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Goya duerme en Banco

El Banco de España atesora una colección que incluye ocho obras del artista aragonés

No hagan caso. No crean a quienes dicen que en Madrid la obra de Francisco de Goya vive únicamente en el Museo del Prado. Eso es sólo una verdad a medias. La obra de Goya vive en el Prado, sí, pero una parte de ella duerme mansamente en un banco. Precisamente, el de España, en plena plaza de Cibeles, a menos de un kilómetro del Museo del Prado.¿Y qué pinta Goya en el Banco de España? Pinta cuadros. Más concretamente, retratos. Alguno de los mejores surgidos de la mano del pintor y grabador aragonés se ocultan detrás de las ventanas de grandes tulipas blancas, cruzadas por redecillas, que iluminan de noche el gran palacio bancario del paseo del Prado. Cuelgan de las enteladas paredes de las espaciosas estancias decoradas con plata y caoba del ala oriental del edificio, florón arquitectónico del Madrid del pasado siglo, aún hoy vivo y espléndido.

Carlos III, el marqués de Tolosa, los condes de Cabarrús, Altamira y Floridablanca, don José de Toro y Zambrano, son algunos de los ocho retratos de Goya que pertenecen a la colección de arte suntuario que el banco alberga en sus salones, hasta 322 obras: entre ellas descuellan también autores como Berruguete, Valdés Leal, Cano, Jordán, los bodegonistas Arellano y Van der Hamen, además de Francisco Bayeu, Vicente López, Salvador Maella, Los Madrazo, Sorolla y Fortuny. Toda una estela pictórica que abarca desde el siglo XV hasta nuestros días, ya que el banco prosigue sus adquisiciones de arte. Decoran también sus despachos retratos de gobernadores y otros rectores de la entidad que quisieron, con sus efigies, así solemnizarse.

Los lienzos del pintor de Fuendetodos, los aquí más excelsos, muestran la etapa de su obra en la cual Goya recibió encargos cortesanos de la Corte y también de la acaudalada burguesía emergente, ilustrada y emprendedora, que pretendía transformar España en un país moderno, como también perseguía el propio Goya. Los trazos de sus retratos, la policromía de su fecunda paleta -casacas rojas y anaranjadas, bandas azules y condecoraciones refulgentes- filtran ora la sorna del pintor, ora el predicamento de los próceres retratados. Entre todos destaca el de José de Toro y Zambrano, de prodigioso realismo: embutido en su casaca marrón, espeja la mirada de un campesino y el semblante astuto de un banquero. También el de don José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, alegoría del buen Gobierno. Junto al conde posa de espaldas el pintor aragonés, que, a su vera, sujeta servilmente un cuadro. Eran tiempos en los que a Goya la mediocridad circundante le impedía hacer aflorar su talento; pero éste ya bullía enérgico dentro de él y se exteriorizaba en chispazos de genio. No había sufrido aún a fondo sus grandes depresiones, ni su aguda melancolía, analizadas recientemente por su psiquiatra póstumo, el doctor Francisco Alonso-Fernández. Aún vivía Goya en la inocencia, esperanzada, de la Ilustración, como el propio Floridablanca.

Para presenciar esta etapa casi virginal de la pintura de Goya, el público puede seguir visitas guiadas que el Banco de España organiza para exhibir su tesoro. Lo muestra Isabel, una de las amenas cicerones, en busca del despertar de estas obras aún durmientes de Goya, a las que sus fantasmas no habían convertido, todavía, en pesadillas.

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