Los retos del "conseller" Vilajoana FERRAN MASCARELL
Desde que se conoció el nombre del nuevo conseller de Cultura a menudo me preguntan qué opinión me merece. "En principio no es la persona que se esperaba", suelo responder. "Habrá que ver. No conozco su opinión sobre los temas culturales urgentes y de fondo del país y de la ciudad. Desconozco enteramente sus intenciones. No ayuda el hecho de que durante la campaña electoral su coalición no aportara un programa cultural más o menos creíble. En realidad estoy expectante".Hablé con el nuevo conseller a las pocas horas de su nombramiento. Le felicité. Le propuse una cita inmediata para ponernos a trabajar sobre los muchos temas pendientes que afectan a la ciudad de Barcelona. Es el caso de la financiación del Museo Nacional de Arte de Cataluña, y la presencia del Ministerio de Cultura en sus órganos de dirección. Está pendiente la aplicación de la Carta Municipal, la creación de la Comisión de Patrimonio allí prevista, el apoyo al proyecto de ampliación definitiva del Museo Picasso, el desarrollo de los museos de Ciencias Naturales que la ley de museos fijó hace diez años y que no se han movido un ápice. Es el caso del desarrollo en la ciudad de políticas audiovisuales eficaces o de la participación de la conselleria en Barcelona Plató. Es el caso del proyecto de la Ciudad del Teatro o del Plan de Bibliotecas de la ciudad. Es el caso de cosas más simples, pero nunca concretadas como la participación de la conselleria en el festival de verano de la ciudad -Grec-. Éstos y otros muchos temas de una agenda que a lo largo de los últimos años no ha sido especialmente fluida.
Mi propuesta de reunión de trabajo fue recibida en tono amable. Ahora está en manos del conseller fijarla. La ciudad espera, como es lógico, de la buena disposición del nuevo conseller de Cultura para poder ejercer más eficazmente como capital cultural de Cataluña. La acción cultural del Gobierno catalán y la del Gobierno de la ciudad deben caminar en paralelo. Es imprescindible. Pero no es menos cierto que el conseller tiene la obligación de dar a conocer su propuesta, con qué medios cuenta y cuáles van a ser sus reglas de juego en relación a los demás agentes culturales del país.
En cualquier caso, el nuevo conseller tiene muchos frentes abiertos. Los déficit se han agrandado a lo largo de estos últimos años. Los retos culturales de la sociedad catalana son importantes. Sin ideas claras y voluntad de cooperación con los ayuntamientos y la sociedad civil difícilmente se podrá recuperar el tiempo perdido. Son demasiados años de abstencionismo y de instrumentalización gubernamental, de falta de dinero público suficiente y de pereza conceptual. Hacen falta unas reglas de juego creíbles y vigorosas para que todos podamos hacer lo mejor posible nuestro trabajo.
Unas reglas de juego que deberían indicarnos, en el menor de los casos, cómo sumar la acción del gobierno de la ciudad a lo que el nuevo conseller vaya a hacer en relación:
1. Al desarrollo de políticas a favor de la creatividad y la creación de contenidos. La creatividad es la materia prima básica de la cultura catalana. El talento y la creatividad han compensado y compensan todavía muchos déficit, básicamente en lo que se refiere a infraestructuras de creación y distribución. Promover y facilitar la creatividad es una responsabilidad de toda la sociedad catalana, pero en cualquier caso la primera obligación cultural del Gobierno catalán.
2. A la concreción de políticas a favor de la vertebración de una estructura de industrias culturales en los ámbitos editoriales, audiovisuales y discográficos, como base sustancial para hacer un país productor y no sólo receptor de bienes culturales. En consecuencia algo más independiente culturalmente. El conseller tiene la obligación de marcar el ritmo para hacer de Cataluña una factoría de contenidos culturales.
3. A la asunción de los retos culturales de la sociedad del conocimiento y, por tanto, a la democratización del uso de las nuevas tecnologías para evitar la fragmentación social derivada de la sociedad de la información.
4. Al desarrollo de todos y cada uno de los sectores artísticos del país, en sus diversas dimensiones de creación, producción y distribución a través de planes estratégicos específicos.
5. A la mejora sustancial de la Administración pública cultural catalana. Un gobierno cultural eficiente debe aplicar los principios de subsidiariedad y de concertación (en relación con los municipios y la iniciativa privada empresarial o asociativa), de transparencia en los procesos y de planificación estratégica. Debe, además, poner en marcha instrumentos de diálogo y de participación. El Libro Blanco de la Cultura propone, por ejemplo, un Consejo de las Artes y de las Ciencias, sectorial y ampliamente territorializado.
6. Al incremento sustancial de los presupuestos culturales del Gobierno catalán. Es incuestionable que los presupuestosculturales deberían doblar su dotación.
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