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El último pirómano

Santiago Segurola

Gran jugador como es, Fernando Hierro no termina de comprender otro aspecto fundamental de su carrera, el que se deriva de su condición de capitán. Y no de un equipo cualquiera, sino del Madrid, emisor constante de noticias y polémica.Hace tan solo una semana, el Madrid acabó con su larga sequía y consiguió al fin una victoria en la Liga. El triunfo en Vallecas se produjo en circunstancias dramáticas, después de recibir dos goles en el primer tiempo y con diez jugadores durante la mayor parte del segundo. Al resultado, que se presumía suficiente para aplacar la crisis que se abatía sobre el equipo y el club, se añadió la derrota del Barça frente al Málaga. Repentinamente, el Madrid se encontraba a cinco puntos de su gran rival y con dos semanas sin competición, periodo ideal para la reflexión general sobre el decepcionante arranque en el campeonato. Pero lo que se presumía como un tiempo de terapia ha degenerado en el estruendo habitual en un club donde no cesa el ruido.

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La capacidad que tiene el Madrid para flagelarse no tiene límites. En lugar de aprovechar ese ligero viento de cola, no ha habido día sin conflicto. Es un club sometido a una necesidad perversa de complicarse la existencia, de entrar en un proceso autodestructivo donde todos colaboran en el desastre. Colaboró alegremente Toshack cuando celebró el triunfo en Vallecas con un aluvión de críticas a sus porteros. Pudo destacar el coraje y sentido de grupo para ganar un partido crítico, deslizar sus declaraciones hacia un aspecto positivo. Pero al estilo actual del Madrid, Toshack se echó al monte y abrió un nuevo flanco en la crisis.

En el plazo de tres días, Miguel Ángel, un empleado del club, salió a escena con una carta demencial. Con la excusa de la polémica de los porteros, arremetió contra Toshack y abrió otro foco de conflicto, tan gratuito como el provocado por el entrenador. Sólo quedaba la intervención de algún jugador para completar el penoso círculo de disparates. Ése ha sido Hierro, el menos indicado para alimentar tensiones. Por capitán y por el criterio que se supone en un experto, con diez temporadas en el club. Pero a Hierro, que no salió en ayuda de los porteros después del tiroteo de Toshack, no se le ha ocurrido otra cosa que salir en defensa de su amigo Miguel Ángel y poner así en una situación incomodísima al técnico y al club, que no encuentra la manera de apagar todos los fuegos.

Hierro, un jugador extraordinario sin el reconocimiento que merece después de tantos años de magisterio, es un ejemplo del estado de confusión que reina en el Madrid. Como tantos otros, no acaba de saber el lugar que ocupa, el de capitán nada menos. El de un hombre que debería poner cordura y rigor en su ámbito de actuación. Pues no. Cuando llega el momento, se olvida de su papel y mete una cornada de campeonato en la femoral de un club que sale de una crisis para entrar en la siguiente.

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