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Náufragos en Lavapiés

Dos asociaciones ponen en marcha en Centro un plan de apoyo a los menores magrebíes que han emigrado solos

Abdel, de 16 años, llegó hace un mes de Tánger tras colarse en uno de los transbordadores del Estrecho. Enseguida se dejó caer por Lavapiés, el barrio madrileño más conocido en Marruecos, y allí contactó con un compatriota que le dejó dormir tres días en su casa. Pero antes de que acabara deambulando por la ciudad conoció a Mohamed Laamarti y se fió de él. Ahora vive en una residencia de la Comunidad, aprende castellano y espera que le den el permiso de residencia. "Me gustaría quedarme aquí a trabajar, porque se gana más dinero que en mi país", explica.Mohamed Laamarti y Zohra el Guenuni, dos educadores de calle marroquíes, se han convertido en unos habituales de la plaza de Cabestreros, en Lavapiés. Allí acuden todos los días, desde septiembre, para prestar apoyo social a los menores magrebíes que han emigrado solos a Madrid y que suelen reunirse en esa zona. Su cometido es ganarse la confianza de estos chicos y ofrecerles alternativas para evitar que malvivan en la calle. Por ahora han prestado apoyo a 40 chavales de 12 a 17 años y han conseguido que más de la mitad vivan ahora en internados autonómicos, donde reciben formación. Documentar a los muchachos y tramitarles un permiso de residencia son otros de los cometidos de este programa gestionado por las asociaciones AMAL, de mujeres marroquíes, y Paideia, de ayuda a menores, con subvención del Ayuntamiento de Madrid.

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"España es guapa", afirma convencido Rachid, un chaval expresivo y bajito de 15 años, en un castellano aprendido en tres meses. Este aprendiz de carpintero decidió abandonar Tánger, escondido en un barco, para mejorar su situación. "Ganaba muy pocos dirhams y quiero tener mucho dinero", explica este chico con un hermano veinteañero en Madrid, que fue quien le llevó a Paideia.

Arreglar papeles

"Mi hermano está ilegal y se enteró de que estos educadores me podían arreglar los papeles; así que me trajo porque pensó que vivir en una residencia era mejor para mí", asegura. Pronto Rachid corrió la voz entre otros chicos en situación parecida. Y así llegaron al programa Jawad, de 14 años, que en su periplo ya ha conocido las noches al raso en un parque de Toledo, y Alí, de 16, a quien ya conocía de Tánger.Otras veces son los inmigrantes de más edad quienes frecuentan Cabestreros, incluso aquellos con un historial de lucrativos robos y trapicheos, los que avisan a los educadores de la presencia de un menor solo. "Saben por experiencia que la calle es muy dura y no quieren que los chicos pequeños estén en ella. También les ayudan dándoles comida o ropa", explica Zohra.

"Para los chavales, obtener la documentación que les permita trabajar si obtienen una oferta laboral es importantísimo; por eso, al ver que nos tomamos esa cuestión en serio, se fían de nosotros", explica Antonio Lozano, presidente de Paideia. Los dos educadores del programa saben que algunos de estos chavales, sobre todo los que llevan ya tiempo deambulando, se mueven en el filo de la navaja: han cometido algún delito o tienen problemas de drogas. Pero, precisamente, su función es actuar cuanto antes con los recién llegados.

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Desde hace más de dos años, el Instituto Madrileño del Menor y la Familia (IMMF) de la Comunidad viene dando la voz de alarma sobre el creciente número de chavales marroquíes que llegan por su cuenta a Madrid, sin familia ni medios de vida. En 1997, por el centro de acogida de menores de Hortaleza pasaron 133 inmigrantes adolescentes. Dos años después fueron 351.

Temor a la expulsión

Casi todos esos chicos pasan por Hortaleza después de que la policía les pida la documentación por la calle y vea que no la tienen porque viajaron sin ella o la rompieron para evitar la expulsión. Pero la mayoría se marcha y rechaza quedarse en los internados porque desconfía de los centros oficiales o porque rechaza horarios y normas. Temen su expulsión a Marruecos, aunque la ley de extranjería impide deportar a menores.Este programa nace precisamente para vencer estas reticencias. Un tipo de iniciativa que no existía hasta el momento y que han puesto en marcha los servicios sociales municipales de Centro después de las quejas de vecinos y comerciantes de Lavapiés por una oleada de robos y tirones que se desató este verano.

En un primer momento, la atención a los chavales consiste en que coman caliente, se duchen y consigan ropa limpia. Después, los educadores contactan con la comisión de tutela de la Comunidad y llevan a los adolescentes al centro de acogida de Hortaleza, desde el que se les deriva a otro más adecuado por su edad y circunstancias. A la vez se intenta localizar a la familia del muchacho en Marruecos.

Si los padres quieren que el chico se quede en España, algo habitual porque piensan que aquí tiene más futuro, deben enviar a Madrid el libro de familia y su partida de nacimiento para que el consulado le expida un pasaporte. A partir de ahí se solicita una exención de visado a la Delegación del Gobierno para documentar al muchacho con un permiso de residencia. "Pero la delegación tiene todavía sin resolver las exenciones que le hemos solicitado", añade Lozano. Este programa tiene una fase experimental que durará hasta diciembre y para la que hay una subvención municipal de dos millones. Después no está garantizada su continuidad. Tanto AMAL como Paideia han iniciado el proyecto con ilusión, pese a la incertidumbre sobre su futuro. Pero creen que habría que desarrollar programas formativos y de atención en las ciudades marroquíes de donde proceden estos muchachos. "Ellos no abandonan su país por gusto, sino por necesidad", dicen.

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