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Caverna

Manuel Vicent

La habitación de este hotel de Nueva York se abre con un gran ventanal a Times Square. Enfrente hay un rascacielos por cuya fachada de cristal discurre día y noche sin detenerse nunca una cinta electrónica con el último latido de la Bolsa entreverado con la noticia de alguna tragedia que pueda haber sucedido en ese momento en el mundo. Por el ventanal de la habitación también penetran las luces de Broadway y los anuncios de productos muy famosos. La taquicardia del índice Dow Jones se solapa con los neones ardientes de Panasonic, Cannon, Microsoft, IBM y a su vez en esta olla de imágenes luminosas se cuecen los bombardeos que acaban de producirse en cualquier lugar del planeta. Si cierras las densas cortinas y en el ventanal sólo queda un filo de claridad, la habitación a oscuras opera como una cámara fotográfica. En la pared del fondo esas imágenes exteriores se convierten en sombras invertidas, y observándolas desde la cama en la penumbra de la siesta uno puede interpretar la realidad como si estuviera ante una versión neoyorquina de la caverna de Platón. Según esta alegoría dictada por Sócrates a su discípulo, los humanos vivimos en el interior de una gruta encadenados por el cuello sin poder volver nunca la vista atrás. Lo único que se nos permite ver es el fondo de esa caverna. Fuera de ella la realidad es una gran luz que proyecta por la abertura sólo las sombras de cuanto sucede en el exterior: un tablado de titiriteros, hombres llevando a cuestas figuras de hombres, de animales y de toda clase de objetos superpuestos. Los encadenados no somos capaces de percibir la realidad, sino sólo su apariencia reflejada en el muro. En tiempos de Sócrates la realidad que pasaba por la boca de la caverna eran cabras puntiagudas, polvo de picapedreros, pedagogos envueltos en una sábana y bacantes de vino agrio. ¿Acaso no era más cómodo permanecer encadenado en la gruta y contemplar la realidad bajo su fantasmagoría? En la pared oscura de la habitación de este hotel sólo se vislumbran figuras invertidas de unas imágenes exteriores que a su vez son imágenes de otras figuras electrónicas que tampoco son reales, cotizaciones de Bolsa, anuncios de hamburguesas, noticias de bombardeos, pero al descorrer las cortinas aparece en el ventanal todo Nueva York incandescente como la caverna de Platón más fascinante en llamas. Hay que liberarse de las cadenas y salir a la calle.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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