Asuntos internos JOAN B. CULLA I CLARÀ
A lo largo de las últimas semanas, distintas cartas de los lectores han denunciado, en estas mismas páginas, la flagrante desigualdad de trato: si, la pasada primavera, la comunidad internacional se movilizó con armas y bagajes para salvar a los kosovares de la limpieza étnica decretada por Milosevic, si en septiembre-octubre esa misma comunidad intervino con éxito para proteger a los timoreses en el ejercicio de su derecho a la autodeterminación, ¿por qué ahora esa pasividad y ese mirar hacia otro lado ante la devastadora campaña rusa en Chechenia? ¿Tan poco han durado las pilas de la "nueva moralidad internacional" que presumíamos de haber implantado? Después de todo, Chechenia es incluso algo más grande que Kosovo y, desde luego, está mucho más cerca que Timor Oriental. ¿Qué ocurre, pues?La respuesta oficial la dio, el lunes pasado, la Unión Europea al aprobar una declaración-jaculatoria, una letanía de impetraciones y buenos deseos dirigidos a Moscú, a la que sólo le falta incluir el consabido "te lo pedimos, señor... Yeltsin". Y la explicación de tanta mansedumbre, de tanta indulgencia ante los bombardeos de mercados y las matanzas de civiles la ofreció el subsecretario español de Asuntos Exteriores, un pequeño Metternich de nombre Ramón de Miguel, al declarar que "lo de Chechenia es un asunto interno ruso". ¡Ya lo creo! Tan interno como lo era para el régimen de Belgrado su provincia kosovar hasta el mes de junio de este año, tanto como lo fue para Yakarta la suerte de su "27ª provincia" durante un cuarto de siglo, tan interno como la rebelión independentista argelina para Francia hasta los acuerdos de Evian de 1962... Pocos conceptos hay en la política internacional que sean más mudables, y a cuyo amparo se hayan cometido mayores fechorías, que éste del "asunto interno".
Dicho lo cual, es preciso admitir que los gobiernos de Occidente lo tienen fácil en su ceguera voluntaria ante la desigual guerra caucásica. Sea a causa de la ignorancia, de la comodidad o de los prejuicios culturales, el caso es que entre los intelectuales el drama de Chechenia no ha suscitado desde 1994 otro compromiso significativo que el de Juan Goytisolo. En cuanto a los políticos, los más proclives a movilizarse, las gentes de la paleoizquierda tradicional, podrían tal vez enarbolar esa bandera contra su detestado Yeltsin, pero ¿cómo van a hacerlo si saben que los camaradas comunistas rusos son, con respecto al "cáncer" checheno, todavía más radicales y más nacional-patriotas que el tambaleante Borís, si saben que es la nostalgia soviética lo que impulsa a muchos militares a preconizar una terapia de sangre y fuego en el Cáucaso Norte?
Con respecto al establishment político occidental, la avezada propaganda de Moscú ha sabido asociar la causa chechena con dos espantajos que horripilan al Primer Mundo: fundamentalismo islámico y terrorismo. Entonces, ¿cómo vamos a poner en peligro la preciosa y frágil estabilidad de Rusia para dar amparo a unos dinamiteros integristas? Además, ¿quién desea promover malos ejemplos de pequeños territorios independentistas que consiguen la secesión? ¿Acaso muchos Estados, en el Oeste, no tienen el tejado de cristal? Tampoco las grandes ONG, ni los pequeños nacionalismos europeos, atentos en su día a Lituania o al Kurdistán, han mostrado gran interés por Chechenia. Demasiado exótica, demasiado complicada.
Y, ciertamente, lo es. Pero de la complejidad chechena sobresalen algunos datos dignos de ser retenidos: una tenacidad de dos siglos en la resistencia a la dominación y a la asimilación; una enfermiza fijación ruso-soviético-rusa, desde Nicolás I a Yeltsin pasando por Stalin, en la diabolización de los chechenos -"bandidos", "criminales", "cucarachas"- como coartada de su destrucción física; una rara capacidad de este pueblo para sobrevivir a las peores pruebas, incluida su deportación masiva a Asia Central entre 1944 y 1957, y la existencia de una considerable diáspora chechena en Turquía, Jordania, Siria y, sobre todo, en la Federación Rusa, diáspora que, según cuál sea el desenlace del actual conflicto, podría servir de base al terrorismo de una generación de desesperados.
A principios de julio de 1996 el escritor Juan Goytisolo publicó en EL PAÍS un espléndido reportaje seriado, Paisajes de guerra con Chechenia al fondo, en uno de cuyos capítulos afirmaba: "El apoyo de EE UU y la UE a Yeltsin revela una vez más que las cancillerías occidentales sacrifican los principios democráticos y derechos humanos en aras de sus intereses". Y añadía: "¿Es el genocidio un asunto puramente interior ruso y toda condena exterior una injerencia inadmisible y humillante?". Palabras que parecen escritas hoy y cuya actualidad lleva a preguntarse si para eso seguimos financiando entre todos, a través del Fondo Monetario Internacional, a la corrupta camarilla del Kremlin; si para eso acabamos de nombrar a Javier Solana mister PESC y, además, secretario general de la UEO; si asistir impasibles al aplastamiento brutal de Chechenia es nuestra forma de hacer, entre los países y los pueblos del espacio ex comunista, pedagogía de la democracia y del respeto por los derechos individuales y colectivos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.