LA CASA POR LA VENTANA Una ocupación versátil JULIO A. MÁÑEZ
Nada más fácil para funcionarios con segunda residencia de fin de semana que teclear en el ordenador desde el confortable despacho de su lugar de trabajo un furibundo artículo de solidaridad con los okupas (que, por otra parte, hilan tan fino en la elaboración de sus creencias que distinguen perfectamente entre personas y periodistas) y contra las fuerzas de seguridad. Y nada más obsceno. Son gentes que huirían como de la peste si se cruzara un okupa en su camino de a diario o si el escenario de sus actuaciones coincidiera con el rellano de su escalera. No es sólo la desenfadada versatilidad que muestran a la hora de atender los dictados de su conciencia: tampoco sabrían qué hacer si se encontraran con un okupa de los de verdad, no con sus simpatizantes de domingo o con ciertos provocadores habituales -probablemente infiltrados- que acceden con tarjeta Visa a la entidad bancaria donde incendiarán el cajero. Ese tartufesco ejercicio de simpatía con el desposeído genérico (mejor si es alegre y combativo) tiene todas las ventajas de lo gratuito y ninguno de sus inconvenientes, salvo la podredumbre moral (tan inapercibida a veces por quienes la practican) de aspirar al certificado de buen muchacho de izquierdas dedicando media hora a la semana a solidarizarse con las miserias ajenas en lugar de tratar con más esmero de atenuar las propias. No me solidarizo públicamente con los okupas porque me parecería indigno para mí e insuficiente para ellos, y si estuviera tan persuadido como algunos de la luminosa bondad de sus actuaciones no vacilaría en unirme al colectivo en lugar de andar por ahí soplando gaitas. O, al menos, les prestaría el chaletito en días laborables.Todos somos ocupas (aunque sólo los más radicales de los excluidos sustituyen la apacible c por la más belicosa k en el rótulo que los identifica), ilegales en más de una impostura, cantamañanas de nosotros mismos. Pero unos más y otros menos, Julio Anguita y sus fieles no sólo usurpan unas siglas ya hilarantes según las cuales la unión de la izquierda se empecinaría en conseguir la victoria de llegar al próximo milenio (al que todos atribuyen, no se sabe bien a santo de qué, un carácter entre decisivo y expiatorio) sin obtener representación parlamentaria en un sistema democrático: además, recuperando tal vez la huella de su origen y mostrando de paso la solidez de su formación marxista, restaura la imperial tradición del domund postulando la hucha para sufragar los gastos de bolsillo del ex juez Gómez de Liaño, ese negro de los poderes más oscuros de este mundo al que Andrés Aberasturi, otro buen muchacho de izquierdas, entrevista con entregado cariño en la gotita de María Consuelo Reyna. Donde no hay votos todo son lodos. Desplazada la lucha final a favor de la hucha estrafalaria, bien podría destinarse al excedente de la cuestación solidaria con el esposo de la fiscal Márquez de Prado a financiar las pegatinas de la campaña electoral de Mario Conde (a fin de cuentas, Adolfo Suárez era todo un caballero, y no como el felipista de Felipe González) o, en una jugada digna de un hábil estratega internacional, subvencionar los sellos de la apasionante correspondencia entre Vázquez Montalbán desde su casa de la parte alta de Barcelona y el Subcomandante Marcos desde la verde Sierra Lacandona.
Hay ocupas de la literatura haciendo novelas de una vulgaridad mal redactada, y otros que creyéndose Eduardo Zaplana se apropian de lo político para ejercer con desenvoltura de presidente de todos los valencianos vengan de donde vengan, como los hay atrincherados a lo Ciprià Ciscar en el partido que más que ocupar, usurpan, entretenidos en tejer y destejer desocupadas gestoras con menos esperanza de arribada que Penélope en el regreso de Ulises. También los hay comisionados por el Consell Valencià de Cultura, ocupante él mismo de una consultoría de tan prescindibles servicios que ninguna entidad privada atenta al rendimiento de sus empleados se obstinaría en mantener en nómina, sobre todo a cambio de tanto desembolso baldío, como hay un Luis Fernando Saura que ocupa la sindicatura de greuges para ocuparse de matute de sus propios agravios ocupacionales. En esta galería incompleta de ocupas profesionales merece vivienda aparte Manuel Ángel Conejero: el maestro de la persuasión que se les niega a los okupas ha conseguido ocupar a Shakespeare hasta el punto de fragmentarlo en porciones de adosados para recaudar una considerable suma a cambio de desahuciarlo.
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