Mil familias
¿Se volverá algún día al reino de la poliandria, la poligamia y otros enlaces asociados a una histórica promiscuidad? Jacques Attali, en su Diccionario del siglo XXI, o Robert Celentaro, en Trends 2000, dan por seguro que los más inmediatos torbellinos en la vida familiar desembocarán en un vasto surtido de relaciones, entre las que nada quedará excluido.En los últimos cincuenta o sesenta años, las crisis en la vida social han contado con un repetido diagnóstico de causa y curación posible: el estado de la familia. Los aumentos de la criminalidad, el mayor consumo de drogas, el fracaso escolar, la depresión, el incremento de la violencia o el embarazo entre adolescentes han sido atribuidos a una crisis sustancial: la crisis de la familia. Contra la degradación de la moral y las costumbres, un remedio universal ha abusado del tópico que demandaba el reforzamiento del hogar, la recuperación de la felicidad doméstica, el rescate de supuesta dulzura de la casa paterna.
El problema radica, sin embargo, en que esa familia idealizada, la famosa familia nuclear con un padre, una madre y unos hijos, apenas ha existido a lo largo de la historia. Prácticamente sólo prevaleció desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los años sesenta, cuando ya aparecieron los embates dirigidos contra su talante conservador, sus represiones patriarcales y su patología jerárquica.
Cualquiera reclama un recinto donde asegurarse afecto y comprensión, ser reconocido en su identidad y ser curado de las crueles indiferencias; pero la familia nuclear es sólo un modelo entre otros posibles, y ni siquiera significa ya el 50% entre los que conviven en los países occidentales más evolucionados. Las unidades de hogares en los que vive una sola persona o los que están presididos por un solo padre van, rápidamente, aumentando sus proporciones.
En vez de hablar de familia, los sociólogos hablan hoy de familias. Pero, también, en lugar de mencionar un padre o una madre, hablan hasta de tres padres y madres. Es decir, de un posible padre o madre biológicos -de quienes se obtienen los genes-, de otros dos genealógicos -de los que se obtiene el nombre- y otros educativos, de quienes se recibe la formación. Las nuevas técnicas de reproducción han hecho factible esta conjugación de las tres soluciones progenitoras tomadas de dos en dos; o de tres en tres, incluida la hibridación, el bisexualismo, el constante quehacer nómada.
En un mundo cada vez más portátil, menos afianzado a unas raíces y más proclive a las mixturas, ni los matrimonios ni las familias tienen asegurado un mínimo de continuidad. El tiempo de la convivencia se acorta, junto al menor tiempo de asentamiento en un lugar, un puesto de trabajo, una dedicación. En estas circunstancias, la identidad de cada uno tiende a ser menos una referencia que una orientación plural; menos una indicación constante que una memoria variable. Se deducirá, pues, de este contexto, el papel de los arrebatos étnicos o nacionales.
A diferencia de lo que sucede en una sociedad tradicional, donde la dinastía, el tronco, la casa del padre tienen un eficaz valor, en la sociedad posmoderna o posdemocrática, la adscripción que impera es eminentemente fluida. Los ciudadanos llevan su libertad individual al límite de una combinatoria personal y familiar sin término: todos potencialmente compatibles e intercomunicables. Es decir, posibles familiares todos, sucesiva y hasta simultáneamente. Y será aceptable así, en el siglo XXI, pertenecer a varias familias diferentes, como sentirse adscrito a varios clubes, a distintas aficiones o a diferentes procedencias. Amar también, por tanto, a varios hijos de varios hombres y mujeres a la vez, amar sin fijezas, con una mayor celeridad y quién sabe si, a la vez, con menos celos, aliviado el sentido del destino, el dolor y el querer sobre el amado.
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