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Tribuna
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Dar una oportunidad a las naciones más pobres

Los ministros de Comercio de más de 130 países se reunen en Seattle con motivo de la III Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio, en la que pondrán en marcha el proceso de redacción de las nuevas normas que guiarán el sistema internacional de comercio en el siglo XXI.Entre los ministros asistentes hay unos cien que representan a países en desarrollo o a economías en transición y 29 a países menos adelantados, es decir, a aquellos países que, según la clasificación de las Naciones Unidas, son los más pobres del planeta.Muchos de estos ministros acuden a Seattle con pocas expectativas acerca de lo que puede deparar para sus países un nuevo esfuerzo por liberalizar el comercio. No les falta razón. Al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, antecesor de la OMC, se le llegó a definir en ocasiones como un "club de blancos ricos", denominación no del todo gratuita. Sin embargo, la OMC no es el GATT. Nuestro sistema, muy mejorado, de solución de diferencias ha brindado, aun a los Gobiernos miembros más pequeños, la oportunidad de defender sus derechos comerciales sobre la base de normas internacionalmente acordadas en lugar de recurrir para ello al ejercicio del poder. Antes había sido inconcebible que Costa Rica se enfrentara a Estados Unidos en un grupo especial internacional de solución de diferencias y que ganara el caso. Sin embargo, eso fue justamente lo que sucedió en la OMC. Además, Chile y Perú plantearon ante la OMC una diferencia sobre pectínidos con la Unión Europea y lograron obtener una solución "extrajudicial" favorable.

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Es indiscutible, no obstante, que un gran número de países en desarrollo consideran que la anterior ronda de negociaciones comerciales multilaterales, conocida como la Ronda Uruguay, no produjo la clase de beneficios que habían llegado a esperar.

Con la nueva ronda de negociaciones comerciales de la Conferencia Ministerial de Seattle tendremos la oportunidad de cambiar este estado de cosas. Exhorto a los ministros a que declaren en Seattle su intención de eliminar todos los obstáculos a las importaciones procedentes de los países menos adelantados. La aceptación de esta propuesta en Seattle cambiará, de golpe, la manera en que se percibe a la OMC en el mundo en desarrollo y, lo que es aún más importante, ofrecerá a algunos de los ciudadanos más pobres del mundo el don de la oportunidad.

He transmitido mi punto de vista sobre este asunto a dirigentes de muchos países desarrollados y, si he de ser franco, debo decir que mi propuesta no ha recibido un aplauso generalizado. No subestimo las dificultades políticas que entraña la eliminación de obstáculos proteccionistas en sectores sensibles como la agricultura, los textiles y el calzado.

Aun así, pensemos por un momento que las exportaciones de los países menos adelantados equivalen apenas a una cuarta parte del 1% del total del comercio mundial, por lo que a duras penas pueden constituir una amenaza para las economías más fuertes del mundo. Pensemos también que, en 1998, las importaciones procedentes de los países menos adelantados sólo equivalieron al 1,2% de las importaciones de mercancías en la UE. Ese mismo año se produjo un estancamiento de las importaciones efectuadas por la Unión Europea desde África, continente en el que se encuentra la inmensa mayoría de los países menos adelantados, y su valor en dólares disminuyó efectivamente en un 6,8%.

Es de lamentar que los derechos de aduana que los países ricos imponen a los productos procedentes de los países más pobres en realidad sean más elevados por término medio que los gravámenes de que son objeto los productos de otros países ricos. En Estados Unidos y Canadá, por ejemplo, el importe de los derechos medios aplicados a los productos de los países menos adelantados es el doble del que se percibe por lo general.

Ésta es para mí una cuestión tan moral como económica. No cabe duda de que el acceso a los mercados de los países desarrollados no puede, por sí solo, resolver todos los problemas de los países menos adelantados. Debe reducirse la carga de la deuda y, en este sentido, veo con sumo agrado las iniciativas que han adoptado Estados Unidos y otros países integrantes del Grupo de los Siete. Cuando los países destinan al reembolso de la deuda sumas muy superiores a las que gastan en la esfera de la salud o la educación, hay algo que definitivamente no funciona.

Los países menos adelantados también requieren capital para construir su infraestructura económica: necesitan contar con sistemas de telecomunicaciones, caminos, puentes, puertos y fábricas para que los empresarios puedan producir y llevar a los mercados los productos que sean de interés para los consumidores occidentales.

Por último, aunque ciertamente sin menoscabar su importancia, debe incrementarse el capital humano mediante la enseñanza de nivel primario, secundario y universitario. Los funcionarios de los países menos adelantados tienen que recibir además asistencia técnica y capacitación para que puedan participar más eficazmente en el sistema mundial de comercio gracias a un mejor entendimiento de los derechos adquiridos en el marco de la OMC.

Pediré a los ministros en Seattle que multipliquen por 12, es decir, a 10 millones de francos suizos (6,75 millones de dólares) anuales nuestro presupuesto anual de asistencia técnica. Es una suma modesta si se tienen en cuenta, en particular, los beneficios que para todos los Gobiernos miembros se derivan de la participación e intervención, en la máxima medida posible, de todas las naciones en las negociaciones. No hay quien gane cuando algunos países se ponen de acuerdo para adoptar disposiciones comerciales complicadas que luego, al no entenderlas, se impacientan por cambiarlas.

Como un medio de hacer frente a las necesidades complejas de los países menos adelantados y de velar por que sean incorporados más plenamente al sistema multilateral de comercio, la OMC y otras cinco organizaciones establecieron en 1997 el marco integrado para los países menos adelantados. En colaboración con el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la UNCTAD, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Centro de Comercio Internacional, la OMC ha venido trabajando para satisfacer las necesidades de estos países. Es importante que en la reunión de Seattle se brinde a esta iniciativa un apoyo político del máximo nivel.

Recientemente me reuní con mis colegas el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, el presidente del Banco Mundial, Jim Wolfensohn, y el director gerente del FMI, Michel Camdessus, y los tres comparten mi opinión sobre este punto.

El Banco Mundial estima que en la actualidad hay más de 3.000 millones de personas que subsisten con menos de dos dólares diarios. En su reciente alocución ante el Banco Mundial y el FMI, el presidente Clinton destacó que cada año mueren de hambre 40 millones de personas, lo que en términos generales equivale al número de muertos que provocó la Segunda Guerra Mundial. Esto no es aceptable.

La Asistencia Oficial para el Desarrollo ha registrado una brusca caída en todo el mundo desarrollado. Las Naciones Unidas han fijado un objetivo para los países ricos donantes, a los que ha pedido que aporten el 0,7% del PIB como ayuda para los países más pobres. Sólo unos cuantos países alcanzan ese objetivo. La manera en que los países deciden gastar su dinero es un asunto de su incumbencia. Sin embargo, cuando los países pobres demuestran un deseo sincero de participar en el mercado mundial y de adoptar un sistema económico abierto y un régimen comercial liberal, ¿acaso es mucho pedir que se les brinde la oportunidad de elevar su nivel de vida mediante un sistema comercial global? Este sistema ha dado muy buenos resultados en países de la cuenca del Pacífico y en América Latina. Lo mismo puede suceder en otras partes del mundo.

No pretendo que en la OMC o en el comercio radiquen todas las respuestas a los graves problemas del desarrollo y de la mitigación de la pobreza. Sin embargo, ¿no deberían todas las organizaciones internacionales y todas las naciones hacer lo posible por ayudar a los más pobres a ayudarse a sí mismos?

Mike Moore es director general de la Organización Mundial del Comercio.

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