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Frases en el restaurante AGUSTÍ FANCELLI

Entre las muchas virtudes que nos adornan como pueblo no se cuenta la de acuñar frases inmortales. Si por las generales de 1996 a Felipe González, todo un especialista del género, se le ocurrió la ingeniosa patraña de la "dulce derrota", aquí todo lo más que se ha oído es el símil del sexto Tour de Induráin, que, la verdad, deja bastante que desear. Pero la divinidad del socialismo español se había encarnado antes en otro verbo que, aunque se demostró igualmente falaz, por lo menos tenía el punto de haber habitado fugazmente entre nosotros. Aquel que rezaba: "He entendido el mensaje". En Cataluña el mensaje que básicamente se ha entendido tras las elecciones es una loa generalizada a lo bien que lo han hecho todos los cabezas de lista. Incluso el PP, que ha perdido cinco diputados, se muestra encantado de haberse conocido, al tiempo que Ribó califica de "acertadísima" -bien es cierto que con "malos resultados"- la estrategia que le ha llevado a dejar por el camino de Barcelona nada menos que siete escaños. Cosas del cofoisme, esa virtud tan nuestra de sentirse uno pistonudo. Felipe González me libre de decir que yo sí he entendido el mensaje surgido de esta consulta. La palabra revelada, y aún más esa opaca no palabra también revelada que es la abstención -el 40% de los votantes no se han sentido concernidos por el aullido de las urnas-, es cosa de sacerdotes oficiantes, más que de laicos como el que firma. Pero el etéreo espectáculo poselectoral al que asistimos estos días da que pensar sobre una muy escasa voluntad de entender los mensajes cabalmente, cualesquiera que éstos sean.

Sólo una vez antes -en el País Vasco en 1986- unas elecciones españolas habían arrojado el curioso dilema de las presentes entre una victoria en escaños y otra de tipo moral. ¿Cómo está sentando al personal este curioso plato de mar y montaña? De momento parece que no muy bien. Los dos comensales más importantes no se han sentado a la misma mesa, lo cual ya de por sí es destacable. Pero es que además, aun entrando juntos en el restaurante, ni siquiera se han deseado el uno al otro buen provecho. De modo que ahí les tenemos, dándose su atracón de frases malévolas contra el otro desde sus respectivos reservados. La delikatessen más sofisticada de cuantas hasta ahora se han oído ha consistido en un Pujol mascullando que, como el servicio no mejore, él cierra el restaurante, y que empiecen los trámites -sanidad, industria, permisos municipales: la tira- para volver a abrir el local. Aquí hay que recurrir con urgencia al alka-seltzer, porque estamos teniendo unas digestiones francamente pesadas.

Vamos a ver, ¿tan diferentes son los gustos de Pujol y Maragall? No parece. Durante la campaña los dos menús que uno y otro han propuesto se parecen bastante. En política económica, que es el plato fuerte, los ingredientes que ponen son los mismos, proceden del mismo mercado, aunque varía la salpimienta, pongamos por caso, del pacto fiscal. Uno coloca la educación como primer plato, mientras que el otro la deja para el postre. Uno habla de Cataluña país como concepto inspirador de su gastronomía, y el otro aboga por la Cataluña ciudad, supuesto enfrentamiento entre una cocina tradicional

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