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Reportaje:

Los nazis que surgieron del frío

La sociedad sueca comienza a cobrar conciencia de la amenaza al Estado de bienestar que representan las actividades de los grupos racistas

Como si se despertara súbitamente a una realidad que, por desagradable, se hubiera preferido esconderla debajo de la alfombra, la sociedad sueca adquiere ahora conciencia de que una enfermedad maligna se ha colado por los intersticios del tejido social, perturbando su aparente bienestar. Y, como en 1986, cuando el entonces primer ministro, Olof Palme, fue asesinado en la noche del viernes 28 de febrero en una calle céntrica de Estocolmo, todos se preguntan, asombrados, ¿cómo pudo ocurrir esto aquí?Pese a que en los dos últimos años los neonazis habían protagonizado asesinatos de cabezas negras y homosexuales, ni la policía ni el Gobierno ni los medios de comunicación habían encarado el problema seriamente. Incluso cuando hace unos meses se produjo el asesinato de dos policías y un sindicalista, cuando una bomba colocada en el automóvil de un periodista que investigaba las actividades de los nazis estuvo a punto de terminar con su vida y la de su hijo pequeño, y cuando otra bomba colocada en un automóvil, atribuida en este caso a los moteros, dejó ciego a un policía e hirió gravemente a otro, no hubo la reacción habitual que se produce frente a las manifestaciones de terrorismo.

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Han sido los medios de comunicación quienes, reconsiderando su actitud, han puesto las cartas sobre la mesa. En una decisión sin precedentes en la historia del periodismo sueco, los directores de los diarios Anders Gerdin (Aftonbladet), Joachim Berner (Dagens Nyheter), Staffan Thorsell (Expressen) y Mats Svegfors (Svenska Dagbladet) dejaron a un lado diferencias ideológicas y rivalidades comerciales y publicaron un reportaje conjunto denunciando las actividades del movimiento nazi y de las bandas de moteros, que, si bien discurren por caminos diferentes, colaboran ocasionalmente entre sí.

Además, el reportaje incluía los nombres, fotos, residencias y currículos de 62 miembros de dichas organizaciones. La mayoría de ellos jóvenes de entre 20 y 30 años. Y todos con antecedentes criminales de tipo racista. La histórica decisión de publicar el reportaje fue fundamentada en el hecho de que la actividad de estos grupos constituye una clara "amenaza para la democracia y el Estado de derecho". Como prueba, se recordaba que "seis de cada diez fiscales y nueve de cada diez policías han sido amenazados" y que muchos juicios "no han podido llevarse a cabo por causa de amenazas contra los testigos o las propias víctimas". La fiscal jefe auxiliar, Eva Lundström, describe dramáticamente la situación: "Si la sociedad no reacciona, en pocos años más no va a haber ningún fiscal que asuma una investigación en la que estén involucrados los nazis".

Los amenazados no son solamente policías y fiscales, sino historiadores, periodistas, políticos y artistas que han condenado públicamente al nazismo. El círculo de los amenazados, muchos de los cuales necesitan protección policial permanente, se amplía cada vez más.

A raíz de las actuaciones policiales y judiciales y la detención de los presuntos culpables de la muerte de los polícias Robert Karlström, de 30 años, padre de dos niños, y Olle Borén, de 42, también padre de dos hijos, y del sindicalista Björn Söderberg, se ha incautado abundantes cartas y documentos que permiten trazar un perfil del peligro y el fanatismo ideológico de estos individuos. Ya no se trata de los tradicionales cabezas rapadas que la noche de los sábados salen a "reventar negros o maricas", según su jerga, en Estocolmo. Ahora son un movimiento político, que declara abiertamente su odio a la sociedad democrática, a la que declaran querer destruir. Tienen disciplina, se sopecha que son los autores de los asaltos a bancos y arsenales, tienen conexiones internacionales y presumiblemente cuentan con apoyos internos insospechados. Utilizan Internet para difundir su propaganda y son los principales productores suecos de rock también con fines propagandísticos y de financiación de sus actividades.

Varios historiadores han recordado que, durante la II Guerra Mundial y bajo el manto de su neutralidad, hubo colaboracionistas con la Alemania de Hitler y que a nadie se le pidieron cuentas por esa actitud. En los años posteriores, en los que Suecia construyó uno de los Estados de bienestar más alabados del mundo, la idea de que ésos eran bienes adquiridos de por vida y de que "ciertas cosas aquí no pueden pasar", dificultó una percepción más clara de los problemas políticos. A ello se sumó un verdadero adoctrinamiento anticomunista, que por razones históricas y geopolíticas se materializó en la demonización de la ex Unión Soviética.

Ahora se advierte una gran confusión a la hora de hacer frente al problema. La difusión del reportaje tuvo una gran repercusión, mayoritariamente positiva, en la opinión pública, pero ya han salido voces que cuestionan la legitimidad de haber publicado nombres y fotos de los miembros del movimiento nazi. Como repercusión inmediata, un sindicato expulsó de su filas a un afiliado, y otra persona que iba a ser nombrada jefe en una empresa estatal, que también apareció en los diarios, ha perdido, al menos de momento, la posibilidad de ocupar ese cargo, pese a que alegó que su militancia nazi era cosa del pasado.

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