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El Gobierno británico investiga a un hospital por la extracción de órganos de bebés muertos

Un patólogo, sospechoso de haber "vaciado" 850 cadáveres sin permiso de los padres

Isabel Ferrer

Temeroso de que un nuevo escándalo sacuda a la vapuleada sanidad pública, el Gobierno británico ordenó ayer la apertura de una investigación sobre la supuesta extracción clandestina de los órganos de centenares de niños enfermos, fallecidos en el hospital público Alder Hey (Liverpool). Según los padres de los pequeños, Dick van Velzen, el patólogo responsable de estas prácticas a principios de los años 90, nunca pidió su consentimiento para almacenar hígados, cerebros o riñones una vez certificada su muerte. El juez instructor teme que la cifra de menores afectados ascienda a 850.

Hizo falta que Andre Rebello, juez de primera instancia de Liverpool, anunciara en público la reapertura de uno de los casos, relativo a la extracción de todos los órganos del cuerpo de la pequeña Kayliegh Valentine, para que sonara la alarma en el Ministerio de Sanidad. Los padres de la niña, fallecida hace nueve años en Alder Hey, aseguran que prohibieron de forma expresa que su cuerpo fuera tocado por los patólogos. Incluso subrayaron que no pensaban donar sus órganos, ya fuera para trasplantes o bien para la investigación. Ahora han sabido que su hija fue enterrada "como una cáscara vacía", mientras todos sus órganos eran depositados en recipientes del ala de patología del centro hospitalario.Según el juez, practicar una autopsia no faculta a los médicos a retener los órganos del fallecido, "en especial si carecen del consentimiento familiar". El presidente del propio Colegio Oficial de Patólogos, John Lilleyman, comparte su opinión: "El índice de extracciones de Alder Hey era muy superior a cualquier otro del país. Por falta de fondos, tal vez, tampoco fueron completados los correspondientes análisis destinados a averiguar las causas de la muerte de los niños. Todo resulta muy sospechoso".

Aunque la legislación vigente faculta a los patólogos para que extraigan órganos de un paciente cuando necesiten analizar a fondo las causas de su enfermedad, desde hace una década es necesario contar antes con el consentimiento paterno o familiar. Algo que Dick van Velzen no pareció tener demasiado en cuenta en Liverpool. Los primeros datos recabados por el juez sugieren que efectuó centenares de extracciones entre 1988 y 1995, fecha en que abandonó el hospital Alder Hey. Su fracaso en un nuevo puesto médico en Nueva Escocia (Canadá), de donde fue despedido, despertó las primeras dudas.

Cuando el matrimonio Valentine acudió al juez de Liverpool, otras 70 familias en las mismas circunstancias habían empezado ya a presionar al Gobierno para que abriera una investigación al respecto. Todos sus hijos habían fallecido en el mismo hospital que la pequeña Kayliegh, y nadie recordaba haber consentido la extracción de sus órganos.

En el caso del hospital de Liverpool, los órganos, almacenados a centenares en frascos depositados en el área de patología, fueron encontrados en el curso de una investigación interna. Antes de que estallara el escándalo, la dirección del centro quiso comprobar si las familias sabían lo que ocurría con sus pequeños.

El precedente de Bristol

Otro escándalo similar, en el hospital británico Royal Infirmary de Bristol, está siendo investigado y las primeras conclusiones no son tranquilizadoras. Allí fallecieron una veintena de bebés por negligencia de los cardiólogos, que les operaban sin estar capacitados. Lo que no se sabía es que los órganos eran extraídos para la investigación. Los médicos dicen que es "práctica común". Los padres no recuerdan haber dado su permiso.En vista de las repercusiones de ambos sucesos, y puesto que las demandas por daños pueden alcanzar cifras millonarias, el Gobierno ha decidido preguntar sobre el asunto a todos los hospitales públicos.

De momento, las familias de los niños muertos en Liverpool no han salido a la calle. En Bristol nadie olvidará los minúsculos ataúdes negros con cruces blancas frente al Royal Infirmary. Había uno por cada pequeño fallecido en el curso de unas operaciones que, según el anestesista que alertó de lo que sucedía, se hacían para no perder los fondos destinados a la investigación.

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