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Gelman y el dolor

El dolor más insufrible es el que no tiene respuestas, el que deja una herida sin curar, un daño sin explicaciones. Entre todos los gritos de angustia que han atravesado de Norte a Sur este siglo lleno de espantos, uno de los más estremecedores es el que se escucha cada vez que alguien abre un libro del poeta Juan Gelman. Da igual qué libro: Hechos y relaciones, Si dulcemente, Citas y comentarios... En cualquiera de ellos aparece una y otra vez, al fondo o en primer plano, la historia que ha desmenuzado salvajemente su vida: el 24 de agosto de 1976, una jauría enviada por los generales que establecieron en Argentina una de las dictaduras más sangrientas y más despiadadas que se recuerdan, entró en la casa de Gelman, en Buenos Aires, buscándolo para detenerlo y, seguramente, para matarlo; como el escritor no estaba allí, los asesinos decidieron no irse de vacío y se llevaron, en su lugar, a su hija, su hijo Marcelo Ariel y su nuera Claudia, embarazada de ocho meses. A su hija la soltaron después de torturarla; Marcelo no apareció hasta años más tarde, en el fondo del río, atrapado en un bloque de cemento y con un tiro en la nuca; en cuanto a Claudia, jamás se ha vuelto a saber nada de ella, aunque, desde entonces, el autor de Salarios del impío no ha parado de buscar su cadáver y a su nieta o nieto, el bebé que debió de nacer en algún campo de concentración, que quizá está en manos de alguna familia de militares o potentados argentinos, que dicen que tal vez no se encuentre muy lejos del lugar del que fue robado, que probablemente fue trasladado a Uruguay... Qué insoportables deben de resultar esas palabras cada vez que suenen dentro de la cabeza de Juan Gelman: quizá, tal vez, probablemente. Qué insoportable seguir de este lado, hacerse preguntas igual que éstas: "¿Estás vivo? / ¿estás muerto? / ¿hijo? / ¿vivimorís otra vez / otro día / como / moriviviste estos años / en un campo de concentración? / ¿qué / hicieron de vos / hijo / dulce calor que alguna vez / niñaba al mundo / padre de mi ternura / hijo / que no acabó de vivir? / ¿acabó de morir? / pregunto si acabo de morir / el nacido el morido / a cada rato / niño / que andó temprano por la sombra / voz / que mutilaron / ojo / que vio / niñito de mi sed arrancado / a sus pedazos / a su sed / las sedes / que le abrigaban corazón / se lo encendían mesmamente / toda la noche golpeándome la puerta".Pienso en Juan Gelman, en su aullido sin respuesta o contestado con brutalidad por el presidente de Uruguay, a quien escribió una carta pidiendo colaboración y amparo, y también en otras personas con menos trascendencia pública, familias de esta misma ciudad, padres de otras víctimas cuyos crímenes siguen sin resolverse: Laura Domingo, Beatriz Agredano o, ahora, Eva Blanco, esa joven que ha hecho que se abra una petición voluntaria de ADN en Algete, que se le pida a cinco mil posibles candidatos a su muerte una prueba de su inocencia, un poco de saliva o un cabello que demuestren que el que lo da para su análisis no es culpable, que está limpio de toda sospecha. Es, sin duda, algo terrible, una forma inmoral de obligar a quien no ha hecho nada malo a que lo demuestre. Eso resulta evidente y es fácil decirlo desde fuera. Pero ¿y cuando uno está dentro, cuando el horror clava los dientes en tu propia piel? Yo estuve una vez al lado de ese horror, vi lo inabarcable que era cuando visité a Encarna y Julio Agredano, los padres de la chica asesinada en Vicálvaro, pude sentir aquel ambiente sin salida en el que estaban, la forma en que cada nueva teoría y cada nueva pregunta terminaban convirtiéndose en un poco más del mismo veneno. ¿Para qué? Hasta hoy, para nada, porque el próximo día 27 hará ya tres años que Beatriz apareció en un descampado estrangulada y aún no ha aparecido el culpable. Qué tremendo, pensar en todos esos muertos sin resolver.

Qué tremendo que esas cosas ocurran para que Juan Gelman tenga que escribir un poema como éste: "Los sueños rotos por la realidad / los compañeros rotos por la realidad / los sueños de los compañeros rotos / ¿están verdaderamente rotos / perdidos / nada / se pudren bajo tierra? / ¿su rota luz / diseminada a pedacitos bajo tierra? / ¿alguna vez / los pedacitos se van a juntar? / ¿va a haber la fiesta de los pedacitos que se reúnen? / y los pedacitos de los compañeros / ¿alguna vez se juntarán? / caminan bajo tierra para juntarse un día como dice / Manuel? / ¿se juntarán un día? / de esos amados pedacitos está hecha nuestra concreta soledad."

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