¡Viva la muerte!
Estos etarras son los últimos españoles de otro tiempo. Los últimos nacionales. Como aquellos de la guerra civil de 1936. Hablan el mismo lenguaje de los concentrados en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Reproducen la escena que cuenta González Egido en su libro Agonizar en Salamanca. Entonces el rector Miguel de Unamuno habría preferido el silencio para evitar el desbordamiento, pero terminó dando la réplica a tanto dislate, a tanta exaltación bélica. Ha llegado hasta nuestros días el guión que don Miguel improvisó para su intervención. Éstos son sus renglones: vencer y convencer; odio y no compasión; inteligencia inquisitiva y no inquisidora; guerra incivil; os falta razón y derecho en la lucha; es inútil pediros que penséis en España. En ese momento es cuando el general Millán Astray irrumpió al rector, a ese vasco y español admirable, con el grito definitorio de "¡muera la inteligencia!", muy acorde con su lema legionario de "¡viva la muerte!". Era cuando empezaba a reír la primavera del franquismo sublevado y a helar el invierno de los republicanos leales, comenzaban a volver banderas victoriosas, más o menos teñidas de falangismo y del requeté vasconavarro, más que al paso alegre de la paz al paso enlutado del rencor. Hablaba el rector, don Miguel de Unamuno. Quería que sus oyentes entraran en razón. Argumentaba y amonestaba a los camaradas y, tuteándoles, les recriminaba el recurso a las ejecuciones. Así, les advirtió, tal vez venceréis, pero no convenceréis.Ahora también los etarras encapuchados han vuelto a gritar "¡viva la muerte!" y "¡muera la inteligencia!" en el cumunicado en el que dan por terminado el cese de la violencia. Son los gritos de rigor. Nos devuelven al decálogo del periodista enunciado por Adam Michnik, el director del diario Gazeta Wyborcza, de Varsovia, que acaba de ser galardonado con el Premio Francisco Cerecedo, según el cual, "si el resultado de la verdad es la libertad, el resultado de la falsedad es la violencia". De ahí la rotunda afirmación de Xabier Arzalluz, presidente del Partido Nacionalista Vasco, a tenor de la cual "ETA miente". Qué descubrimiento más interesante, aunque tardío. Porque ¿cabe mayor mentira que el asesinato, práctica a la que se han entregado los de la banda desde hace más de treinta años?
Llegados aquí, se impone examinar la escenografía en la que se ha dado cuenta del nuevo comunicado. Son cinco encapuchados con boina sobre el antifaz. Aparecen uniformados protegiendo el tórax con prendas de lana, que parecen tomadas de la indumentaria de alguna compañía privada de seguridad. Llevan insignias y escarapelas adheridas, que deben ser indicativas de la unidad a la que pertenecen. Portan el uniforme de camuflaje muy propio para desfiles televisivos, con guantes para difuminar las huellas dactilares. Al fondo hay banderas sin viento, además de la que sirve de tapete a la mesa, que parece una de esas utilizadas para cubrir el féretro de los muertos propios. También está la serpiente retorcida que asciende hasta el hacha, un instrumento muy esclarecedor de las intenciones, como la hoz y el martillo de otros logotipos. Son elementos sugestivos de un proyecto de vida en común de leñadores aplicados muy adecuados para un repostero central.
Algunos se preguntan por qué comparecen de esa guisa y bajo semejante anonimato estos cinco individuos y especulan sobre cuáles pueden ser sus identidades. También surgen otras cuestiones a propósito de la agencia APS, que sustituye en esta ocasión a la BBC de la anterior comparecencia. Es la reducción al circuito cerrado de la termodinámica abertzale, que presagia la muerte entrópica del universo etarra. ¿Sabremos por qué no han posado ante las cámaras, a cara descubierta, para dar cuenta del nuevo comunicado, ésos que acaban de ser designados por la banda interlocutores para las conversaciones con el Gobierno o los anteriores que se sentaron en Suiza con los hombres de Aznar? Como ha recordado Enrique Múgica, citando a Simón Peres, "la democracia no sólo tiene el derecho a defenderse, sino que tiene la obligación". No vaya a ser que, según dijeron nuestros sabios hace dos mil años, terminemos siendo misericordiosos con los crueles y crueles con los misericordiosos.
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