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Tribuna
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Cosas judiciales

JUSTO NAVARRO

Está de moda la demagogia a propósito de la justicia: las obviedades que a primera vista serán aplaudidas y celebradas por muchos. Por ejemplo: qué escándalo, condenan a un muchacho a cuatro años de cárcel por robar 100 pesetas. El escandalizado no quiere saber que el humilde ladrón de 20 duros enarbolaba un destornillador y una sierra y amenazaba con pinchar y cortar cuellos, y que ya había pinchado alguna vez.

O un juez dice: ¿Qué sentido tiene que vaya a la cárcel, tiempo después de los hechos, un violador de su propio hijo? ¿Por qué no devolverlo con su hijo, a su casa? Entonces el demagogo es el juez.

Si los jueces siempre se interrogaran tan radicalmente sobre el sentido de la cárcel, el disparate de unir al violador con su víctima en una misma habitación seguiría siendo un disparate, pero por lo menos seguiría siendo respetable el razonamiento de que no siempre es útil mandar a la cárcel al delincuente.

La justicia tiene que ver con la coherencia y la igualdad: sirve para proteger a los débiles y poner límite a la fuerza de los fuertes. Ahora incluso protege a las flores débiles. Contaba Jesús Arias en este periódico que un pastor de Capileira, en las Alpujarras, cogió un puñado de manzanilla en Raspones de Río Seco, en Sierra Nevada. Denunciado por los guardas del paraje ante el juzgado de Órgiva, el pastor se enfrenta a una petición fiscal de dos años de cárcel.

El fiscal, José Cruz Muller, ha aplicado religiosamente el Código Penal, que castiga con una pena de seis meses a dos años al que corte flora amenazada. Tampoco el fiscal solicita la pena máxima por capricho: la ley establece que, si los hechos suceden en algún espacio natural protegido, se impondrá la pena superior en grado a la prevista. El fiscal se ciñe a la ley que protege el equilibrio de los sistemas naturales, aunque la ley parezca chocar con el sistema natural de vida del pastor Miguel Gallegos, habitante del monte donde herbajean sus ovejas, y donde ocupa una casa de lajas de piedra a dos horas, a pie, del colegio de su hija.

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Estoy en Granada para participar en un encuentro sobre Borges. Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos, escribió Borges una vez. Así que soy el pastor que arranca los matojos y soy el fiscal que pide dos años de cárcel para el pastor. ¿Es justo este fiscal?

Una explosión me quita de darle vueltas al asunto. Dos aviones de combate rompen la barrera del sonido a 12.000 metros sobre Granada, y una mujer sale despavorida de su casa mientras tiemblan los cristales y otra se derrumba de susto en una calle de Maracena. Cada F-18 carga un cañón, cuatro misiles, siete toneladas de armamento lanzable. El Código Penal castiga con una pena de seis meses a cuatro años de cárcel al que provoque emisiones, ruidos, vibraciones en la atmósfera o en el suelo, y precisamente un lector de El Puerto, José Antonio Navalón, preguntaba el otro día en este periódico si ningún fiscal actúa contra los aviones de Rota, emisores de gases y ruidos. ¿No? Entonces es escandaloso el caso del pastor de Capileira.

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