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Retos del PSC FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

Tras unos días poselectorales de incomprensible pero notoria desorientación, el PSC debe enfrentarse a la realidad y aceptar que no tiene capacidad para formar gobierno. Después de cualquier otra jornada de anteriores elecciones al Parlament hubiéramos escrito que los socialistas debían enfrentarse a la "cruda" realidad. Pero en esta ocasión la realidad no tiene ninguna crudeza. Por el contrario, los socialistas han tenido un resultado excelente que les debe llenar de esperanza y optimismo. Sin embargo, desde el punto de vista parlamentario, que a los efectos institucionales es el que cuenta, las elecciones las ha ganado, de nuevo, Jordi Pujol.Por tanto, una vez conocidos los resultados -quizá para algunos decepcionantes, pero que para la mayoría de los partidarios de la candidatura de Maragall fueron seguramente mucho mejores de lo esperado-, lo importante y lo urgente no es cómo y cuándo instrumentar una moción de censura al futuro Gobierno de Pujol, sino cómo organizar -por primera vez en la historia de la autonomía catalana- una eficaz labor de oposición. Ésta debería ser, según mi punto de vista, la principal preocupación de Maragall y el reto más importante al que se enfrenta en lo inmediato el partido socialista.

Pongamos dos ejemplos en negativo antes de pasar a comentar lo que entiendo por oposición eficaz. No fue una oposición eficaz el cerco de acoso y derribo que estableció el PP en el último periodo de gobierno socialista. No es tampoco una oposición eficaz la que en estos últimos meses realiza el PSOE frente al Gobierno de Aznar. Ambas se asemejan en un aspecto que constituye, al mismo tiempo, su principal debilidad: únicamente ofrecen un cambio de equipo gubernamental, no un cambio sustancial de línea política.

El PSOE, en su momento, se hundió por sus propios pecados de corrupción no atajada a tiempo; el PP se limitó a subrayarlos hasta la exageración, pero no ofreció una alternativa suficientemente atractiva para un sector moderado de votantes tibiamente socialistas que deseaban castigar a Felipe González. La oposición que en la actualidad realiza el PSOE de Almunia es un triste remedo de la que efectuó el PP frente a González porque los actuales pecados del partido de Aznar no tienen comparación con los escándalos del final de la época socialista: el supuesto fraude del lino y la ingeniería financiera y fiscal de Piqué no llegan a ser ni un pálido reflejo de las hazañas de Roldán y de la cúpula del Ministerio del Interior socialista. Pero ambos, en cualquier caso, tienen un nexo común: hacen una oposición que critica el pasado en sus aspectos más flagrantes sin ofrecer perspectivas positivas de una nueva política para el futuro.

Una acertada política de oposición debe ser una cosa muy distinta. Un partido en la oposición triunfa cuando tiene capacidad de dirigir, aun sin el poder que da el estar en el Gobierno, a una mayoría social que acepta su liderazgo, lo que a la larga debe traducirse en una victoria electoral. La política de oposición parlamentaria es esencial en este planteamiento porque es la más visible para el ciudadano, pero no es el único elemento esencial de la labor de oposición: también son esenciales el trabajo diario de un partido y la formación de un bloque social e ideológico -en el sentido más laxo de la palabra- que aseguren la futura victoria electoral y el consiguiente acceso al gobierno. En estos dos aspectos el PSC debe solucionar algunos problemas.

El primer problema es el del partido. El PSC votó, hace un año y medio, masivamente -¡83%!- en las primarias a Borrell; por aquella época incorporó a un número de simpatizantes que doblaba el de los militantes y, finalmente, se ha presentado en estas elecciones junto con un grupo nuevo que responde al nombre Ciutadans pel Canvi, del cual se sabe poco o casi nada, pero que tiene numerosos representantes en el grupo parlamentario que está a punto de constituirse. Todo es conciliable si se hacen las cosas bien; pero, en cualquier caso, homogeneizar estos distintos componentes es absolutamente necesario si no se quiere dar una idea excesivamente fraccionada y, a la larga, poco operativa de este partido-movimiento tan complejo.

El otro problema deriva del análisis del voto a Maragall en las recientes elecciones. Los socialistas deben saber que su candidato ha obtenido un voto heterogéneo, una parte del cual ha sido puramente ocasional -un voto básicamente antipujolista, pero muy poco socialista-; otra parte, importante en volumen, muy fiel y consciente, ha sido de ex votantes de IC en Barcelona, y al mismo tiempo ha seguido la tradicional abstención de socialistas que sólo votan en las generales. En definitiva, ha sido un voto cuantitativamente importante, pero todavía inestable, con un futuro incierto. Por tanto, si quieren ganar unas futuras elecciones autonómicas, tienen que seguir reforzando este bloque, hoy por hoy todavía bastante circunstancial.

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Quizá Pujol no dure cuatro años más, es lo más probable. Pero los socialistas deben enfrentarse a una carrera de fondo. Sprints parlamentarios en forma de mociones de censura o rabietas de niño pequeño como las de los días poselectorales sólo les conducirán a perder las importantes posiciones recién adquiridas.

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