La capital de los museos
La localidad de Zumaia cuenta con tres centros expositivos
Si hubiera que hablar de una capital vasca del museo, habría que dirigirse inevitablemente a la villa guipuzcoana de Zumaia, donde no compiten sino que se coordinan tres museos de indudable interés cada uno en su campo. Además de su filiación común, los tres cuentan con la característica de haber nacido de la iniciativa privada. Son sendos edificios independientes, casas que no fueron diseñadas en principio para albergar ninguna colección, pero que el tiempo, las circunstancias y la casualidad las han convertido en el Museo Zuloaga, el Museo-taller Julio Beobide y el Museo Laia, dedicado a los productos artesanales del País Vasco.Y lo que no ocurre en otros ámbitos donde la competencia es tan directa, estas tres entidades privadas conviven en relaciones de buena vecindad. Tanto es así que está establecida una visita coordinada a los tres museos que presenta las particularidades de cada uno. Los dos con nombre de artista están muy vinculados a la trayectoria vital de Zuloaga y Beobide, y más orientado a la explotación comercial el que trata de ofrecer lo mejor de la huerta, la ganadería y la artesanía vascas.
Con este último, el más joven, se inicia esta propuesta de paseo. Creado en 1997 gracias a la iniciativa de tres socios, Asier Arriola, Enrique Laborda y Javier Pascual, el museo Laia se estableció en la que era la fábrica que utilizaba Ignacio Zuloaga para fabricar sus lienzos: un coqueto caserío que antes fue restaurante y que sus actuales inquilinos han acondicionado con mimo para establecer la exposición de los distintos productos, dividida en doce apartados. Con una clara intención comercial (la planta baja está dedicada exclusivamente a tienda), Laia recuerda a espacios similares habituales en los pueblos franceses y que comienzan a establecerse a este lado de los Pirineos. Son salas de exposiciones en las que conviven unas pinceladas de etnografía con otras de tipismo local, sobre un fondo de comercio de productos de los que ahora se dicen delicatessen.
Así es también en este museo del producto artesanal vasco, en el que se presenta un recorrido por la cestería, los productos textiles, la cerámica, el mueble, los productos del caserío, el pastoreo (queso y carne), la pesca, la miel, repostería y licores, el vino, la sidra y el txakolí. No hay grandes piezas, pero la muestra es correcta y ofrece al visitante foráneo una visión sencilla de los distintos productos y su elaboración. Además, los grandes ventanales con que dotó Zuloaga al edificio ofrecen una iluminación natural envidiable y dejan ver el prado de enfrente, donde se han colocado algunos aperos de labranza.
Justo al otro lado de la carretera, en lo que fue la hostería de peregrinos del Camino de Santiago por la costa y ermita dedicada a este santo, se encuentra el Museo Zuloaga. El propio pintor adquirió estos terrenos en 1910 y pidió a los arquitectos Pedro Guimón y José María Alcorta que le construyeran la casa y restauraran el conjunto. Ya desde que el edificio pudo habitarse, el pintor se puso manos a la obra para crear un museo complejo en el que se percibe claramente la impronta de Zuloaga. Aunque en principio el conjunto parezca heterogéneo, la muestra la conforman sus obras predilectas como coleccionista, junto con algunas creaciones destacables del propio artista, que son las que reciben al visitante del museo.
Tras esta primera sala dedicada a Zuloaga, se pueden contemplar piezas que van desde el gótico al renacimiento, con algunas muestras excelentes de arte flamenco. También hay cuadros del Greco, Zurbarán, Goya o Solana, que dan paso a la capilla, última escala del recorrido y en la que destaca el magnífico Cristo expresionista de Julio Beobide, iluminado por el propio Zuloaga. Ambos artistas, además de vecinos, eran íntimos amigos, y esta escultura es una excelente muestra de la amistad personal y artística que les unía.
Y con Julio Beobide termina el recorrido por los museos zumaiatarras. Ubicado a la orilla de la ría, muy cerca del estuario del Urola, en la casa llamada Kresala, el museo dedicado al escultor guipuzcoano conserva todo el sabor del animado taller que fue hasta su muerte. Animado porque, al igual que ahora pasean por sus salas grupos de niños y niñas que acuden a descubrir los rudimentos de la escultura y disfrutar con las obras del artista, en los tiempos en que vivía Beobide el estudio contaba con las visitas de otros artistas y amigos, siempre bien recibidos por el escultor hasta su fallecimiento en 1969.
La visita a este museo es quizás la más atractiva de las tres, tanto por el contenido de sus salas como por el placer que supone contar como guía con la hija mayor de Julio Beobide, Mari Pilar. A sus comentarios sobre las distintas obras, bustos en su mayor parte, hay que añadir el relato de las vivencias personales junto a su padre, quien vivía la escultura apasionadamente. En una sala aparte está su última obra, un Cristo que se quedó a medio terminar y que estaba destinado a los Capuchinos de Rentería.
Figura con historia
Esta figura tiene su historia. Encargado a Beobide y promovido por dos pías hermanas apellidadas Orbea, el escultor empezó a trabajar en una pieza de madera que habían encontrado en alta mar unos marinos de un bacaladero. "Era un trozo de caoba excepcional que una serrería de Lezo tenía reservada para un destino como aquel", recuerda Mari Pilar Beobide. Religioso de gran devoción como era el escultor zumaitarra, en sus recreaciones de figuras evangélicas siempre aparecen ecos de distintos momentos del Evangelio, en este caso, de la Pasión. Así, fue poco a poco labrando la madera hasta conformar los pies, el tronco y la cabeza, justo cuando le sobrevino la muerte. Y en el mismo lugar y en la misma posición se quedó la última obra de Beobide.
Hubo propuestas de los Capuchinos para que otro artista terminara la obra, pero como le dijeron a la familia algunos de los principales escultores vascos que acudieron al sepelio: "Nadie puede meter mano en la obra de un maestro". Y así lo consideraron los descendientes de Julio Beobide, que mantuvieron tal cual el Cristo, cuyo rostro muestra la plenitud creadora de uno de los escultores más reconocidos de la primera mitad de siglo.
El Museo de Beobide no cobra entrada, a diferencia de los otros dos. Se mantiene abierto gracias a la voluntad de la familia y alguna ayuda pasada de la Diputación de Guipúzcoa, que no lo atiende como debiera. Y es que éste es sin duda el único museo específico de escultura del País Vasco y un espacio incuestionable para que los más pequeños conozcan los principios de este arte.
DATOS PRÁCTICOS
Museo Zuloaga: Dirección: Santiago Etxea, Zumaia. Teléfono: 943 862341. Horario: miércoles a sábado, de 16.00 a 20.00. Domingo, de 11.00 a 14.00 y de 16.00 a 20.00. Lunes y martes, cerrado, al igual que los meses de octubre y noviembre. Entrada: 500 pesetas. Fecha de inauguración: 1921, cuando el pintor Ignacio Zuloaga abrió una sala junto a su estudio con piezas de damasquinado salidas del taller de Plácido Zuloaga en Eibar.Museo-taller Julio Beobide: Dirección: Paseo Julio Beobide, Zumaia. Teléfono: 943 143437/943 860564. Horario: Visitas a concertar previamente. Entrada: gratuita. Fecha de inauguración: El taller del escultor Julio Beobide se abrió tras su muerte en 1969, aunque no sería hasta 1989 cuando tomara la apariencia actual.
Museo Laia del producto artesanal del País Vasco: Dirección: Barrio Santiago, Zumaia -frente al Museo Zuloaga-. Teléfono 943 862512. Horario: martes a viernes, de 10.00 a 13.30 y de 15.00 a 18.30. Sábados y domingos, de 10.30 a 14.00 y de 16.30 a 20.00. En verano, el horario de martes a viernes es el mismo que el de los domingos. Lunes, cerrado. Entrada: 200 pesetas. Fecha de inauguración: 1997.
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