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LA CRÓNICA La historia de Otman ISABEL OLESTI

Asilah es un pueblo de la costa atlántica marroquí, a pocos kilómetros de Tánger hacia el sur. Tiene una medina encalada y pulcra donde los turistas se pasean y compran babuchas y chilabas más o menos de diseño. De vez en cuando aparece un estrambótico mural que nos desconcierta sólo a nosotros, porque el vecino de Asilah ya está acostumbrado a las excentricidades de pintores y artistas varios que se reúnen cada verano para simposios y otros menesteres de su rama. A Asilah se la compara a veces con nuestro Sitges, aunque, sinceramente, creo que es como hablar de una patata y un calamar: nada que ver.Si hablo de Asilah es porque, hace ya algunos años, quedé prendada de ese pueblo y de su gente. En uno de los paseos por la medina encontré una pequeña tienda de ropa que parecía una fotocopia de las que se ven en Ibiza o Menorca. No me equivocaba porque por aquel entonces sus dueños eran dos sevillanos que tenían distintos negocios de ropa. Los sevillanos iban de Mahón a Asilah y quien cuidaba la tienda era Otman.

Otman cosía chilabas en un taller cuando aparecieron los sevillanos, montaron la tienda en la medina y le enseñaron a cortar la ropa al estilo europeo. Empezaría así su golpe de suerte porque al cabo de unos años los sevillanos le regalaron el negocio. Aprovechando el ambiente del verano Otman decidió organizar un pase de modelos. Pensó que sólo asistirían turistas y los del encuentro internacional, pero se equivocaba porque se llenó de curiosos. Le criticaron los escotes y las faldas abiertas y se burlaron de la ropa de sacos de azúcar que utilizaba para sus vestidos. Entonces se dio cuenta de que difícilmente triunfaría en su tierra. No importaba: tenía la tienda y los turistas que quedaban encantados con los modelos de inspiración sahariana.

Un día apareció una barcelonesa que estudiaba filología árabe, se enamoraron y decidieron casarse y vivir en Asilah. Pero la chica no vio muy claro su futuro en Marruecos, así que Otman dejó la tienda en otras manos y se fue a Barcelona con su mujer. Lo que empezó como un cuento de rosas se volvía un camino de espinas: al principio nadie le daba trabajo y tuvo que agarrarse a lo que salía. Hizo de fontanero, cuidó a un anciano y trabajó en un taller de costura donde le explotaban vilmente, aunque reconoce que aprendió lo suyo. Y no paró hasta conseguir un desfile de moda organizado por SOS Racisme y más tarde otros en Lailo, en Margarita Blue, en el Born... Se separó de su mujer, pero decidió quedarse. Poco a poco se le abrían las puertas. La Fundació d"Acció Solidària contra l"Atur, una especie de banco sin ánimo de lucro, le prestó 350.000 pesetas que, junto a 100.000 que tenía ahorradas, sirvieron para montar una tienda y su taller en la calle de Banys Vells, casualmente muy cerca del Museo Textil. Restauró todo el local e instaló él mismo el aseo. De eso hace poco más de un año y allí sigue. Tiene su vivienda en el piso de arriba y corta y cose las prendas detrás de una cortina blanca que separa la tienda del taller. Ese taller consta de una máquina de coser y una mesa. "De momento, no puedo tener nada más", dice sonriendo.

Su tienda respira el mismo aire que Asilah. Las telas son de allí y los diseños y el corte se inspiran en las chilabas y los pantalones anchos de las mujeres del desierto. Otman ya conoce a gente de otros talleres que le ayudan y le aconsejan. Cada verano se va a Asilah a controlar su tienda, aunque reconoce que ahora allá se siente solo. "En Asilah me critican por los escotes, aquí porque el vestido está mal hecho: eso es lo que me interesa". Dice que al próximo pase le va a llamar Patera porque está harto de que la gente sólo hable de los marroquíes por las pateras. "Somos gente normal que venimos a trabajar porque allá tenemos dificultades. No todos somos ladrones".

Lo que sí le sorprendió de verdad a Otman es que una vez le llamaron de TV-3 para hacerle una entrevista. La productora del programa le preguntó si hablaba catalán y él dijo que no. "Pues lo sentimos mucho, pero no puedes venir". Otman se quedó petrificado. Por suerte, en su tienda de Banys Vells se puede hablar en la lengua que uno quiera.

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