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Reportaje:EXCURSIONESSENDA URBANA POR MONTEJO

Del toril al Abrazamozas

Hornos colgantes, ermitas, plazuelas y machacaderos adornan este pueblo serrano madrileño, sólo conocido por su hayedo

Quienes salimos al monte solemos olvidar que hay mujeres y hombres que habitan en él de continuo. Deslumbrados por los grandes paisajes, perdemos ese mirar de cerca azoriniano, ese regosto de callejear por los pueblecitos al husmo de una ermita, un mayo o un lindero con cerezos en flor. En Montejo, muchos sabríamos ir con los ojos vendados hasta el haya de la Roca o cantar los nombres de todas las cumbres que se avizoran desde el Bañaderos, pero pocos decir si las casas son de esquisto o caramelo, si hay vida más allá del bar donde desayunamos y si un machacadero sirve -¡Dios nos perdone!- para algo más digno que lo que su nombre sugiere.Por eso merece una ovación el Centro de Recursos de Montaña de Montejo de la Sierra: por proponer al forastero -en vez de la visita guiada al archifamoso hayedo, que ya se sabe todo el mundo de memoria, porque su sendero obligatorio va pasando con los genes de padres a hijos- un grato recorrido por las casas, calles, corrales y plazuelas del pueblo. El itinerario principia a espaldas del propio centro, examinando el toril donde se guardaban -y, en ciertas épocas, aún se guardan- los sementales vacunos y equinos del lugar, con su corral, su grande potro de herrar y su provisión de forraje, que, por ser cosa del común, todos los vecinos estaban obligados a abastar. A cuatro pasos se alza la ermita de la Soledad, del sigloXVI, de vigas bien labradas y fuerte portón herrado.

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Ruta fácil y autoguiada

Subiendo desde aquí por la calle Real, se llega en dos zancadas a la Plazuela, en cuya fuente de los Tres Caños la vacada abrevaba hasta hace poco de tardecica antes de recogerse en los establos. A su vera, la que antaño fue posada se reconoce hogaño por un cuco emparrado. En tanto que otra de las casas capea ufana chaparrones y nevascas con su cubierta de tejas árabes colocadas bocarriba, un exotismo importado de la serranía segoviana que demuestra que en esto, como en casi todo, hay posturas para todos los gustos.

Más adelante, en la plaza Mayor, por un callejón del lado de poniente se accede a la fuente del Arriero, que fue el primero y, durante largo tiempo, único abastecimiento de agua potable del pueblo, de ahí que las Ordenanzas de Reguera de Montejo (siglo XVI) estipulasen la obligación de colmar con aguas de riego un prado cercano, sin coste alguno para su propietario, a fin de que, al filtrarse, nutrieran este manantial. El otro punto de interés, en la misma plaza, es la iglesia de San Pedro: espadaña del siglo XVII, artesonado mudéjar del XV y tallita de la Virgen de Nazaret del XIII.

Al bajar por la avenida de Madrid y doblar por la segunda bocacalle a la izquierda se descubre en la trasera de una casa una suerte de chichón o forúnculo arquitectónico, que resulta ser un horno exterior volado, cubierto por un tejadillo a dos aguas. Casi ocupa el horno medio callejón del Turco, también conocido como Abrazamozas, pues sin duda ha sido siempre éste un lugar muy apropiado, por lo angosto, para arrimarse más de la cuenta sin tener que dar explicaciones. Hay que tomar nuevamente a la izquierda por la calle del Turco, y luego por la travesía del Turco, culebreando entre casas que casi se tocan, para ir a salir a un corral, que así le dicen aquí a toda plaza orientada al mediodía, apta para secar judías, tender la ropa, hilar, bordar o pegar la hebra unos vecinos con otros sentados al sol en los poyos de madera o machacaderos. Para cerrar la gira, sólo resta enfilar por la calle del Pozo y después por la de la Amargura, a mitad de la cual se presenta un espléndido mirador sobre el arroyo de la Mata, y poco más allá, asentada sobre roca, una típica casa serrana de tres plantas -establo, vivienda y cámara-, tejado a varias aguas, mínimos luceros en la cámara, balcón al sur y muros pétreos enfoscados con mortero de cal y arena. Y así se llega de nuevo al Centro de Recursos de Montaña: una montaña en la que, según se ha visto, no sólo viven hayas.

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