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Caída

Jorge Valdano

¿Dónde está el límite de la crisis? ¿Dónde el suelo de la caída? El estadio Santiago Bernabéu pareció estallar de indignación. Miles de personas gritaron su humillación después del 1 a 5 frente al Zaragoza, en una ruidosa ceremonia de la confusión donde cada espectador elegía un culpable distinto.En el Real Madrid -abar-cando como tal a presidente, entrenador, jugadores, empleados y aficionados- existe la ingenua pretensión de que todo puede resolverse apretando una tecla. Esa especie de superstición provoca un continuo cambio de dirección técnica. Lo curioso es que, en el inicio de la aventura de cada nuevo entrenador, el milagro parece a punto de producirse; lo cierto es que, poco tiempo después, la aventura termina en catástrofe.

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El proceso entre la esperanza y el descalabro es cada vez más corto. Del Bosque -última víctima- llegó hace menos de un mes, y el equipo apuntó una reacción empatando frente a la Real Sociedad y ganándole al Dinamo en Moscú. El entrenador fortaleció su posición, el vestuario cambió de ánimo, y los periódicos volvieron a vender ilusión. Las declaraciones de los jugadores y los titulares informativos hablaron de la serena revolución de Del Bosque, con un optimismo que 20 días más tarde se revela ridículo. El Real Madrid no ganó desde entonces y tocó fondo frente al Zaragoza, con un resultado hiriente, el amotinamiento de la afición, y la sensación de que el club es una máquina trituradora de jugadores carísimos y entrenadores prestigiosos.

A la palabra proyecto le pasó lo mismo que a la palabra utopía: se quedó anticuada. Sin embargo, ni una ni otra han sido superadas, por la sencilla razón de que el tiempo -como los sueños- forman parte de la naturaleza de la vida. No hay teclas, no hay milagros; el Real Madrid tiene que unir los trozos rotos -presidente, entrenador, jugadores, empleados, aficionados, ideas-, recuperar los valores perdidos, y remar todos juntos en busca de un futuro definido. Si en el camino se encuentran obstáculos, conviene acordarse de la frase de Churchill: hay que ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. La otra solución es empezar de nuevo tres veces al año, cada día más deprimidos, cada día más divididos, y sin detener nunca la imparable caída.

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