera lo que hoy es. Al final los lugares que serán más valorados serán los que mantengan sus diversidades culturales y una calidad de vida suficiente. La renovación de Ciutat Vella busca esa dignidad en las condiciones de vida, pero deberíamos evitar entre todos que ello se haga a costa de perder identidad, de perder grosor de usos y personas. Se necesita densidad, se necesita complejidad, se necesita gente con ideas arquitéctonicas sencillamente complicadas, y no técnicos con complicadas ideas simples. Doy por bueno el derribo de Hospital 119 si evitamos más calles Maria Aurèlia Campmany.
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