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Entrevista:

"No necesito disfrazarme para justificar mi obra"

Miquel Alberola

Pregunta. A simple vista lo aprovecha todo. Respuesta. Tengo una enorme capacidad para recoger toda la información. Los artistas somos cronistas de lo que nos ha tocado vivir. Absorbo lo que me interesa y le cambio el código. Se trata de coger algo que tienes visto mil veces y crear con ello algo distinto. Ahí está un poco la magia. Le creas unos vínculos al espectador, pero a la vez le das algo completamente distinto.

P. ¿Su lenguaje siempre fue el pop?

R. En Bellas Artes los profesores estaban un poco de los nervios conmigo porque era capaz de hacer cualquier cosa. Incluso uno de ellos me sugirió que me atase la mano derecha a la espalda para contener mi facilidad para el dibujo. Fui un niño bastante precoz y desde que tengo uso de razón estoy dibujando sin tener un estilo definido. Sabía que me llegaría con el tiempo y mientras tanto experimenté. Hasta que a finales de los ochenta cogí el lenguaje que más me gustaba y más difícil me parecía, que es más o menos el pop. Entonces no estaba nada de moda, pero me mantuve contra viento y marea.

P. ¿El pop es un estado de ánimo destraumatizado ante el arte?

R. Por supuesto. No está reñido que una obra sea interesante y agradable. El arte serio no tiene por qué ser mejor que el que tiene un repizco irónico. Además, el trabajo es tremendamente riguroso en cuanto a temas y desarrollo de la obra. Pero el pop no consite en hacer una cosa divertida y graciosa, sino que el concepto tiene que estar muy bien resuelto. En ese sentido cada día me cuesta más pintar.

P. Usted riza el rizo: añade un substrato de ironía.

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R. La obra es un reflejo de la personalidad. Mis cuadros son lo que yo soy. Si soy optimista y tengo ganas de vivir, pues mis cuadros lo transmiten. Y eso me parece que es ser honesto. Me expreso en un código asimilable por todo el mundo, y para mí es un lujo que mi obra la comprenda un niño de tres años y una persona de 80.

P. ¿Es más hijo de Warhol y Lichtenstein o de Crónica y las fallas?

R. Mi pintura está entre los dos mundos, el de la cultura americana y el de Josep Renau, el cartón piedra de las fallas, la ironía, la doble lectura, el carácter de lo efímero... Trabajo con lo más próximo que tengo.

P. A menudo sus obras se quedan a un palmo del kitsch. ¿Asume el riesgo?

R. Sí, pero estoy a un palmo. Tiene ciertos toques: es contundente pero no chirría. Siempre me han alabado el gusto y la combinación de colores que, pese a ser tremendamente impactantes, no llega a molestar. Ese punto kitsch es muy valenciano y yo presumo de él, aunque sin llegar a lo estrafalario.

P. Lleva muy adentro lo de ser valenciano.

R. Cuando estás fuera de Valencia eso te marca más. Hace dos años la noche de San José cogí un par de vacas, hice una falla en la terraza de mi ático de Madrid y la quemé. Es tremendo. No es que sea fallero, pero éstas son mis raíces.

P. ¿Por qué recurre a tantos colores, trata de ocultar algo?

R. Todo lo contrario, trato de mostrarme mejor. Bien mirado, mi paleta es bastante reducida: se limita a amarillo, magenta y azul, colores primarios. No utilizo casi nada los colores medios. Mis colores son un poco la descomposición de la luz, pese a que también he utilizado mucho el blanco y el negro, pero no son un blanco y negro tristes.

P. Le reprochan que su obra está hecha deliberadamente para que guste al público.

R. Es que eso es imposible. Sería de locos que el objetivo final fuese ése. Trabajo principalmente para mí, y si eso coincide con que gusta a una gran parte de la gente, pues es el pago que obtiene el artista.

P. ¿El arte no es un producto que deba adaptarse al mercado?

R. En absoluto. Yo, por ejemplo, hago retratos por encargo, pero no los hago por dinero sino porque disfruto. Hago retratos porque es un reto y me lo impongo como un ejercicio que requiere un esfuerzo y una ansiedad terrible. Donde un artista de verdad da la talla es en el retrato.

P. ¿Por qué en los retratos siempre pinta a la gente más guapa de lo que es?

R. Trato de reflejar mi propio interior. Intento coger lo positivo, pero no embellezco por embellecer. Cuando ves a alguien te da el flash de lo que es y lo que no es. Eso tiene poco que ver con que tenga arrugas o no las tenga. Mis retratos, al margen de que que intente sacar lo mejor de esa persona, son muy psicológicos.

P. ¿Qué fue primero en su vida el arte o la publicidad?

R. El arte. La publicidad fue circunstancial, aunque he de reconocer que tengo una deuda pendiente con la publicidad porque me ha dado mucha disciplina. Soy ordenado y resolutivo, y mi forma de trabajar es limpia gracias a la publicidad. Existe una idea tópica de que para pintar tenemos que ser raros, locos, torturados... Pero yo no necesito disfrazarme para justificar mi obra. Soy una persona tremendamente normal y accesible.

P. ¿En qué se parecen el arte y la publicidad?

R. Arte y publicidad están muy mezclados en el siglo XX, y la globalización tiende aún más al mestizaje en todos los aspectos.

P. ¿Prefiere reinterpretar a crear?

R. Es que reinterpretar también es crear. Me gusta crear, aunque parta de unos referentes que son muy claros. Y para mí crear no es hacer sólo cuadros, porque parece que si no haces cuadros eres menos artista. He hecho desde una portada de un disco a la portada de una revista, o una vajilla, una cortinilla de continuidad para una televisión... Porque mantienes el código, aunque cambies de soporte.

P. Usted ha repintado a Velázquez. ¿Hay que repintar a todos los artistas?

R. Repintar a Velázquez debería ser obligatorio. Lo que no tiene ningún sentido es copiar por copiar, sino que tienes que aportar tu código. Las Meninas que yo pinto ya no son de Velázquez, sino mías, porque ya son un icono que forma parte del inconsciente colectivo y que yo he reinterpretado.

P. Para gran parte del público siempre será el pintor de las vacas.

R. Sí, pero para otros seré el de los retratos, el de Las Meninas, el de la publicidad... Cuando cojo un tema me gusta desarrollarlo hasta las últimas consecuencias.

P. Fueron vacas gordas.

R. Lo fueron. Surgió de una forma muy curiosa, porque iba a hacer una exposición sobre retratos y logotipos, pero cuando me enteré de que el Centro Cultural del Retiro era la vaquería real decidí hacer vacas de cartón piedra. Y tuvo una repercusión impresionante en Madrid, pero aparte de vacas he hecho otras cosas.

P. También ha hecho cosas para el cine.

R. De repente la gente empezó a preguntarme que cómo era posible que no hubiese colaborado con Pedro Almodóvar si mi obra era muy almodovariana. Yo tenía claro que ese momento llegaría, y un día me llamó El Deseo, SA, para encargarme un retrato de Ángela Molina para Carne trémula. Luego Almodóvar vino a mi estudio y se llevó vacas y de todo. Fue una experiencia bonita. Ahora he hecho cosas para otra película de otro director, pero no se puede contar todavía.

P. ¿Era inevitable que se fuese a Madrid?

R. En un momento dado es bueno romper con tu entorno para seguir creciendo. Como artista necesitaba salir, y no era un paso fácil. Pero Madrid posiblemente sólo sea una escala.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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