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Reportaje:

Benditos malditos papeles

Los inmigrantes que tienen la documentación en regla creen que el verdadero racismo es el de las instituciones

Algunos dicen: "Mejor morir en el Estrecho que seguir en Marruecos". Pero, ¿sabe usted?, se equivocan. La vida aquí no es fácil. Nada fácil. Pero la tele... La tele pone anuncios maravillosos, ¿sabe? En los anuncios no hay hambre. En los anuncios hay ropa buena, perfumes y pisos con grandes ventanas y jardines verdes, ¿usted no se ha fijado? Y esa tele se ve en Marruecos.Abdel Krikech lleva en España desde 1987. Nació en Tánger hace 49 años. Y él nunca aconsejaría a la gente de su país que se viniera. Y menos en una patera. Él trabaja en la construcción. Tiene sus papeles en regla. Se siente integrado.

-¿Sabe? La gente vuelve con sus coches en verano a Marruecos. Con su dinero. Y todo el mundo piensa que esto es maravilloso. Pero no lo es.

Krikech sonríe.

-Los españoles también tienen problemas, ¿no?

Muchos piensan así. Cuando hablan de pateras, de muerte, de cifras millonarias para comprar un sueño, muchos dicen que ellos nunca, nunca aconsejarían a sus primos, a sus sobrinos, a sus familiares que vinieran a España. Que mejor se queden en Marruecos. Saben de historias terribles. De jóvenes que han caído en la desesperación, en el trapicheo de drogas, en la delincuencia, en la mendicidad.

Al caer la tarde, la calle de Mesón de Paredes es un mundo aparte. Se mezclan idiomas, colores, razas. Hay adolescentes que hablan y se empujan entre risas. Viejos que caminan lentamente. Hombres cargados de extraños fardos.

Dice Abdel Krikech que aquí no hay problemas de convivencia.

-Moros, póngalo usted, moros, senegaleses, gitanos, chinos, todos viven tranquilos, sin molestarse.

-Pero yo he oído a gentes del barrio que...

-Hay chavales que crean problemas. Pero no porque sean moros. Es porque no tienen trabajo. El paro es malo. Hay robos. Pero no los hacen únicamente los moros.

Al principio, rechazo

Allami Azizi trabaja en un supermercado. Él, al principio, notaba el rechazo de la gente. Lo sentía, incluso, en personas muy cercanas. Esa cautela que se tiene ante lo desconocido. Ahora sus clientas le saludan, le preguntan por su niño. Le hablan de los problemas del sueldo, de lo caro que está todo. Allami tiene sus papeles en regla. Hijo de agricultores. Nueve hermanos. Vino a España como estudiante en el año 1989. Antes había hecho varios viajes a Francia, a la vendimia. Eran tiempos en los que obtener el visado era relativamente fácil. Pero todo lo que está mal siempre puede empeorar. Y ahora las cosas han empeorado. Allami está pensando en reiniciar sus estudios de Biología.-El verdadero racismo es institucional. Esa burocracia pensada para hacer imposible la estancia. Esa angustia permanente de que no te renueven la residencia.

Dicen que el té sólo lo hacen bien los hombres. Que las mujeres no saben hacer el té. Lo dicen en La Alhambra, un restaurante tranquilo y silencioso.

-Es una broma. No se lo crea.

El té con hierbabuena deja en los labios un gusto fresco y dulce.No hay prisas para la conversación. Y, al lado, se escucha hablar en un armonioso árabe.

-Si además de emigrante marroquí, eres mujer, las cosas se complican.

Algunos dicen que, aunque seas mujer, si eres guapa, tienes menos problemas. Y aseguran que han oído historias sórdidas, de favores policiales, de abusos. Pero dice Riduan Asouik que lo que de verdad está en todo es el dinero. Que si tienes dinero no tendrás problemas para entrar a España, ni con el visado.

-Cuando se cierran las fronteras se está favoreciendo a las mafias, a los que se enriquecen con el sufrimiento, a policías corruptos de uno u otro lado, a los de las pateras.

Riduan Asouik cruzó el Estrecho en 1982. Es licenciado en Bellas Artes por la Universidad Complutense. Casado con una española, trabaja en lo que le sale y dedica buena parte de su tiempo a una asociaciación de emigrantes. No cobra nada por ello.

-Yo me siento integrado cuando puedo participar en la actividad de los ciudadanos.

Y dice Riduan que la emigración la provocan los sueños, la necesidad. ¿Y quién puede convencer a alguien de que no persiga los sueños? ¿Quién puede impedir que se huya de la miseria?

Mujtar tiene 32 años. Vino también a estudiar a España. Es licenciado en Historia. No pudo hacer el doctorado. Ahora regenta con un socio un pequeño restaurante.

-No pude hacer la tesis por problemas económicos. Tenía que dedicar tiempo a viajar, a buscar documentación y...

Nunca ha sentido el zarpazo del racismo. A veces, sólo a veces, ha sufrido algún doloroso arañazo. Como cuando, al intentar aparcar, alguien que busca también sitio le grita que nadie le ha llamado aquí.

-Ya ve usted, por una plaza de aparcamiento. Pienso que el racismo es sólo falta de cultura...

Saben que son privilegiados. Que ellos tienen sus papeles en regla. Y que muchos compatriotas sufren la muerte en el mar. Por eso hablan del sufrimiento, de la tristeza de las familias que vienen a buscar en España un futuro que tampoco aquí existe. De cómo miran a su alrededor y sólo ven gente sin papeles, desesperados. Sin voz. Ni pueden ni quieren hablar.

-Ustedes, los periodistas, dicen siempre nosotros ladrones. Mala gente. Y no es verdad. Mejor, no. Mejor, no...

Mujtar habla con la resignación de quien sabe que el futuro tiene la duración de un permiso de residencia, de un contrato de trabajo. El futuro es que te hayan caducado los permisos, que tengas que hacer una cola tremenda para renovar los papeles. Que el simple hecho de hacer cola se haya convertido en la forma de ganarse unas pesetas. Porque hay quien se alquila para pasar las largas horas de espera guardando el sitio a quien tiene sus negocios que atender.

Al socio de Mujtar le han negado después de dos años el permiso de residencia. Anda ahora empeñado en demostrar que tiene trabajo, que tiene un negocio del que van tirando sus familias.

-Siempre nos falta algún papel. Y cuando lo tienes, te piden otro.

¿Y Marruecos? Algunos hace años que no han vuelto. Sus padres no conocen a los nietos. Ni ellos a alguno de sus hermanos. Ahora que parece que el nuevo monarca... Si fuera posible. Son muchos años de espera y ahora sólo queda el recelo, la desconfianza. Y eso que, como dice Riduan, no esperan una revolución.

Alguien, desde la mesa de al lado, rectifica:

-El Gobierno de Marruecos favorece la emigración. Y hasta la muerte en las pateras. Así los marroquíes no piensan en cómo está el país.

El hombre que siempre volvía

Vino en los años setenta. Muy al principio. Cuando bastaba con el pasaporte. Cuando las fronteras, cuenta, apenas existían. Cuando nadie había oído hablar de pateras. Khalid -Diego, según el nombre que ha adoptado en España- tiene un pequeño comercio en el paseo de Extremadura.Ahora tiene sus papeles en regla. Vino a España en los años setenta. Su padre era el entrenador del equipo de fútbol Raya.

-A mí, lo que son las cosas, me dieron el permiso de residencia después de haberme expulsado de España.

-¿Y eso?

-Es que yo denuncié un robo y me detuvieron porque entonces no tenía papeles.

Trabajaba en un restaurante y, un día, al bajar a las taquillas se encontró con que un hombre estaba robando el bolso de una compañera. Se lo comunicó al jefe y éste a la policía..

Khalid fue como testigo y acabó en la prisión de Carabanchel.

-Yo no tenía papeles. Yo trabajaba como pinche de cocina y luego como cocinero, pero siempre sin papeles. Así que cuando fui a declarar, vieron que no tenía documentación y me metieron preso. Me dijeron que me expulsaban. Yo decía: "Expúlsenme, pero no me metan en la cárcel, ¿no?"

-Claro, claro.

Así que Diego-Khalid pasó un mes en Carabanchel. Se fue con lo puesto, porque no le dejaron recoger las pertenencias que tenía en la pensión. Eran los años ochenta. Un día le llevaron de conducción. Pasó por Córdoba, Jaén y Málaga. En Málaga le tuvieron detenido otro mes. Y por fin le llevaron a Melilla.

-En Melilla me dieron una paliza y me dejaron en libertad.

-Pero una paliza, ¿por qué?

-Ni lo sé ni lo pregunté, la verdad.

La historia de Khalid es una historia de tenacidad, de idas y vueltas. En cuanto pudo, volvió a Madrid. La policía le cogió de nuevo y le puso, otra vez, en la frontera con Marruecos. Otra vez volvió.

-Sí, señor, sí. Y volví al mismo bar. Fui a la pensión a recuperar mis cosas y me dijeron que las habían tirado. Así que tuve que callar y tragar con ello. Cualquiera les denunciaba. Si yo era de los que veía a la policía y me moría del susto...

Un día, cuenta Khalid, le dieron la cartilla de residencia como empleado de hogar.

-Me recomendaron que intentara quitarme los antecedentes. Fui a la policía. Y una funcionaria buscó en el ordenador y me dijo: "Usted está expulsado. No se vaya. Y quédese ahí". Yo me puse a morir porque, además, la señorita le dijo a un agente: "No le dejes que se vaya". Por fin me recibió un funcionario. Me preguntó lo que me pasaba y me dejó ir en paz. Así que, ya lo ve usted, a mí me dieron la residencia cuando me expulsaron. Qué cosas, ¿no?

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