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Tribuna
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Tendrán que explicárnoslo

Salí de casa contento como unas pascuas. Ferrari tenía el campeonato casi en el bolsillo. Seis puntos de ventaja sobre Hakkinen le permitían tomarse con la mayor calma del mundo el último gran premio del campeonato. Veinte años después de que Jody Scheckter le diera a Ferrari su último título mundial se había roto el maleficio. La vuelta de Schumacher había obrado maravillas, no solo en la mejora de las prestaciones del coche, sino también por el efecto de su presencia en pista. El alemán había hecho callar a todos, enterrado todas las maledicencias que habían rodeado su vuelta a las pistas, incluida la tajante orden de Maranello para que volviera a competir. Una carrera impecable, por detrás de Irvine, frenando a Hakkinen, hasta conseguir el doblete doblegando, al mismo tiempo a la competencia.Ya en el coche, camino de la redacción, escuché la increíble noticia por la radio. Los dos Ferrari habían sido descalificados. Hakkinen era el nuevo campeón del mundo. Diez milímetros. Ése era el sortilegio de las brujas. Concretamente: "Los deflectores superiores de los paneles laterales excedían en más de 10 milímetros el plano formado por la parte interior de las ruedas delantera y trasera".

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Sigo sin poder creérmelo, como supongo que les pasará a la mayoría de los aficionados a este deporte que precisamente ayer había sido, además, un magnífico espectáculo. Tendrán que explicárnoslo mejor. Tal vez sea cierto que estos milímetros marquen la misma diferencia que la nandrolona o el clenbuterol en los corredores de fondo. Mientras no nos lo expliquen seguiremos sospechando que el árbitro estaba comprado.

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